10 oct 2011

Sahumerio del 8 de Octubre

María Stma. de los Dolores Coronada. Foto: Álvaro Simón Quero.


¿Saben de esas nebulosas formadas por cientos y cientos de pequeños pájaros? Que vuelan en bandada y dibujan en el cielo fluctuantes masas; que cambian armoniosamente de forma y tamaño. Son un prodigio de la naturaleza, por cuanto que implican a un número impresionante de criaturas y dependen de leyes físicas y del factor aleatorio. Anoche en Calle Sagasta se formaron varios de esos remolinos mágicos, espesos y cambiantes, jugueteando con el aire templado de octubre; solo que en lugar de pájaros, se trataba de los incontables pétalos de quinientas docenas de claveles deshojados. Algo nunca visto en Málaga; o si suena muy pretencioso, algo que jamás han disfrutado mis retinas. Quizá el regalo más hermoso a la Virgen de los Dolores en el aniversario de su Coronación Canónica.

No tenía precio atisbarla llegar desde Félix Saenz con el ave maría cantado de Encarnación Coronada -¿quién no repite esa oración muy bajito, para sus adentros, apenas despegando los labios, si siente a los portadores rezarle a la Señora?-. Bajo el recoleto y airoso edificio art decó, la algarabía se nos ceñía a los corazones, prevenidos como estábamos de algo sin precedentes que se iba a producir. La banda de música de la cofradía toca Pasan los campanilleros, y la dolorosa de San Pedro, que todo lo que roza lo vuelve elegante, avanza bajo esa lluvia impensable, entre los olés entusiastas del gentío -que no sabe a dónde mirar, desconcertado-. Lo que duró unos minutos el alma lo encoge a la sensación de unos segundos, para golpearnos en la certeza de que la belleza es algo efímero a lo que no podemos asirnos. Unos instantes después podía pisarse esa alfombra mullida, todavía en la incredulidad de lo visto y sentido. El manto de Esperanza Elena Caro, refulgente tras la restauración, quedaba ahogado en la espesura blancuzca y rizada, como tras una nevada.

Y es solo un fotograma de la noche esplendorosa de ayer; un recuerdo al que aferrarse para adornarlo con el paso de los años y -sabiéndolo irrepetible- encajarlo en esa magnífica mitología cofrade que construimos a base de las propias vivencias y la sabiduría popular. Aquella petalada, la de Calle Sagasta, toda la primavera que a la Virgen le fue velada en su Miércoles Santo -por mor de la lluvia- y devuelta en justicia multiplicada, sabedores de que nunca es bastante. Hipérbole malagueña donde las haya.

Ahora queda el regusto repartido en pequeños soplos de lo que fueron la mañana, el mediodía, la tarde, la noche y la madrugada. Vivido con la intensidad que sólo se dedica en Semana Santa -el alma confundida desde hacía unos días, por si en realidad se estaba en una extraña cuaresma-. Las plantas doloridas al dejar la Virgen recogerse en su casa, el ánimo exaltado tras el reencuentro con los cofrades de toda la vida, los buenos amigos, las conversaciones animadas... La sensación de haber recorrido el borde incierto de un Miércoles Santo arrebatado.



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26 abr 2011

Sahumerio del Miércoles Santo

La Virgen del Amor.
Foto: Álvaro Simón Quero


Cuánto he dudado en volver sobre estos pasos para deshacer lo andado. Ahora lo que me empuja es este vacío del tiempo de Pascua, enfadados como estamos con la primavera -a la que nos gustaría ponerle cara para cruzársela-, y esta necesidad primaria que nos empuja una y otra vez a rebuscar en los mentideros habituales, donde hemos comentado los ínfimos detalles del buen hacer, fruslerías de esas que nos encantan -la leche frita de la Canasta- y primicias necesarias para estar en la esquina adecuada.

La tarde gris del Miércoles Santo -que epíteto lo de la coloratura, vaya novedad- se materializaba de verdad este Calvario donde se torcían las proporciones y eran menos las que se echaban a la calle que las que se quedaban en casa. Ya no sería de otra forma, quién lo iba a decir. Entre unos y otros andábamos tejiendo la información puntual de dónde se encontraba Salesianos, con la ventaja de llegar por el camino más corto a la Catedral. Iban bien arropados de público, una vez que Fusionadas plantaba sus cuatro tronos en San Juan, y con una calma deliciosa que nos hacía olvidar, por momentos, los trances de lluvia que iban a asolar la ciudad para dejarla huérfana de sus grandes devociones.

El último angelillo de Salesianos portaba una banderola con el anagrama de las JMJ.
Foto: Álvaro Simón Quero

Así que nos lo tomamos con deleite. Y nos recreamos con ese grupo escultórico, que es de los pocos en los que se tiene en todo momento la sensación de estar ante un conjunto, por lo bien hilado de las conversaciones entre unos y otros. Entre la madera barnizada, los dorados como viejos y los ropajes tostados, el misterio de Salesianos consigue esa impronta completa en la que nada desentona. Bueno, la pañoleta de propaganda que aireaba un angelillo en la trasera, que ya la podían haber anudado en otro sitio. Pecata minuta.

Los vimos llegar al primer templo un tanto encogidos en el alma porque sabíamos que esas no eran sus horas y que andaba todo trastocado; esta no es la Semana Santa que hemos señalado en los itinerarios, que hemos planificado al milímetro, esa que tenemos prevista y aún así nos sorprende...

Nuevo Vía Crucis del Rico, ejecutado por varios pintores malagueños.
En primer plano, "Jesús con la Cruz a Cuestas", de Antonio Montiel.
Foto: Álvaro Simón Quero

Después de unas menudencias de La Exquisita, pillamos sitio ante el piramidión del Teatro Romano mientras van llegando los capirotes de habichuela que siempre acarrean algún chascarrillo. Y un poco más y se nos atraganta la torrija con esa pinacoteca prescindible que es el Vía Crucis del Rico. Una pena el gasto en hilos de oro para enmarcarlos como lábaros. Viene a la cabeza, bien en el medio, el estandarte de Antonio Montiel, que se ha vuelto a pintar a sí mismo de Jesucristo abrazando la cruz; pero con qué expresión incierta de cualquier cosa menos del sufrimiento del Señor. Y mira que en su momento lo de Juanita Reina no me pareció tan grave. Pero esto no tiene nombre. Me digo que ya los perdonará Jesús el Rico, que no saben lo que hacen.

El Cristo, el de verdad, se aproxima haciendo invisible la que prometían dificultosa maniobra en diagonal. La Virgen del Amor, mucho más seria. Jesús Frías la ha arreglado con tablas y le está midiendo la estrechez del pollero para dejarla en su esencia y nada más. Es la Virgen más bonita de Dubé, pidiendo en susurros un palio de categoría. Que digo yo que tiempo al tiempo, que todo se andará.

La noche se gasta en Madre de Dios entretenidos con un cable que no deja avanzar la cruz del Cristo de las Penas; y se forma uno de esos espectáculos bochornosos, acude una grúa y el gentío estalla en aplausos al resolverse el entuerto. Cosas de esta nuestra Málaga que habría aplaudido también al sistema hidráulico de los arbotantes de la Paloma, de haber salido. Por cierto; qué maravilla de trono parece estrenar el Señor de la Puente.

Camino a casa, desvaídos, nos sorprende un nazareno de la Sangre que camina junto a sus padres con el capirote puesto. Tamaña es la impronta de lo visto que acordamos hacerle un monumento no ya al nazareno en general, sino a ese nazareno concreto de la Sangre. Qué mérito, en esta ciudad donde no se estila el anonimato de la penitencia, empeñarse en el antifaz. Sin embargo todo se trunca a la altura de Puerta Nueva cuando el nazareno se vuelve tiernamente a su progenitor pidiéndole algodón de azucar. Era mucho pedir...





