Exorno de velas rizadas de la Virgen del Rocío. Málaga, 2012. Fotografía: Álvaro Simón Quero. |
Pocas
veces un elemento estético ha levantado tanta polvareda en lo que
concierne al modo en que se exornan los tronos procesionales de
nuestra ciudad. Junto a los arbotantes de cola o las hileras de
ánforas de pequeño tamaño para adornar los frontales, ha
protagonizado estériles debates acerca de la idoneidad de su
colocación en los tronos marianos a razón de la posible pérdida de
una cuestionable identidad. La vela rizada es, con diferencia, aquél
que ha hecho correr más ríos de tinta -tanto a favor como en contra
de su utilización-, haciendo caer en informaciones sesgadas,
defensas a ultranza y consideraciones que sólo se acercan
meridianamente a una justa valoración. La problemática de fondo no
es otra que el asunto mil veces regurgitado de si la estética
inspirada o importada directamente de Sevilla debe implantarse en el
procesionismo malagueño, toda vez que se afirman unas peculiaridades
o características que se enarbolan como propias de la idiosincrasia
de la ciudad. Sirvan estas aproximaciones sólo para ordenar las
ideas de lo que, a la luz de la escasa documentación escrita y
gráfica, sabemos de su origen así como del uso que entre las
cofradías malagueñas ha tenido.
Concepto
Estos
personalísimos cirios, de uso más que frecuente en una importante
nómina de pasos y tronos procesionales en toda la geografía
andaluza -y por emulación del modelo procesional andaluz, en las
Semanas Santas del resto de España-, están formados por una pieza
de madera revestida de cera y rematada por una vela, que se adorna
con flores de cera del mismo color que la del cirio. Entre las
especies florales que forman estos ramilletes abundan las que imitan
rosas, claveles, azucenas y campanillas, si bien la proliferación de
su utilización ha logrado expandir esta variedad hasta la
personalización exhaustiva. La vela rizada, en la actualidad, tiene
lugar como complemento de la candelería y se utiliza exclusivamente
en aquellos pasos y tronos dedicados a la Virgen María. Rara vez se
instala en los altares de cultos, si bien no es imposible esta
circunstancia, como veremos. Además, suele atribuírsele la
propiedad de elemento diferenciador entre las hermandades que las
usan como cofradías alegres o de barrio y aquellas
otras que no las usan como serias. Incluso en la Semana Santa
de Sevilla tiene lugar el debate sobre su correcta utilización, en
cuanto se achacan a las maneras y hasta los andares de determinados
pasos de palio una impronta, una personalidad, u otra.
Origen
Nos
remitiremos a la cita escrita más antigua que hemos podido constatar
para comenzar a alumbrar algo acerca de su génesis. Es en el Diario
de Avisos de Madrid del martes 1 de mayo de 1832 donde encontramos,
pues, las siguientes palabras: Habiendo llegado á esta corte un
andaluz, el que trata de fijar su establecimiento, y confiado en el
delicado gusto de sus habitantes, se ofrece al público abriendo su
nuevo obrador de flores de cera, velas rizadas para las misas de
parida, bugías, é id. para adorno de pianos, á precios
equitativos, en la Red de S. Luis frente a la calle de Jardines,
tienda que fue de plumista. Espera que toda la obra sera del agrado
del ilustrado público de esta capital por no ser de uso general ni
conocida en este pais. Poco queda a la interpretación, aunque se
podrían dilucidar al menos un par de cuestiones: Que la artesanía
de la cera rizada y de las flores de cera podría ser oriunda de
Andalucía; y que, por otro lado, los cirios rizados se usaban en las
misas de parida, así como en el ornato de uso doméstico. No
es difícil aventurar que existe una categoría de velas pequeñas,
pellizcadas con tenacillas, cuyo uso aún en la actualidad es la de
alumbrar el cristiano sacramento del bautismo a los recién nacidos.
A estos también se les llama cirios rizados, aunque no suelen
conllevar el ornamento floral.
