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Fotografía: Autor blog. |
Me fastidian, me producen sopor y me irrita que se les dedique tanta atención informativa. Es de rigor que, año tras año, las tertulias cofrades radiadas hagan un punto y aparte para hablar de las cabañuelas. La mayoría de las veces incluso abriendo temporada de cuaresma; así nos aguan hasta el miércoles de ceniza con tan agoreros presagios. Todos los años, de una fuente o de otra, nos cae encima el mismo titular, como un chaparrón: "Las cabañuelas dan agua para Semana Santa". A eso sumémosle el comentario jocoso de algunos familiares, amigos y conocidos que, teniéndote por capillita consumado, mencionan el articulillo apenas ojeado en el periódico local y te recuerdan la sombra alargada de las cabañuelas. En días venideros: "Este año veremos a ver si no se mojan los santos".
Imagino que hacer las cabañuelas tiene su encanto. Como Rómulo y Remo antes de fundar Roma, mirando al cielo en pos de los augurios, la gente del campo analiza cada señal de la naturaleza: desde la forma de las nubes (en un atávico test de Roscharch) hasta el baño de los palomos, el orejeo de las mulas o la aparición de hormigas aladas durante el mes de agosto. Todo ello muy romántico. Sin embargo...
Al final, como todos sabemos, todo se reduce a una imposible combinación de datos de última hora, procedente de radares aéreos, que nos aconsejan o no poner las procesiones en la calle. Aunque el nubarrón se encuentre instalado desde las primeras horas de la mañana, todo es incierto hasta que los meteorólogos -los verdaderos amos del cotarro en estas cuestiones- nos digan -en los últimos minutos, cuando todo el mundo se ha puesto el capirote- si se prevén chubascos a según qué hora de la madrugada. O sea, que paso de las cabañuelas.
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