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24 abr 2011

El nuevo Santo Traslado

El nuevo grupo del Santo Traslado.
Foto: Álvaro Simón Quero

El Viernes Santo, y a pesar de los agoreros pronósticos de lluvia para la jornada, la cofradía del Santo Traslado vio la oportunidad de poner en la calle uno de los grandes estrenos de esta Semana Santa de 2011; el nuevo grupo escultórico que acompañará a partir de ahora a su sagrado titular, llevado a cabo por el joven imaginero veleño Israel Cornejo. La novedad venía rodeada de una justificada serie de cuestionamientos que hacían necesario esperar a la puesta en escena de la procesión en la calle para analizar los resultados. De un lado, algunos cofrades se preguntaban acerca de la verdadera necesidad de sustituir las anteriores imágenes de Pedro Moreira, que cumplían acertadamente con la escenificación del misterio y constituían un todo artístico armónico, además de representar una de las escasas muestras escultóricas del artista. Por otro lado, muchos cuestionaban la verdadera integración de la imagen en un conjunto de sensibilidad artística diferente, formado por tallas concebidas para ser vestidas con atavíos barrocos.

Quizá la primera apreciación que pueda hacerse a tenor de lo visto este Viernes Santo es que la imagen titular de la cofradía ha perdido en visibilidad, quedando excesivamente arropada por el resto del conjunto. Si echamos la vista atrás, existe un documento gráfico muy explícito del boceto original de Pedro Moreira, que planteaba también el acompañamiento de seis imágenes además del yacente. No obstante, en aquel magnífico proyecto las imágenes de María Santísima, María Magdalena y San Juan Evangelista quedaban situadas en todo caso tras el cortejo de la traslación, dejando exactamente la misma visión que de la talla cristífera hemos tenido hasta la presente. Se ha mantenido hasta ahora que la hermandad quizá no llegase a ejecutar el proyecto al completo por cuestiones económicas. Nosotros nos inclinamos más bien por el hecho de que se prescindió de todo lo secundario atendiendo al principio simplificador de la mayoría de los misterios malagueños hasta fecha muy reciente.

Boceto en barro no completado por Pedro Moreira.
El grupo reducido a tres figuras se procesionó en 1951.

Al hilo de lo que decíamos acerca de la visibilidad, encontramos el principal defecto compositivo en la posición de María Magdalena en el conjunto. La imagen se sitúa en un primerísimo plano en genuflexión, con actitudes que sugieren la contemplación; además de despistar al fiel acerca de la escena reflejada, la figura entorpece la marcha del grupo de varones realizando su labor de trasladar un cadáver. Una posible solución pasaría por retirar esta imagen, posicionarla de pie y al final del grupo, probablemente vuelta hacia el público, consiguiendo así una escena secundaria dentro de la escena principal.

También resulta chocante que María Salomé y María Cleofás adquieran una actitud preeminente arropando de una forma absolutamente coloquial al santo varón José de Arimatea, miembro del Sanedrín y decurión del Imperio Romano. Habría sido más verista establecer entre ellas un discurso en segundo plano. Todo ello hace pensar que el principal problema de este grupo escultórico es su adecuación al reducido espacio de la parte superior del trono, que fue concebido años atrás para continuar procesionando al grupo tal y como lo veníamos entendiendo hasta ahora.

El grupo realizado por Israel Cornejo presenta un acabado correcto; a mi entender, no podríamos achacarle defectos evidentes de proporcionalidad, expresividad o anatomía. Todo lo contrario; se evidencia una evolución en su trabajo que posee el encanto de un cierto revivalismo de los estilemas dieciochescos, por la gestualidad y las calidades de los frescores aplicados a las imágenes. El modo en que las tallas han sido completadas, con atuendos realizados ex profeso por Eduardo Ladrón de Guevara, aportan un carisma barroquizante que enlaza con una tradición anterior a la última más frecuente de las cofradías, de tipología más bien historicista. Así, las imágenes no se han arreglado como imaginaríamos que vestirían esos protagonistas de la Pasión, sino como alguien del Siglo de Oro -con su universo limitado de conocimiento- lo imaginaría. Hay que buscar entre los cuadros de los primitivos flamencos -como Van der Weyden en su maravilloso Descendimiento del Prado- para encontrar antecedentes claros de esta forma atípica de ataviar las imágenes. No obstante, ya los belenes napolitanos presentaban este singular estilo, reflejando de manera muy directa una clara inspiración en composiciones pictóricas.

Los ropajes, en cuanto a su diseño y ejecución, son maravillosos. Tan sólo adolecen de no precisar una identificación clara de todos los protagonistas del pasaje evangélico. Nicodemo, miembro también del Sanedrín, viste con atuendo idéntico al pastor Stefanus -personaje apócrifo que la cofradía ha optado por conservar-.

Finalmente, apuntar que este grupo de imágenes necesita de otro sistema de iluminación no planteado originalmente en el trono de Ruiz Liébana. Los cuatro pebeteros de las esquinas tienen una presencia más simbólica que práctica, y nos consta que permanecen en el conjunto más por continuísmo respecto al antiguo trono de Pérez Hidalgo que por su efectividad. Se ha planteado un misterio de gran teatralidad, en que se han acentuado las dosis de dramatismo y diálogo, y sin embargo las tallas caminan en penumbra mientras las pocas tulipas iluminan tan sólo elementos inciertos del cajillo y del exorno floral. Una consecuente remodelación, que pasaría por alargar el cajillo y rodear el misterio de discretos arbotantes, acabaría por armonizar el conjunto.  







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23 abr 2011

Sahumerio del Desánimo

La Semana Santa de la lluvia.
Foto: Álvaro Simón Quero

Y de la decepción, la desazón, el desencuentro, el desaliño. Una vez rota la Semana Santa, de una manera tan fehaciente, las ilusiones quedan hechas jirones y nadie puede avanzar según lo previsto. Pienso en la cantidad insondable de esfuerzos que eran necesarios para poner en marcha esta maquinaria gigantesca que nos aporta el mayor orgullo como ciudad. Desde la impresión de los itinerarios de papel, que no han podido resultar más inútiles estos días, hasta el cuidado exorno floral de este o aquel trono, doblegado a marchitarse sin respirar el aire exterior. Nos han roto la Semana Santa, y han tirado por alto el anhelo este año más ansiado que otros -por aquello de la tardía primavera-.

Son estas unas líneas pesimistas, escritas en el demasiado azul Sábado Santo, de vacío y ausencia de liturgia, que debiera ser de fatiga, pies doloridos y acumulación en las retinas de demasiadas imágenes bellas como para ser recordadas con afinación. Sin embargo, anidado en el corazón me queda también un sentimiento grato, el de haber permanecido conectado en los deseos a mis hermanos cofrades, a todos aquellos que habéis estado a pie de calle, a pesar de los malos augurios, facilitando la información instantánea de una Semana Santa distinta y difícil de seguir. Es la Semana Santa de la lluvia, sí; de tal manera que no conozco a nadie que haya sabido recordar otra como esta, tan desapacible y desarmada, tan desecha. Pero es también una Semana Santa que hemos dado en llamar 2.0, la de la eclosión definitiva de las nuevas tecnologías en el espacio urbano, la del uso sostenido de las redes sociales, la información precisa y al minuto, como al cofrade le gusta. En ese intercambio informativo sacamos punta a los defectos, existentes en todas las cofradías, sí; pero desde el respeto, sin imposiciones de un modelo sobre otro. Porque los cofrades de verdad, los que aman su Semana Santa, no creen que sobre nadie. Es la Semana Santa en que algunos dimos la espalda, quizá definitivamente, a los medios de comunicación maniqueos y parciales. No he tocado con mis dedos ni una sola de las páginas del periódico de toda la vida, ese que alardea de amor por Málaga, ni falta que me ha hecho.