Ya
respecto al ámbito procesional, nos remitimos al diario ABC de
Sevilla del 28 de Marzo de 1985, donde hallamos algo de luz en cuanto
al momento en que pudieron aparecer estos cirios formando parte de
las candelerías de las dolorosas: Es difícil precisar
exactamente cuándo surge. Puedo asegurar, sin embargo, que antes de
1908 ya las sacaba la Esperanza Macarena, pero no con su aspecto
actual sino con un trenzado que recordaba vagamente a las palmas del
Domingo de Ramos. Algunas veces, la hojarasca se distribuía en dos
niveles, con estrangulamiento o zona lisa central, sin duda por la
influencia de ramos bicónicos. Fe de lo expresado en dicho
artículo dan las fotografías de principios de siglo en las que
podemos contemplar cómo procesionaba entonces la popular Virgen
sevillana, alumbrada por una candelería de escaso
calibre -el grosor de los cirios de entonces no estaba pensado para
la manera en que ahora se levantan y mecen los pasos- y jalonada por
sendas velas rizadas. Más antiguas parecen otras tomas fotográficas
realizadas por Emily Beauchy hacia 1890, representando
el paso de palio de la también sevillana cofradía de las
Cigarreras; en ellas, efectivamente, también podemos constatar que
en la década final del siglo XIX la dolorosa de la Victoria fue
alumbrada con al menos cuatro grandes cirios rizados -adornados de
flores al modo tan singular antes descrito- situados jerárquicamente
más cerca de la imagen y tras un desordenado bosquecillo de cirios
de diversos tamaños y grosores que apenas podían mantener su
verticalidad.
Si
procuramos hacer un paralelismo, en Málaga fue hacia 1900 -tal y
como asevera Agustín Clavijo en su estudio acerca de la iconografía
desaparecida- que la Esperanza procesionara quizá por primera vez
bajo palio, posiblemente introduciendo en la ciudad una costumbre
cuyos antecedentes más cercanos podrían rastrearse en la vecina
Antequera. La suerte de arbotantes que rodeaban a la Esperanza
en aquel trono de las estrellas de los Hermanos Casasola bien
podía derivar de los candelabros con tulipas ya frecuentes en los
pasos de palio sevillanos. Documentado como está el palio de la
Hermandad de la Soledad de San Lorenzo -de Sevilla- como el más
antiguo conocido en un paso -1610-, y correspondiendo a esta misma
cofradía la más antigua candelería de plata de la capital
hispalense, podría decirse que es en esa ciudad donde se establecen
los cánones primigenios acerca de fijar el palio a las andas -el
palio de mano, procesionado tras ellas, se data con anterioridad en
la liturgia cristiana-. Ni a principios del Siglo XX, ni hasta un par
de décadas después, empieza a configurarse en Málaga la idea que
hoy concebimos de candelería, como emulación literal de las
candelerías sevillanas. Precisamente en los años de
las suntuosas procesiones promovidas por la Agrupación de
Cofradías, y de aquel esplendor apresurado que echaba mano de todo
cuanto estaba a su alcance. No olvidemos que en aquel afán de
premura por encontrar un fastuoso efectismo, las hermandades
malagueñas idearon el tren de velas, solución rápida si se
carece de candelabros de orfebrería. Poco hay de invención en los
tronos malagueños, más allá del uso de las peanas de carrete o de
triunfo -muy probablemente por derivación de la gran peana que se
instala en el camarín de Santa María de la Victoria en el siglo
XVIII-. Cuando se produce en Málaga la introducción de la vela
rizada, o su emulación con flores de tela, es en el mismo grado de
mímesis aplicado al resto de elementos del paso-trono procesional.
En
cuanto a Córdoba, si bien quedaría por demostrar si el origen de
estos cirios proviene de una artesanía local propia de la ciudad de
la Mezquita, como algunos afirman, no tenemos hasta la presente
documentos gráficos ni escritos que puedan llevarnos a pensar que
fue allí donde las hermandades pergeñaron su uso. Es más, se hace
bastante improbable, debido al profundo declive al que se vio
sometida la Semana Santa cordobesa en las décadas finales del Siglo
XIX y las primeras del Siglo XX, donde las celebraciones quedaron
reducidas a una escueta procesión del Santo Entierro en la que
ocasionalmente procesionaron algunos pasos de dolorosa.
No
obstante, es muy posible que la artesanía de las flores de cera para
adornar los cirios se remonten a tiempos mucho más pretéritos. De
esto que decimos hay constancia en los numerosos retratos al óleo
muy populares en el Méjico novohispánico conocidos como monjas
coronadas. Se trata de unas peculiares pinturas
-de las que existen valiosos ejemplares de los siglos XVIII y XIX en
museos mejicanos así como en el madrileño Museo de América- en los
que muchas familias quisieron plasmar a las hijas que profesaron
votos en alguna orden conventual. Con la intención de perpetuar la
efigie de la hija que abandona el núcleo familiar -en voto de
voluntario encerramiento-, se encargaba a un pintor la tarea
de representar a la novicia en el día exacto de su desposorio con
Dios. Para tan importante jornada -tras los años del noviciado y
como representación exultante de la profesión de los votos
definitivos-, la monja en cuestión cambiaba la toca blanca por otra
de color negro recamada de perlas y joyas de adorno, y era coronada
por una estructura globular o imperial totalmente recubierta de
flores y pequeñas esculturas de cera. Solía portar en una de sus
manos una palma de la virginidad -una palma con ramilletes de
flores- o un cirio floreado -de idéntica composición a
nuestras velas rizadas, aunque en una medida acorde al hecho de ser
portadas manualmente-, además de otros símbolos religiosos como
escudos de monja -unos medallones pintados que ostentaban como
pectoral- o pequeñas imágenes de vestir del Niño Jesús, aludiendo
al Esposo. Para revestir esos cirios, palmas y coronas se usó,
indistintamente, la técnica de la flor de cera así como la flor
contrahecha, de tela.
