25 mar 2011

La luz de la Semana Santa

Candelería de María Santísima de la Trinidad, 2010.
Fotografía: Azulyplata.net

-La electricidad no es obra del diablo; tarde o temprano te acostumbrarás...

Escuché estas palabras de boca de una de las doncellas que sirvieron en Downtown Abbey (Inglaterra), casa solariega del Conde de Grantham, en 1912; palabras que, evidentemente, proceden del ámbito de la ficción -estamos citando parte del guión de una exitosa y reciente serie de televisión-. En otro punto de la trama, el excelente personaje de la Condesa viuda de Grantham, Violet Crawley, encarnada por la fantástica Maggie Smith, exclama, horrorizada y cubriéndose la cara con un abanico:

-¡Oh, Cielo santo! ¡Ese fulgor..! (…) No quiero electricidad en la casa; no pegaría ojo, con esos vapores por todas partes...

No puedo contener mi sonrisa al recordarlo, pues en materia de iluminación y Semana Santa me siento tan gozosamente obsoleto como la Señora Crowley, feliz en el tenue resplandor de la cera y en sus temblorosos chisporroteos. Por mucho que la electricidad encarne una de las formas más vívidas de la incursión en los tiempos modernos, no sólo me resisto sino que postulo por reivindicar el para mí bendito anacronismo.

Nuestro Padre Jesús Cautivo, en el Lunes Santo de 2010.
Fotografía: Azulyplata.net

No son pocas las imágenes en Málaga que han sufrido o todavía sufren de la iluminación eléctrica de un modo más o menos directo. El caso más grave, a mi percepción, es el del Señor de Málaga, Nuestro Padre Jesús Cautivo, que retorna con más o menos frecuencia a ser iluminado con un foco de luz blanquecina y situado a los pies. Las facciones se desdibujan y hasta diríamos se muñequizan, toda vez que se trazan en su venerado rostro unas extrañas sombras producidas por los elementos prominentes de su faz; la mirada se distorsiona, ya que al ser iluminada desde abajo y de manera tan intensa adquiere un matiz dramático exacerbado y que en nada corresponde al suave patetismo de su expresión. Las pestañas de pelo natural, a su vez, describen alargadas sombras en los párpados superiores, y algunos aspectos de la policromía se potencian de un modo desagradable, como el rojo de los regueros de sangre que se hacen excesivamente visibles.

Este efecto desacralizador -las imágenes así alumbradas suelen perder un cierto punto del aura piadosa que las envuelve- afecta o ha afectado a muchas otras imágenes, en mayor o menor medida en relación proporcional casi directa a los watios utilizados. En el caso de imágenes de la Virgen es especialmente intenso, por cuanto las manos en actitud dialogante crean de este modo unas extrañas sombras que emborronan el primoroso trabajo del vestidor. Las candelerías no son siempre de cera, y cuando las velas son de parafina se observa un consiguiente efecto general mucho más pobre; sumémosle el hecho de que en algunas cofradías volver a encender los cirios parece ser una tarea pesada, incluso en casos en que hay una persona destinada en exclusiva para ello.

Muy recientemente -en esta cuaresma- escuchaba en radio al Hermano Mayor de la Archicofradía del Paso y la Esperanza, que se planteaba la posibilidad, a requerimiento de un grupo de hermanos, de incorporar más luz en torno a la imagen del Nazareno, pues “en la calle no se ve”. Me asustan, y no exagero, este tipo de planteamientos, que nos han llevado tantos años a desfigurar los hermosísimos rasgos de la dolorosa de Fernando de Ortiz que procesiona la Venerable Orden Servita, por extraer un ejemplo demoledor. Y me asustan, porque entreveo que hay una necesidad imperante de comodidad, de ver un conjunto radiante, alumbrado hasta el más mínimo detalle -esos cajillos con pequeñas bombillas que hacen imposible distinguir los detalles de orfebrería que gustosamente costeamos, esa fibra óptica revolucionaria y novedosa que produce un artificial destello en torno a los detalles de la madera dorada-, prescindiendo de la teatralidad necesaria para lo que es, en definitiva, la Semana Santa: Una puesta en escena. Se prescinde paralelamente del misterioso encanto de la religiosidad popular, que ilumina con cera las calles de la ciudad.

Ah, la ciudad. Ese es otro capítulo. La luz dorada de las farolas de estirpe decimonónica que jalonan calle Larios no deben ser suficientes, como no deben serlo el resto de las que alumbran las calles del centro histórico. No puedo dejar de recordar las palabras de Eloy Téllez o Esteban Ribot, en sucesivos programas de Bajo Palio (Canal Sur Radio), donde se asombraban y con razón del extraño gusto en que incurrimos los malagueños al permitir la proliferación de focos de luz blanca en casi todo el recorrido. En ciertos tramos puede llegar a deslumbrar, y casi parece de día. Con la iluminación consentida a los medios televisivos, los dorados de algunos tronos parecen amarillo cadmio, los blancos de las flores tienen un único matiz, el del blanco nuclear, y casi todas las policromías se vuelven extrañamente rosadas. La distorsión es tan evidente que deteniéndose a apreciar estas retransmisiones podemos atisbar un artificioso azul eléctrico en el cielo malagueño así como en algunos mantos que en realidad están bordados sobre terciopelo azul marino.

Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto
en un trono iluminado por electricidad. 1938.
Sería conveniente recordar que este gusto por la electricidad nos viene casi desde el principio. Son muchos y variados los ejemplos de tronos malagueños que hicieron uso de las bujías desde que tuvieron acceso a la entonces novedosa tecnología. Un caso llamativo es el del trono en que procesionó María Santísima del Rocío (1931), cuyo cajillo contenía gruesos cristales de color morado retroiluminados con más de cien bombillas, para lo cual eran necesarias varias y pesadas baterías. El efecto en la calle no pudo dejar indiferente a nadie, pero dudo que fuese criticado por su excentricidad, ya que eran frecuentes las tulipas esféricas -que sólo podían contener luz eléctrica- y la iluminación por acetileno -que produce una luz tan fija e intensa o más que la eléctrica-.

Me retiro a mi anacronismo, y sueño con una Virgen de Servitas siendo procesionada a la luz de un par de cirios en sus candelabros o unas cuantas tulipas, como antaño. Dejo volar la imaginación y aparece ante mí una Málaga con aterciopelada luz de color ambarino, en la que se dibujan las sombras de un modo difuminado y natural. Presiento la llama de los cirios concediendo esa transparencia como de alabastro en las candelerías, y oteo regueros de fe, visibles en cuanto que verdaderamente alumbran la calle, en las filas de nazarenos de esa Málaga de luz amable.



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1 comentario:

  1. La mayoría de las imágenes no han sido concebidas para verlas nunca de cerca y mucho menos con luz eléctrica, es por ello por lo que pierden parte de su belleza y el poder que éstas desprenden.
    Además, dejando fervor y creencias a un lado, la Semana Santa es en sí misma una gran puesta en escena en la que debe prevalecer la estética del conjunto. ¿De verdad es mejor caricaturizar, como se hace a veces a una imagen, deslumbrándola con un foco a buscar soluciones cómo una candelería más cercana, una cera de mayor calidad o simplemente asumir que algunos enclaves tienen precisamente el encanto de la oscuridad?
    Destacaría otros ejemplos en los que la luz eléctrica hacen, en mi modesta opinión, flaco favor a las imágenes: Chiquito y Estudiantes.

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