Viene a mi memoria la retransmisión televisada que pude ver en diferido de la Cofradía de Mena por el recorrido oficial, la única que pudo llevar a cabo su salida en la funesta jornada del Jueves Santo. No pudo parecerme más triste el verbo agitador y convulso de Antonio Garrido Moraga, con su perorata aburrida de los nazarenos gordos y las cofradías grandes, su fascinación por los cuerpos militares y el malagueñismo de los frentes de procesión sin orden ni concierto. No me entristece por aquello que ensalza, no se confundan; lo hace por su manera exultante de apisonar las maneras y las formas de otros, por el discurso excluyente, del que quedan fuera todos aquellos con otro sentir procesional. Mete en un mismo saco a los que no son de cofradías grandes, militares y suntuosas procesiones, para llamarlos puristas no sin cachondeo evidente. Y ello teniendo de contertulio al hermano mayor de Salesianos y sin dejarle hablar un minuto. Es la punta del iceberg de una actitud destructiva que ningunea al que no encaja en sus cánones. Qué poca sabiduría la del que, con voz engolada, afirma las tradiciones que convienen y -lo peor- a sabiendas, hace invisible en un chasquido toda una tradición anterior que también tuvo su lugar.

Así pues, y dividida la afición en dos compartimentos estancos totalmente separados, me ha tocado encajar con los puristas. Y me mosqueo, no lo puedo evitar, con esos nazarenos que no han salido en su cofradía pero echan la tarde de un lado para otro vistiendo el hábito penitente. Jugando, correteando, paseando, visitando otras hermandades, asistiendo a encierros, derramando por Málaga no ya la cera sino la imagen incierta y desdibujada de su propia cofradía. Se nos ha quedado esta Semana Santa de asfaltos mojados y nervios de punta; de nazarenos descapirotados y tribunas vacías. Me ha faltado escuchar Amarguras, oler incienso de verdad y sentir la bulla delante de la Esperanza. Me han faltado tantas cosas...





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Guía del Domingo de Resurrección 2011




Ya disponible la octava y última entrega de la Guía de Semana Santa. Los horarios e itinerarios del Domingo de Resurrección de 2011. 

Para usuarios de iPhone: Descarga el archivo PDF en tu ordenador y luego arrástralo al programa iTunes. Al sincronizar el terminal, el archivo quedará disponible en la aplicación gratuita iBooks (que es necesario tener instalada si se quiere conseguir una óptima visualización). También es posible visualizarlo en otros dispositivos como iPad, iPod Touch, siguiendo el mismo procedimiento. 


Descarga el itinerario del Domingo de Resurrección AQUÍ.







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20 abr 2011

Guía del Viernes Santo 2011




Ya disponible la séptima entrega de la Guía de Semana Santa. Los horarios e itinerarios del Viernes Santo de 2011. 

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19 abr 2011

Sahumerio del Lunes Santo

El conjunto más elegante del Lunes Santo; Amor Doloroso.
Foto: Álvaro Simón Quero


Si hubiese empezado a escribir esta crónica en la madrugada de anoche, recién llegado a casa con el ánimo abatido y las suelas llenas de barro, mis palabras no tendrían la contención que se exige, y habría perdido el tono. ¿Qué hago yo en un encierro? Y me lo formulaba así, en general, sin hacer distinciones. Hincado en mitad de la marabunta, esperando que llegue una procesión que cuando arriba parece cualquier cosa menos una procesión; sorprendido negativamente por la balconada a rebosar de nazarenitos descapirotados, me llegan los vociferios de un lado y de otro: Ahora porque aquél tiene que cerrar el paraguas, ahora porque se ha escapado un globo; cuando llega el Señor y se le jalea me parece que el público lo contempla en el mismo orden de cosas. En la turbamulta -¿se le podría llamar otra cosa?- la mayoría se divierte con los empujones y el ser racheados por oleadas a raíz de las maniobras de los tronos, mientras al menos dos bandas interpretan sones diferentes dentro y fuera de la Casa Hermandad. Lo que viene siendo ruido. Esa fue mi estampa de Estudiantes, castiza y malagueña como la que más; cofradía a la que siempre procuro ver recién salida y con sol, antes del bombilleo y con el encanto del Císter, sus palacios y sus naranjos. Pero fue imposible, por esa tarde desconcertante y nerviosa, que nos tuvo a todos en un puro vilo.

Bordados y plásticos.
Foto: Álvaro Simón Quero

Y es que pocas cosas nos ponen tan en guardia como la lluvia. Unos, alentando a las cofradías a salir esgrimiendo porcentajes mínimos de agua de aquella o esta página meteorológica más fiable; otros, mucho menos finos, coreando tonterías al pie de unos portones: “Primero la calle, y luego los hermanos”... Algunas decisiones se improvisan sobre la marcha y denotan un estado de inquietud que se contagia a la calle; durante las primeras lloviznas se cambió de intenciones varias veces, de manera que los cortejos caminaban apresurados y sin norte. Incluso se evitaron algunos plásticos necesarios, no se por qué afán de evitar el deslucido o qué orgullo o qué sinrazón, como en el caso de los mantos empapados de Amor Doloroso y Mayor Dolor en su Soledad. El primero de ellos bordado por Salcedo Canca y que es una belleza de diseño.

A los Gitanos se les encuentra en Peña y Mariblanca, muy pendientes al mismo tiempo de la radio y de los tuits de los cofrades, haciendo un seguimiento exhaustivo de las incertidumbres y los cambios surgidos tras los primeros chispeos. Al ver los primeros cubatas en la promesa del Gitano, a las cinco y media de la tarde, la preeminencia del chándal y el cante por rumbeteo que en nada va dirigido al Señor, comentamos cómo eran aquellas otras promesas de los Gitanos, no hace tanto, donde se veían las mejores galas y se cantaban cosas hermosas.

El aguacero nos asalta buscando a Crucifixión por esas calles señoriales de Strachan, Torre de Sandoval, Bolsa... que le sientan tan bien a un conjunto serio y con vocación de penitente. Inevitablemente, y tras haber realizado estación en la Catedral en un horario diferente al previsto, la cofradía no puede sino volver por el camino más corto, olvidando este año la Alameda y recortando por Larios arriba. Buena combinación la de esos claveles de un morado casi magenta con rosas rojas; un monte bien distribuido, con áloe y romero, un poco chato para el todo que no acaba de armonizar la anchura del trono con la proporción del Cristo. En la Virgen, todo muy cuidado, aunque los blancos diferentes de las calas en miniatura del frontal y las orquídeas de las jarras laterales, blancos tan distintos, no convencen. Me habría encantado verlos en Atarazanas, pero no pudo ser.

Ver Pasión accediendo al primer templo por el patio de los naranjos, de esas tradiciones que uno remarca en el itinerario y que sin embargo venía empañada por la premura y el chaparrón. Trato de hacerlo mío, y saludar, como cada año, con un levísimo arqueamiento de ceja, a Pepe Hinojosa, el pertiguero más derecho que he visto en una hermandad, con su efigie salida directamente del siglo XVII y los acólitos que coordina con pértiga firme y órdenes sencillas y certeras. Van precediendo al trono, con las rosas blancas mejor puestas que nunca -en piñas casi cónicas, esbeltas, que dejan ver- y la dolorosa estupendamente tocada.

Más echadas las horas encima, me alegro de las decisiones tomadas por Dolores del Puente y Cautivo, cofradías a las que no querría ver corriendo ni plastificadas. En Santo Domingo, visitando a la Virgen, se encoge el alma con esas imágenes que tanto se buscan en los directos de televisión -el nazareno quinceañero que llora como un magdaleno asido al capirote y al varal del trono, la devota incondicional que no puede apartar las pupilas ni marcharse-. La dolorosa detiene el tiempo si te plantas frente a Ella, e invade la certidumbre onírica de que siempre tuvo ese manto, esa peana de carrete y ese palio, siempre, desde hace siglos, como si fuera posible... Minutos después leo en un tuit la simpática trabazón de palabras de la candidata María Gámez: “Dolores del Templo en la Casa Hermandad”. Para qué añadir más.