Diversas
fuentes aseguran que la artesanía de realizar flores de cera y otras
figuras para ornamentar los cirios queda enmarcada en los tiempos en
que la abeja europea -más grande que la abeja aborigen- fue
exportada a tierras mejicanas, en la clara intención de expandir la
técnica de fabricación de velas y cirios para el culto cristiano.
Ya en 1574 el virrey Martín Enríquez de Almanza expidió una
ordenanza para el gremio de cereros, especificando la pureza de la
cera y los métodos de trabajo. Así, podría afirmarse que fue el
siglo XVI la centuria en la que se fueron desarrollando diversas
labores de cerería, llegando en el siglo XVII una ocasión sin
parangón como fueron las fiestas de beatificación de Rosa de Lima
-1668-, donde se produjo un artístico y desbordante despliegue en
cuanto a la cerería se refiere, realizándose grandes tramoyas
iluminadas por cientos de cirios decorados.
La
técnica en sí parece proceder de la enseñanza de los misioneros
agustinos -aunque es previsible que dicho conocimiento fuera
extensivo a otras órdenes- a los nativos Ñahñús de determinados
territorios de Nueva España. De tal forma caló este método del
arte floral aplicado a la cera, que se ha mantenido hasta el presente
con el nombre de cera escamada. Es así que hoy día podemos
encontrar velas con una apariencia extraordinariamente similar a
nuestras velas rizadas, con la salvedad de que la sensibilidad
mejicana ha dotado de un variado cromatismo a los ramilletes florales
de las velas, tiñendo con anilinas la cera antes de su moldeado. La
ciudad de Salamanca, en Guanajuato, es uno de los centros de
producción de esta técnica que cuentan con más tradición a sus
espaldas, donde tienen lugar las más inverosímiles estructuras de
cera floreada para sus fiestas religiosas y procesiones, las llamadas
escamadas: cirios de mano, ramilletes, rosarios, maquetas de
castillos, capillas y arcos que son llevados a los santos como
ofrenda votiva.
Si
recapitulamos, es bastante lógico que siendo Sevilla el centro de
todas las operaciones comerciales de ultramar -a través del Puerto
de Indias-, la técnica de la cera escamada o las flores de cera
siguiera un lógico trasvase entre las órdenes religiosas españolas
y las de América teniendo como nexo de unión la ciudad del
Guadalquivir, del mismo modo en que muchos maestros de la imaginería,
la retablística y otras artes llevaron el renacimiento y el barroco
andaluz a tierras conquistadas por españoles. Al igual que ocurre en
otros aspectos de la cultura, en lo referente a la cera floreada pudo
haber una retroalimentación de ida y vuelta entre Andalucía e
Hispanoamérica, siendo las actuales técnicas una virtuosa
depuración con siglos de perfeccionamiento.
Flores contrahechas
La Virgen de la Trinidad, con exorno de flores contrahechas. Claramente, evoca las composiciones realizadas con cera rizada. Málaga, 1948. |
Es
notorio que el uso del exorno floral natural en tronos y pasos es
algo mucho más reciente de lo que a primera instancia podríamos
concebir. En la gran mayoría de ellos, la exclusividad de este
ornato venía delimitado por la tímida utilización de flores
contrahechas. Con esta popular denominación se daban a llamar
todas aquellas flores artificiales, normalmente realizadas con tela y
alambre, que podían ser ubicadas de muy diversas maneras: A modo de
guirnaldas pinjantes, enredadas en las varas de los palios, formando
escuetos ramos en pequeñas y sencillas ánforas... Y en Málaga no
es difícil hacerse con un variopinto plantel de documentos gráficos
que nos ilustren acerca de esta costumbre. Aún cuando
la mayoría de las dolorosas iban sin palio, ya las flores
contrahechas poblaban en mayor o menor medida los tronos
procesionales, entonces también llamados pasos.