Cera rizada de María de la O.
Foto: Álvaro Simón Quero


Al cruzar de nuevo el río me quedo atrapado en el dédalo de callejuelas del entorno de los Mártires, flanqueado por verdaderos taponamientos humanos de considerable espesor; la gente protesta, o se pregunta desconcertada para dónde hay que tirar -el itinerario de papel se convierte en algo inútil-. Cuando, finalmente, consigo cruzar Larios, me hago con una silla en un despiste del vigilante del paso peatonal, porque llega María de la O. “Aprovecha, hombre”, me guiña un convecino a raíz de mi osadía, para luego seguir en la cháchara animada sobre la inconveniencia de llevar velas sevillanas en los tronos. Este y otros son los daños que ha sembrado el periódico que se publicita con su amor por Málaga y sus tradiciones; como lo de los kilos de oro, tan ordinario; o lo del cruce cofrade, tan mal explicado y que ha servido de antesala de la información nacional sobre nuestra Semana Santa. Si todo eso es amar a la ciudad y sus costumbres ancestrales, pues que no la quieran tanto. La primera fila de cirios parece de alabastro, con esa capacidad que tienen los pétalos de las flores de cera para multiplicar y desdoblar la luz dorada. Las dos marías de arriba, con ese encaje perfecto en la candelería, hacen reverberar resplandores maravillosos en la tez moruna de la reina de los calés. Lleva prendidos los corales alrededor del corazón, el puñal muy clavao, casi en el centro, y una colección de rosarios en los brazos que riman con el sinvivir de los más de cien borlones del palio. Pienso que va escandalosa de guapa, y en lo particular que es la belleza de las miradas de las vírgenes de Buiza, con esa espesura de pestañas y esa noche profunda en los ojos. Y pienso en Juan Rosén, y en como siempre ha explicado que la Virgen se viste sola. Es verdad, como le escuché hace poco en la radio, que María de la O está guapísima con sus velas rizás, que no se puede aguantar... Es verdad, y con eso me quedo, antes que recordar cómo acabó la noche.







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18 abr 2011

Sahumerio del Domingo de Ramos

La Pollinica en Carretería.
Foto: Rocío Alarcón

Al parecer debo llevar un despertador incorporado, como biológico, que me ha levantado insensible a la fatiga mucho antes de lo que había previsto. Sin pensarlo, se empieza esa letanía maravillosa que arranca con mirar al cielo y continúa con abrillantar esos zapatos que molestan tanto -debe ser la tiranía deseada de tratar de ponerse como un pincel-; se estrena el perfume, la camisa, el ansia guerrera de poder con las horas y la ilusión nunca perdida de adolescente. El café, bebido de un tirón a los sones de un par de marchas de Escámez, haciendo mi particular tributo a la banda madre y maestra, incordiando un poco a los vecinos y aclimatando el ánimo. En el autobús, temprano, leo entre mis cofrades navegantes una inquietud por buscar a Don Amadeo; a mí me parece verlo sentado, trajeado y con semblante serio -dada la importancia de la mañana- al final del vehículo.

Domingo de Ramos con su conveniente cielo azul, su impronta de novedad y, si cabe, de entrenamiento. Se empiezan a escuchar impertinencias entre el público, que debe hacerse a los achuchones y las bullas; “que me están estrujando al niño”, “pasar tiene usted que pasar, pero sin arrollar”. A mí todo me resulta muy familiar, con el encanto de las cosas que han sido ensayadas, como los andares de Lágrimas y Favores, que son una delicia para las criaturas que se hayan agolpado en cualquier rincón de calle Nueva. A las once y pico de la mañana, bien situado ante la Iglesia de la Concepción, se disfruta de lo variopinto: el chaval que sale de Casa Mira con el que bien podría ser el primer helado de turrón de la Semana Santa; la procesión de palmas y olivos de una comunidad latina con sede en la iglesia aledaña, que cruza entre los nazarenos guiados por el cura. Con la Virgen se acerca también la pequeña cofradía de torturadores, que no se van sin el esperado plano de los ojos del pregonero recortado en el capillo de capataz, que introducen la alcachofa radiofónica sorteando capirotes y pretenden hacerse con alguna primicia. ¿Para cuándo dejar a este hombre disfrutar tranquilo de sus procesiones? A la Virgen hay que volver a verla en Félix Sáenz, en Puerta del Mar, en Atarazanas. Cada tramo es un baile de sensaciones, que agrada al público y pone de manifiesto el trabajo bien hecho de algunos submarinos, que como sabemos llevan la voz cantante.

Por la tarde vivo la que sin duda se me clava en la retina como la estampa más hermosa del día. Los nazarenos blancos de Salutación, saliendo de San Felipe, mientras se recoge la Pollinica apenas a unos cuantos pasos. Al fondo, y con el bullicio conveniente de un encierro, se recortan palmas, capirotes verdes y morados, se mece la palmera, suenan campanillas... Y entre una cofradía y otra apenas media un carrillo de chucherías, de esos que abren los cortejos con más arte que la policía local. La calle Parras es una fiesta; las pinturas barrocas de algunas fachadas parecen animarse con esta locura de Semana Santa. A lo mejor hay que avisar a Fernando Prini para que nos dibuje las otras fachadas y nos deje la calle hecha un primor, que faltita le hace... La salida del misterio del encuentro de Jesús con las mujeres no se produce, como hace unos años, en absoluto silencio. Hay mucho alboroto de los que han acabado su encierro y no piensan más que en salir de allí a costa de lo que sea. El trono se desliza perfectamente al exterior sin rozar por ningún lado, y nos seduce y extraña al mismo tiempo el cántico sacro de dos sopranos en una reja del museo del vidrio. A mí, la verdad, me gustaba mucho más la saeta rota de Luz Mari; pero para gustos los colores.

Más metidos en el centro, nos dejamos rodear por turistas de crucero, con sus rubicundas caritas de satisfacción y de no entender nada. Los cirios que llegan no son de color pardo, como de anunciaba, más bien de caramelo, y endulzan la tarde. El Señor de la Soledad hace majestuosamente una curva llegando a Méndez Núñez, y me da por pensar que cuando por fin retiren los andamiajes y refuerzos de la Plaza del Teatro, el Señor tendrá seguro su cajillo dorado en oro fino. Vámonos a verla en Echegaray, que es de esas calles recuperadas y que luce fantástica. Alguien debe estar haciendo un retablo en su casa con las molduras arrancadas del pequeño local abandonado junto al teatro. Pasa Dulce Nombre con unos sones atrevidos -Madrugá de canela y clavo- antes de llegar a la Catedral. El manto hace una pizca de daño a la vista, con ese turquesa encendido, ese brillo, y la caída del tejido, con tan poco cuerpo.

El paréntesis tiene gusto amargo de gintonic en la Plaza de Mitjana. La tertulia es buenísima, y toda la conversación se centra en esa joya que será el Trono de la Redención, quizá en un par de años. Obra de arte maravillosamente coordinada que se colará en la futura terna de los tronos imborrables, eternos e imperecederos, a saber: Expiración, Sepulcro y -si no al tiempo- Redención.

El nazareno que vio la luz.
Foto: Álvaro Simón Quero
Cumplimos con la tradición de ver el Prendimiento en Ollerías, con una estética perfecta y los tronos bien llevados. Gustan los nazarenos con capas de damasco, y el color ya amortiguado de los bordados de la mejor túnica del Señor, la granate, con su botonadura de broches de oro. La Virgen del Gran Perdón va tan preciosa que no hay sitio para sacarle punta a nada; los dibujos de Casielles se recortan perfectos, con un brillo almibarado en toda la orfebrería. Atrás quedaron aquellos arreglos florales explosivos y tropicales que escondían y disimulaban carencias. Ahora es un esplendor de buen gusto.

Cuando me acerco al Huerto, en Carretería, me percato del error de haber escogido este enclave. No está mal que los niños armen gruesas bolas de cera; pero es que no se les ha educado en las formas, y aquello parecía un recreo de colegio. El Señor de estirpe dieciochesca no merece el risco improvisado y dispuesto con desgana de ramajos tronchados y florecillas de colorines. Ni el repinte del ángel, que le acentúa una rara y discutible guapura; así que busco un ángulo de visión donde los arbotantes me enmarquen al Señor, tan bien peinado, como siempre, vestido con las rocallas elegantes que un día idearon Salvador Aguilar y Manuel Mendoza. La Virgen llega apagada, lástima del siempre fascinante pecherín, por mor de la brisa. Pero apenas hay empeño en remediarlo. ¿Qué le ha pasado al dorado de Guzmán Bejarano que ya se ha vuelto completamente mate?

Con Humildad nos planteamos una buena ristra de preguntas. Si es compatible el afán de recuperar el sello de los otrora Servitas blancos con esta música alegrona para levantar el ánimo y avanzar camino de la Victoria. Desde luego, el ánimo de los portadores se ha multiplicado por dos, si pensamos en el año pasado. Calle Granada se hace complicada con sus balcones y esa larga curva en tensión hasta llegar a Santiago; quizá demasiadas voces de capataz para una maniobra que debe hacerse más limpia en el futuro. Pregunto por el arreglo de la Virgen, que me gusta. Desconocía que desde el año pasado la viste Pepito, de los Mártires. Le ha dejado las mejillas algo más despejadas, y los drapeados no son simétricos, más bien aportan naturalidad. Lleva un pecho de bullones magnífico, y la imagen va bien armada.

Para disfrutar de la Salud en calle Nueva se hace necesario dejarse llevar por la bulla y ensayar el paso de cangrejo para no pisar a nadie. Mira que la Salud lleva palio de recortes y trono de hojalata, mira que todavía esconde un trocito de tren de velas; pero qué sentido de la proporción, Ella en el medio, a buena altura, mejor iluminada que ninguna. Da igual la ventolera que haya; en la Salud se preocupan de que se vea esa cara. Si la miras de lejos no ves venir un trono, ves venir a la Virgen. Petalada, un Ave María entonado por toda la calle, alegría y más gente cada año. Al Cristo le han festoneado el monte de claveles con rosas rojas, espinos, cardos y hasta pequeñas orquídeas, de dulce. En el puente de la Aurora se dibuja la luna entre nubarrones raros, inciertos. Y al regresar, después de mil abrazos con aquellos que se espera uno encontrar en Domingo de Ramos, se forma un batiburrillo de sensaciones, y se es consciente del dolor de pies, ese dolor inconfundible que no se parece a ningún otro. Y que es tan buena señal.




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17 abr 2011

Sahumerio del Sábado de Pasión

La Virgen de los Desamparados.
Foto: Álvaro Simón Quero

Cosas de esta albacería nueva. Se podría resumir en que me quedaban algunos candeleros que abrillantar. Vamos, que cuando el Cautivo ha llenado de Gloria la Trinidad me pilló escribiendo, y me he conformado, no sin cierta desazón, con la retransmisión televisada del acto en el Hospital. La mente repartida al mismo tiempo en ultimar una crónica previa del Domingo de Ramos – que se me hacía raro, por aquello de haberme acostumbrado al sahumerio-, husmear entre las fotos de Luis Manuel Gómez Pozo -tan diligente... yo no sé cómo se puede llegar a tantos sitios- y un sesgado seguimiento de lo que ocurría más allá de la Plaza de Bailén. Reconfortante la noticia de que el Cautivo irá sin foco; consuelo a medias, ya que se asegura que se encenderá en los tramos menos iluminados -con lo que me gusta el caminar entre tinieblas de calle Carril, donde el Señor anda tan cerca-. Escucho una colombiana en el televisor, y me espanta el invento. Al Señor de Málaga una buena saeta, corta si puede ser, y montañas de claveles. Todo lo demás sobra.

La tarde pinta anodina, más que nada por esa sensación acuciante de que el Sábado tiene vocación de jornada de reflexión. Todos llevamos en el pecho un jilguerillo que se echará a volar el Domingo, estrenando el alma para que no se nos caigan las manos. Si el Viernes de Dolores es la gran antesala, el Sábado queda en mitad de las ansias cofrades turbado por la grandeza que sobreviene. Declino atravesar los barrios de Málaga y echarme a perder. Hay que guardar fuerzas para mañana -que absurdo autoengaño este del que derrama parrafadas de madrugada-.

En los Corazones miramos con interés la procesión de la dolorosa de los Desamparados. Hay mucha curiosidad por comprobar en qué desemboca esta pro-hermandad que cuenta entre sus anhelos la recuperación de la advocación del Cristo de Cabrilla. Me digo que apuntan buenas maneras: Hay elegancia -la del saber estar- y sencillez -la que es fruto de caminar sin prisas, poquito a poco, casi sin mecer, que se diría-. Me siento raro descubriendo que me identifico con esa imagen de corte contemporáneo -una Virgen menos aniñada, más curtida, casi más castellana- aderezada con arreglo a la antigua. Lleva pecherín bordado y corazón zaherido, y una ráfaga modesta. La acompañamos deseando que abandone las anchas avenidas y se introduzca en calle Igualeja, más pueblo, donde la comitiva adquiere una tonalidad más afín a su espíritu.

Con Humildad y Paciencia obtengo sentimientos encontrados. Me alegra la elección del misterio, ya que faltaba en la ciudad; pero me desencanta la labor apresurada de Ramos Corona, que nos ha proporcionado un grupo escultórico de calidades desiguales y terminaciones dudosas. Hay que cambiar ese trono barnizado y mejorar el risco para años venideros, que adolece de la singracia. La carpintería del trono de la Virgen presenta unas extrañas molduras que no aventuran demasiado del boceto de Curro Claros, aunque el conjunto anda más proporcionado.

Ya noche cerrada en el Perchel, asumimos disfrutar del Chiquito en Ancha del Carmen. Qué bonito es el Chiquito, ¡cuánto hay que quererlo! Con su imagen nos sobreviene no ya sólo la unción sagrada; también la ternura y la compasión. Su peana de carrete nos devuelve la estampa de viejos grabados, la del camarín antiguo. Hay que poner cuatro tulipas en esas volutas de las esquinas, broncear su rostro con fulgores parpadeantes. Miramos alrededor; qué desperdicio dejar las calles casi desoladas por una tarde-noche de fútbol, luciéndose como van los Bomberos en pos del Rey de Reyes.





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16 abr 2011

Sahumerio del Viernes de Dolores

La Virgen de los Dolores Coronada, en su traslado.
Foto: Álvaro Simón Quero


La siento como de mi barrio y eso que de Huelin a las Delicias hay un trecho suficiente; el sol pica, y al llegar lo primero que se hace es buscar la sombra imposible donde los ficus han sido convenientemente recortados para dejarle sitio al palio. Tienen mérito los que se han posicionado en mitad de la avenida, sobre la mediana, como Eduardo Nieto que se sostiene en equilibrio, tal que un poste, aguardando al encuadre perfecto. Me detengo a mirar los faroles de forja con cirios morados que cuelgan hermoseando la sencilla fachada del Ave María, mientras se me cuelan en los oídos conversaciones más o menos interesantes: La de ese niño que ha salido en la procesión del Divino Pastor y que llevaba más compostura que un adulto; o la que me pone en guardia sobre la llegada del primer edil: “Ya tiene el alcalde su oficio para toda la semana, va a sacar todos los tronos” -informa una señora a mi vera a propósito del Señor de los Martillos-. Estos nazarenos de turquesa oscuro, o verde mar, o azul pavo -no se ponen de acuerdo en llamarlo de un modo ortodoxo- ya están en la calle, con una compostura más que digna, cuando efectivamente suena ese primer toque de campana.