La
labor de las flores contrahechas parece devenir de forma natural de
las tradicionales flores de talco, una artesanía que fue muy
prolífica en toda España ya que se le daba un uso primordial como
decoración preferida para arropar las reliquias en sus casetones y
ostensorios acristalados. Tuvieron singular expansión en los
conventos andaluces al objeto de adornar fanales de cristal y
vitrinas en las que se veneraban, normalmente, imágenes de pequeño
tamaño. Y encontraron un especial predicamento en la decoración de
belenes, algo que sin lugar a dudas cuajó en la sensibilidad
dieciochesca y en el perímetro de todo el ámbito por el que el
belenismo, entonces, se extendió. Entre las flores de cera de las
velas rizadas y las técnicas de las flores de talco apenas hay una
sencilla transposición de una técnica a otra, permutando el
material. Las flores de talco eran realizadas, al igual que las de
cera, pétalo a pétalo, siendo éstos recortados de una vistosa hoja
de oropel -papel metal de escaso valor, normalmente en color plateado
o dorado-. No sin gran pericia, se les confería a estas hojas y
pétalos cierto volumen al modo en que se labra el metal en la labor
del orfebre, siendo en gran medida deudor de la joyería, que ha dado
lugar a interesantes ejemplos de imitación de la flor -sin ir más
lejos, la Rosa de Oro que el Sumo Pontífice, a título personal,
concede a determinadas devociones marianas-.
Fueron
varias las cofradías malagueñas que ya desde aquella década de la
floreciente Agrupación quisieron incluir en el ornamento de sus
tronos unos ramilletes de flores contrahechas, de forma abundante y
muy vistosa. Muy probablemente, la carestía de entonces dio lugar a
que las hermandades no recurriesen a velas rizadas -efímeras, y por
tanto de nuevo encargo cada año- sino a un simulacro de ellas.
Imitando las velas rizadas de los palios sevillanos, en Málaga se
instalaron alargados ramos de flores contrahechas en igual
disposición a la de las velas rizadas. La mayoría de
las veces, flanqueando la imagen en sus costados e igualándola en
altura.
Agustín
Clavijo fecha en 1948 unas fotografías en las que
María Santísima del Rocío procesiona sobre el trono que estrenase
ese año tallado en madera por el conocido Adrián Risueño Gallardo.
Se trataba de uno de aquellos paradigmas que han quedado en la
memoria colectiva como representativa de una estética muchas veces
denominada como malagueña. Alto cajillo de escaso detalle
ornamental pero dotado de gran dinamismo en sus líneas esenciales de
diseño, poblado de volúmenes grandilocuentes. Iluminado por cuatro
idénticos, airosos y recios arbotantes. Precisamente sobre aquel
icono de lo netamente malagueño -expresión con que
disfrutaba el profesor Clavijo para referirse a la consecución de
esta estética-, la Virgen del Rocío iba alumbrada por una bizarra
candelería en la que fueron instalados más de treinta cirios
rizados, decorados en toda su superficie con flores de cera. Las
flores naturales, por su parte, fueron escatimadas en el frontal
hasta el punto de constituir un detalle anecdótico. Es la única
ocasión de la que queda constancia que una cofradía emplease la
totalidad de su candelería en cera rizada, hecho que al parecer sólo
tenía precedentes en la ciudad de Córdoba, donde la Virgen de la
Esperanza y a instancias del imaginero Martínez Cerrillo ya había
sido iluminada por un vergel de cera similar. Se trata, asimismo, de
la primera prueba fehaciente de una imagen mariana procesionada en
Málaga con velas rizadas.
Con el
tiempo y la imposición de una nueva tendencia -que dio lugar a la
llegada de los tronos de Seco Velasco y Villarreal, las imágenes de
Duarte y Buiza o los bordados de Elena Caro-, en los años setenta
del pasado Siglo XX tuvo ocasión un remozado uso de las velas
rizadas en los tronos marianos. Es de todos conocida la poderosa
influencia que había ejercido Juan Bautista Casielles del Nido a la
hora de introducir un gusto preciosista y refinado en algunas
hermandades malagueñas, teniendo lugar innovaciones
estilísticas que sin duda constituyen el cimiento de la estética
actual. Por otra parte, diversas fuentes orales aseguran que parte
importante de la responsabilidad en las tendencias decorativas -modo
de vestir las imágenes, exornos florales, disposición de la
cera...- recayó, en aquellos años, en la tríada conformada por el
religioso Manuel Gámez -vestidor de María Santísima de la Paloma-,
Francisco Hermoso Bermúdez -hermano mayor de la Paloma desde 1972 y
acreedor de una importante soltura creativa en lo que altares de
culto y exorno procesional se refiere- y Lola Carrera -entonces
camarera de la Virgen de la Esperanza y promotora de un giro estético
más que importante-. La amistad que unía a estas personas y la
afinidad estética que profesaban condujo a que otros cofrades se
dejasen aconsejar en la misma línea, produciéndose en la Semana
Santa de Málaga una especie de pequeña revolución creativa, en la
que tuvo cabida el empleo de cera rizada; la Paloma y
la Esperanza, por ejemplo, llevaron este exorno en un
número considerable.