La salida de Mediadora me lleva a algún Viernes Santo en Antequera, viendo a la cofradía de abajo apontocada en el suelo, deslizándose sobre raíles; o a cualquier Lunes Santo en Los Mártires, salvando distancias. Impresionante el levantar del trono a una, desde el suelo, sin tribulaciones de esas que ocasionan un bamboleo desagradable y que arrancan pequeños quejidos de fingido pánico. En lo que dura una marcha y se planta la Virgen en la sombra ya se han armado las patas del trono. Se hace bonito el Viernes de Dolores en esa tarde de saludos cordiales y abrazos. Los amigos, los viejos y los nuevos, tejen improvisadas tertulias sobre la impronta de esta Hermandad y algunas quimeras cofrades para años venideros -alguien sueña a mi lado con un trono de plata para el Nazareno del Paso; otro alguien con la recuperación de las manos entrelazadas de la Señora de los Dolores de San Juan-. Incluso ponemos cara, nombre y apellidos a los cofrades con los que charlamos animadamente cada noche de cuaresma, en los cabildos intangibles de la red.

En la última vuelta a la cofradía, antes de ir al centro, me fijo en los claveles, que este año no se componen en piñas cónicas; en la candelería cedida por la Esperanza, cuyos cirios narran en sus sellos un hermoso discurso de Virtudes teologales y cardinales, además de una hilera de santos jóvenes que hace un guiño a la celebración madrileña de la Jornada Mundial de la Juventud. Antes de irme me hace mucha gracia cómo maniobran en la esquina de Manuel Altolaguirre con Pasan los Campanilleros. Se les adivina de impronta seria y parece que deban asumir un patrón; sin embargo también son de barrio, y qué barrio.

En San Juan sorprende el joyel de luz que es el trono de la Virgen de los Dolores dispuesto ya para el culto más antiguo documentado de Málaga, la función solemne de su septenario. “Ella es el Viernes de Dolores”, tuitea Navarro Arias desde un punto deslocalizado de la nave, lo que confirmo con una sonrisa interior. Algunos cofrades que se encuentran muy lejos agradecen que cuelgue una fotografía del momento. La música sacra nos llena y prepara para estos días, y se procede al traslado más bello de la ciudad, donde izando al Redentor se parafrasea la escena de la Exaltación que se encuentra a apenas un palmo.

Después nos apresuramos al Perchel, buscando en calle Peregrino la fachada con mayor riesgo de ruina para hacernos con una estampa añeja, dando la espalda a edificios de menos caché. Lo que debía ser un traslado deviene en procesión de patronazgo, al llegar la dolorosa de la Expiración enjoyada y dispuesta sobre ese altar itinerante que son sus andas, por malagueñas, alejándose en seguida de nosotros con su manto de escudos y medallones y recibiendo una petalada. La señora del balcón mas herrumbroso se cubre la cara como frenando su llanto; mientras tanto se acaba la lluvia de pétalos y cuatro o cinco manos agitan bolsas de plástico en el ático, para no escatimar, que se diría.

Tenemos diez minutos mal contados para llegar al Muro de las Catalinas. Encontramos el hueco perfecto justo cuando se inicia el cortejo. A algunos parece que les impreca nuestro silencio, y desde Carretería llega el vocerío de un bromista, el ruido de unas motos y algo más. Ese silencio que no ha habido tiempo de aprender, que improvisamos porque Salutación lo ha dispuesto de una manera sencilla. Que se rompe ocasionalmente con unos ladridos, y después con el llanto de un bebé. El Señor se asoma a la calle suavemente, y no hay otra marcha mejor compuesta para la salida que ese llanto, que aguanta hasta el final, el de un niño en brazos de su madre. Que me lleva al niño dormido del grupo escultórico, y a la sentencia de Jesús de Nazareth en el instante evangélico del misterio: “No lloréis por mí, llorad por vuestros hijos...”





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15 abr 2011

Sahumerio del Jueves de Pasión

El Rico comienza su Traslado.
Foto: Álvaro Simón Quero

El de ayer no fue un Jueves de Pasión como los que recuerdo de otros años. Normalmente, y por razones evidentes que compartís conmigo, es jornada de algarabía en lo hondo y mariposillas por las entrañas, soñando como está el alma con recodos de una procesión. Por causa de fuerza mayor, que la Virgen de la Esperanza conoce, desde por la mañana soy consciente de que no voy a oler una pizca de incienso ni ver a las sagradas imágenes avanzar sigilosas hacia sus tronos procesionales. La mañana me es aciaga, y la nubla todavía más la noticia mal contada de una reyerta entre hombres que se tienen por cofrades y se dicen de bien. Consigue arrancarme una sonrisa Juan Francisco Leiva, que acaba de arreglar a la Reina de Málaga para la gran noche del Jueves Santo, formando una revolera de pétalos de blonda en torno a la cara que siempre me ha consolado. Ha compartido la estampa con todos, desgranando también una plegaria de esas que nos gustan: “Si no hubiera trono, ni joyas, ni flores, con la misma pasión seguiríamos queriendo que cubrieras de verde nuestras vidas, pues de una cosa puedes estar segura; que Málaga siempre te espera, porque no hay duda, Esperanza, Málaga es tuya...”

Por la tarde, me aferro a mi pantallita que tantos sabores agradables y perfumes intensos viene regalándome, sabedor de que tengo al otro lado a un buen puñado de buenos cofrades, esos sí, con casta de cofrades de verdad, que jamás ofenderían a su hermano en el Señor, dispuestos a compartir sus vivencias casi al minuto. Y creo estar en calle Granada ante la repintada fachada de Santiago, con sus pilastras a medio terminar y sus maquillajes barrocos, viendo a Nuestro Padre Jesús Nazareno -como a mí me gusta llamarlo- cruzar una puerta dieciochesca para serpentear después por túneles y rondas de muralla, como asiéndose con ahínco a la Historia. Álvaro Simón me regala unas fotografías preciosas en las que se perfilan los titulares de El Rico, mientras continúa mi tarde noche de espera. Me llegan también las diminutas semblanzas de alguien que relata un atrezzo de dudoso gusto: Gafas de sol en la frente -¿a las nueve de la noche?-, chicle y hasta clavel en la solapa.

El Señor de la Pasión, anoche.
Foto: Álvaro Simón Quero
Después habría rezado el Vía Crucis junto a los hermanos de la Pasión, saboreando el recuerdo de aquellos años en que me colé entre sus filas con un cirial, palpitante el corazón en esa noche profunda y antigua que se teje en las naves de los Mártires. Habría caminado hasta San Juan para ver a la Señora de los siete Dolores bajar de su camarín; una salve habría sido el beso perfecto en su onomástica. Pero andaba, al mismo tiempo, muy cerca y muy lejos.

En la madrugada, un zumbido me despierta. La gran albacería de mi Señora de los siete Dolores ya la ha llevado a ocupar su lugar en el trono, en el centro, con perfecta candelería y jarritas de frecsias blancas. Pocas veces me agrada tanto que me corten el finísimo hilo del sueño. Pues ahora sí que puedo soñar tranquilo.





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14 abr 2011

La Generación del Arguval

Foto: ElCabildo.org


En 1987 aquella edición de dos volúmenes lujosamente encuadernados y forrados eran no ya un caramelo, más bien todo un deseo inalcanzable. Eran caros, y había que esperar la ocasión apropiada para esperar que nos los regalasen. Eramos púberes, coleccionábamos itinerarios de todos los colores (que por dentro eran todos iguales; qué mérito teníamos entonces calculando, a ojo, a qué hora más o menos estaría tal cofradía cruzando un puente o llegando a su barrio), y todos los carteles que llegaban a nuestras manos, con los que forrábamos la habitación.

Los de aquella generación ahora podríamos comprobar al unísono que las páginas de los dos tomos de Agustín Clavijo están regastadas, manoseadas y casi descosidas, de tanto que nos bebimos sus inflamados párrafos donde aprendimos perfectas muletillas, como el clásico “netamente malagueño”, que nos daba las pautas exactas para distinguir nuestras seña de identidad en el borroso concierto cofradiero general. Esperábamos La Saeta con una fidelidad encomiable, para decepcionarnos después al comprobar que un año tras otro se tiraba de fotografías de archivo; aquellas otras páginas se desencuadernaban con facilidad, ya que no estaban cosidas.

Era la época en que se remarcaba la filiación a una hermandad con los famosos pins, nazarenitos, escudos y otras miniaturas que se arracimaban en las solapas de nuestras americanas con hombreras. La Cuaresma era una auténtica vigilia informativa, sedientos como estábamos de saber de novedades y cambios. Apenas lo sabíamos todo al final, de sopetón, en el suplemento de un diario el mismo Domingo de Ramos, tras el rosario de la Aurora y los churros en Casa Aranda.

Los de aquella generación aprendimos una consabida letanía de lo malagueño, recitada hasta la saciedad; no cabían otras maneras que no pasasen por unas dimensiones colosales, un número concreto de arbotantes y la preferencia por unos materiales antes que por otros. Al mismo tiempo, nuestra quinta presenció la eclosión de las hermandades nuevas; todavía recuerdo maravillado cuando un servita blanco me hizo con un dedo la señal del silencio al preguntarle el nombre de su Cristo. Empezaron a verse acólitos delante de los tronos, al tiempo que la ciudad se reconciliaba con sus templos. El empeño de algunos cofrades -el sinvivir de Jesús Castellanos, punta de lanza con la puerta de Santo Domingo- derribó muros y abrió dinteles para las procesiones. Y la Catedral.

Entonces empezó a estar mal visto el parón obligado que hacían las cofradías en Arriola, para el bocadillo. Muchos desestimaron de hacer pulsos y otros iniciaron una pedagogía nazarena hasta entonces inexistente. La generación del Arguval, que había rendido un culto sincero a aquella biblia cofrade, empezaba también a leer de aquí y de allá -como la magnífica y extinta revista Via Crucis, todo un hito de rigurosidad, que puso luz en algunos recodos de los que se sabía bastante poco.

Desarrollamos un gusto personal, afirmamos unos criterios que todavía seguimos afilando; pero, y sobre todo, dejamos de tener una visión única, o maniquea. Desaparecieron los fantasmas donde en realidad no los había. Y aprendimos la gran lección de que la verdadera magia de la Semana Santa de Málaga -que no es la más antigua ni la que más ha conservado de su historia- es su eclecticismo, la capacidad para reinventarse y reiniciarse, el afán siempre experimental que todavía la anima.

Ahora muchos de aquellos ávidos y jovencísimos cofrades emprenden la labor de lo que un día echaron de menos. Desinteresadamente, constituyen publicaciones de libre acceso que informan con lujo de detalles del aspecto más ínfimo de la actualidad; con estas tecnologías punteras, han tejido una red que hace más dulce la espera de los días santos. A lo mejor son criticados, por eruditos y quisquillosos, por tiquismiquis, por reaccionarios, por decir lo que piensan en una tertulia. Pero ahí van, regalando su disposición, al servicio de la ciudad entera, sintiendo una responsabilidad que ellos mismos se han impuesto.  

La Esperanza


Sabes por quién te pido; sabes qué necesito. Él ya tiene tu pañuelo; se lo hicieron llegar con mucho cariño desde la cofradía. Acabo de verte arreglada por mi hermano Juan Francisco Leiva, que ha puesto en cada vuelta de tu rostrillo, prendidas, todas las oraciones de los que te ansiamos. Sólo siete días para el Jueves Santo; como dice un amigo "Es Jueves de Pasión y la vida dura una Semana". Me voy a agarrar al filo de tu manto, que huele a romero, y a decir todos los avemarías que llevo en el pecho.

13 abr 2011

Guía del Jueves Santo 2011




Ya disponible la sexta entrega de la Guía de Semana Santa. Los horarios e itinerarios del Jueves Santo de 2011. 

Para usuarios de iPhone: Descarga el archivo PDF en tu ordenador y luego arrástralo al programa iTunes. Al sincronizar el terminal, el archivo quedará disponible en la aplicación gratuita iBooks (que es necesario tener instalada si se quiere conseguir una óptima visualización). También es posible visualizarlo en otros dispositivos como iPad, iPod Touch, siguiendo el mismo procedimiento. 


Descarga el itinerario del Jueves Santo AQUÍ.







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12 abr 2011

Guía del Miércoles Santo 2011



Ya disponible la quinta entrega de la Guía de Semana Santa. Los horarios e itinerarios del Miércoles Santo de 2011. 

Para usuarios de iPhone: Descarga el archivo PDF en tu ordenador y luego arrástralo al programa iTunes. Al sincronizar el terminal, el archivo quedará disponible en la aplicación gratuita iBooks (que es necesario tener instalada si se quiere conseguir una óptima visualización). También es posible visualizarlo en otros dispositivos como iPad, iPod Touch, siguiendo el mismo procedimiento. 


Descarga el itinerario del Miércoles Santo AQUÍ.







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Sahumerio del Domingo de Traslados (II)

Los Gitanos, iniciando su traslado.
Foto: El Albacea

Esa tarde tiene su gracia. Gran parte del público asume el reto competitivo de ver el mayor número posible de traslados en el tiempo disponible, escaso. Hay carreritas y verdaderas muchedumbres que avanzan por las mismas calles, con idéntico papelito que ha mandado imprimir la Asociación Hombre de Trono (y esos nazarenos que dan miedo además de cera, y Chiquito de la Calzada recordándonos las torrijas). Málaga cobra un aspecto festivo innegable, entre la luz especialísima, las variopintas vestimentas producto del confuso tembleque climático y las ganas de calle -esas terrazas que le sacan la lengua a la crisis-. Un nazareno del tramo de cruces de la Redención me envía una foto del trono de los Dolores llegando a la puerta de San Juan, encarando la rampita con aspecto desmochado: Falta todo el atrezzo, pero la estampa supone una alegría grande para el alma.

Se corta por el callejón de los Mártires, todavía sin intuir siquiera la basurilla que rezumará el Thyssen en cuestión de horas, y se desemboca en la iglesia casi a punto. Al crujir las puertas me sobrevienen esas otras magníficas salidas; estas son las primeras puertas que, al abrirse, me emocionan. Casi parece que Los Mártires es madre de madres; o todo nace, o todo empieza, o todo vuelve y todo termina, o al menos todo pasa alguna vez por Los Mártires. Es difícil pensar en una Cofradía que a día de hoy prefiera abandonar Los Mártires; y eso que el Sepulcro está dando señales de avanzar en ese sentido. Ganarán Santa Ana para ellos solos, pero eso creo, que estarán más solos, porque el cancorreo de Los Mártires no lo hay en ninguna parte. Y no sé si me podré agarrar a alguna reja para ver al Señor dormido...

Los Gitanos configuran una estampa inamovible, Él muy amarrao -más amarrao que otros años, diría yo- con caenas y Ella con ese pañuelo viejo de gasa, muy oscuro, que me encanta. Es de esas veces que confirmas que el público se va educando en prestar atención al momento, dejando a la música su sitio y deteniendo la cháchara cuando toca.

La maratón exige que corra por Nosquera buscando Capuchinos, arrepintiéndome a cada paso de haber traído chamarreta. Pero el camino se hace más dulzón viendo en una foto recién tendida en la red por Tadeo Furest un huertecito maravilloso en su balcón de calle Comedias: Un naranjo, una maceta de romero y un esqueje de olivo traído de Getsemaní. En bromas nos decimos que hay que dedicarle un artículo: Hortus conclusus, propongo, que queda estupendo y es muy mariano. Como el amor que siente Tadeo por la Virgen de la Esperanza.