Fue
sin duda la Virgen de la Paz, de la cofradía de la
Sagrada Cena, la que con más énfasis introdujo en su decoración
estos elementos, disponiéndolos al modo hoy canónico que conocemos
-frontal de cirios pequeños, algunos cirios medianos en los
laterales de la candelería y grandes cirios en la última tanda o
atrasados respecto a la imagen-, si bien algunos otros tronos
llevaron de modo testimonial vistosos pares de velas rizadas
escoltando a la imagen. Es reseñable que hay
testimonio del uso que entonces también se le dio para el culto
interno, quedando bellísimas imágenes de algunos besamanos de la
Esperanza en los que aparecen velas rizadas, muy
fácilmente datables como los años en que la imagen estrenó el
singular ajuar de bordados de los talleres de Caro.
Si
bien ya la vela rizada se usaba ocasionalmente y casi a modo
anecdótico -como la pareja de cirios con flor de cera que llevó la
Virgen del Amparo entre 1983 y 1985- se podría
decir que confirma su presencia en 1985 de manos de una cofradía
nueva: La Hermandad de la Salud, que procesiona por primera vez
aquella imagen de Dubé de Luque desde el edificio de la Facultad de
Filosofía y Letras, luciendo en su candelería las velas rizadas en
un estilo y número que ya hemos desglosado. En 1986
la Salud se hace cargo del exorno de las andas del traslado de ida
para la Coronación Canónica de María Santísima de los Dolores,
incluyendo varias velas rizadas que la Virgen trinitaria llevó aquel
Domingo de Ramos. Sin embargo, es esta cofradía trinitaria la que,
desde entonces y durante años, protagoniza la mayoría de los
debates acerca de la supuesta pérdida de la identidad. Muchos
cofrades, aun rodeados por la evidencia de tronos, imágenes y
bordados realizados por artífices sevillanos, no dudan en señalar
de forma inculpatoria un exorno concreto, como si aunara en sí el
origen de todo mal o la traición a una estética propia. Si
en la década de los años 90 el debate apenas se instala en los
círculos cofradieros al uso, ya en el primer decenio del Siglo XXI
los cofrades asisten y participan masivamente en la polémica debido
a la proliferación de foros de conversación en la red internet,
dando lugar a una variopinta y desordenada información, no siempre
constructiva ni certera.
El
episodio más cercano de esta polémica lo ocasiona el diario local
SUR, con un artículo fechado el 11 de marzo de 2011: La Virgen de
la O y la del Rocío lucirán este año `velas sevillanas´ en sus
tronos. El autor de dicha breve reseña no firmada
se aseguró muy bien de utilizar esta inexistente nomenclatura -que
podría haberse aplicado a prácticamente casi cualquier elemento de
nuestra Semana Santa- en el ánimo de reavivar una polémica
maniquea, forzando los términos y aseverando que se trata de una
estética que no es típica de Málaga. Por las formas en que
se dio la noticia y se encuestó al público, se evidenció un
claro interés por establecer una especie de alerta, dando lugar a un
incómodo debate en el seno de la hermandad del Rocío, en la que
incluso se llegó a celebrar un cabildo urgente con votación de sus
hermanos sobre la conveniencia o no de usar los consabidos cirios.
Podría decirse que no hay antecedentes en este sentido. Como hemos
visto, en el pasado las velas rizadas fueron usadas por más
cofradías malagueñas de las que imaginamos.
Para
su candelería, la Hermandad del Rocío incluyó biznagas elaboradas
con jazmines de cera en sus velas rizadas, en un evidente interés
por personalizarla y dotarla de claves de identidad malagueña.
En la Semana Santa de 2012, con la reiteración de dicho exorno, las
cofradías señaladas reafirmaron la voluntad soberana de procesionar
sus imágenes en conveniencia a la tradición y al gusto de sus
respectivas albacerías.
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