En la Pastora se forma ese barullo de improvisación en el que las bandas se pisan en sus sones mientras el cortejo se ordena en la calle y busca su sitio entre los músicos. Cuando pasan los niños de la OJE siento una tristeza rara, como si los compadeciera; es parte del efecto que provoca su uniforme de otros años, con esos azules, esa boina y esos calcetines; leo que acaban de añadir gaitas, que suenan, si me lo permiten, tristérrimas. Me gusta el Señor del Prendimiento con esa túnica, la blanca de tisú bordada -qué bien le sentaba cuando parecía un Lastrucci- y la Virgen, hermosísima. Pero no me quedo porque no llevo bien el desorden.

El Rocío, en Amargura.
Foto: El Albacea.

En la calle de la Amargura compruebo que de asir la chamarreta estrujándola con una mano ha quedado como ruán después de veinte penitencias. Busco dónde quedan algunos naranjos para esperar el Rocío. Pero cuando enfila la calle no me aguanto y la busco, y la acompaño un buen rato desde las aceras, mirando como se recortan los dos. Ahí va Curro Claros muy ufano y sonriente, andando para atrás; le ha puesto la mantilla a la Virgen con un recogido precioso, con una fíbula abrochada en el hombro y unos pliegues que ni dibujados. Y el Señor lleva la túnica morada con cardos y espinos que no puede ser más bonita. Ojalá la sacara el Martes Santo, ojalá. Pero no lo voy a decir muy fuerte no sea que haya que montar un cabildo.

En Uncibay no se cabe ni para pasar ni para ver la Pollinica en condiciones. Unos italianos gritan entre ellos a mi lado no sé qué de folclore y fiesta, y por el tono, tan escandaloso, no se sabe si les encanta o andan indignados. La versión para agrupación musical de Pescador de Hombres -que incita a la participación colectiva- es rarísima, y me espanta.

Hay que correr para encontrar al Huerto en el callejueleo del mercado de Atarazanas. Por primera vez, como el primer azahar o el primer incienso, que te lo revuelven todo, tengo el sentimiento verdadero y unívoco de que al Señor lo llevan como cordero, al matadero. Y es que, creo firmemente, eso lo sabía hacer Fernando Ortiz y quizá alguno más, pero nadie como él. Ayudan mucho Christus factus est, la cera morada, el recogimiento del público que sabe dónde está y qué está viendo, y un poquito de brisa que le mueve al Señor la melena. Lo voy adelantando para verlo más veces, y por ahí anda Navarro Arias con su mirada afilada como un lápiz, paladeando cada detalle de esta ambrosía convertida en procesión. En el puente de los Alemanes se esquivan los letreros con calma, y luego se avanza por esa sucesión de plazas que se han inventado en lo que antes era, simplemente, el Pasillo de Santo Domingo. Miro de soslayo el garaje blanco de la Estrella, con dos nuevos faroles que no tienen nada que ver con el look Moneo de la fachada, y le echo una promesa a la Virgen de no venir a la salida ni al encierro, hasta que no haya la cordura necesaria de volver a salir de dentro. Llegan los titulares y se aúnan las capillas musicales de Trinidad Sinfónica, y se encierra el Huerto en ese pedacito de Calle Álamos que nos han puesto en el Perchel.

Y la Esperanza. Podría terminar así, sin más. Porque a mí me parece que no debería emborronar con palabras lo que supone ver la Esperanza en la calle; cómo se habla, alrededor, de sus ojos, de su cara, de su belleza y de su llanto. Cómo hay quien no se puede aguantar y le dice guapa a pesar de la capilla musical. Lleva dos jarrás detrás, en las esquinas, con hojas de naranjo, romero y flor de azahar; muy poquita cosa, casi nada, sin un verdadero afán decorativo. Querría ser una aguja de ese romero esparcido que hay siempre a sus pies. Y quedarme hasta el Jueves Santo con Ella.  







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11 abr 2011

Sahumerio del Domingo de Traslados (I)

El traslado de la Sangre, por Comedias.
Foto: Álvaro Simón Quero

Entre unos y otros, a fuerza de repetirlo, hemos acabado bautizando esa jornada maratoniana como Domingo de Traslados. Y si no al tiempo, que esto se ha quedado instaurado como una tradición más, con esa facilidad que tenemos aquí para inventar y asentar en un plis-plás lo que se nos ocurra.

Acuden en algarabía los cofrades de todos los colores, incluso los que afirman que no les gustan los traslados. Y es que hay una fuerza imperativa que está implícita en escuchar un tambor, no lo podemos remediar. En el autobús hay una soflama generalizada; el lateral derecho de la Alameda está cortado para no sé qué podas o trasplantes que nos dejarán los ficus macrofila hechos un Cristo y veremos con qué porcentaje de sombra para ver la Pollinica a gusto. Y además se ha organizado no sé qué carrera urbana con bicicletas y se ha cerrado también el Paseo de los Curas. El chófer enardece a las masas, quizá en el ánimo de menoscabar las protestas por la insoportable lentitud con que avanzamos. Hay piezas desparramadas de las tribunas y palquillos por todos lados, a partes iguales con ramas recién cortadas; para mí todo esto tiene su encanto. Un tuit me avisa de que la Sangre va por Calle Nueva, y yo todavía aguantando ese calor insano de estos autobuses herméticos cerrados a cal y canto.

Por calle Larios me parece que es la Feria de Agosto. Treinta grados y mucha gente en bermudas y chanclas, y a lo lejos bulla de procesión. Imposible verla allí. Así que en la esquina de Aparicio, que tiene mucho encanto. Y mientras, me llego al besapié de Pasión. Al acceder al templo -ese que uno frecuenta tantas veces y es como una segunda casa- una señorita me indica que el Señor Cura ha advertido de que si no se asiste a escuchar misa no se puede entrar. Alguien debería recordarle a esta Iglesia Católica que a lo largo de su historia los templos con dos o más naves laterales se erigieron de ese modo para facilitar el transitar de fieles y peregrinos sin entorpecer el desarrollo de los oficios religiosos. Me molesta entrar en el saco de lo que consideran visita turística; yo vengo a ver al Señor -y lo mismo vengo a verlo en su Sagrario que también en la cara que tallase Ortega Bru, que para eso somos católicos; vamos, hombre-. Deslumbra toda esa platería con que se han hecho los de la Pasión; con los recortes de Cayetano González y un poquito más, se han fabricado un frontal de altar, una peana, un sagrario. Eso es habilidad deconstructiva, qué mérito.

Fuera ya es difícil encontrar un pedazo de pared al que arrimarse. Cuando llega el crucificado de la Sangre, no percibo sahumerio ninguno. Ni incienso ni ciriales; nada más que una nube de fotógrafos -profesionales, amateurs, advenedizos, ocasionales- que parecen participar de ese revuelo que comenta la muchedumbre: “¿Ves si lo lleva el Banderas?” Y eso que por aquí lo están portando mujeres; son ganas de ver cosas donde es imposible verlas. Y a propósito del pregonero, que efectivamente, y como es preceptivo cada año, ha llevado unos minutos el madero del Cristo de la Sangre, leo a Cristófol en mi terminal: “Yo ya no quiero jamón york, he probado el pata negra en el Cervantes. Ahora que no me pongan poetas de garrafón”. Me sonrío, muy brevemente; y se me nubla la sonrisa, y me da por pensar si no estaré cayendo yo mismo en la horterada con mis sahumerios semanasanteros...

La Virgen llega con su jardincito de siemprevivas y rosas, un tanto cursi entre tanto malva y tonos pasteles, y se coreografía un par de marchas en Calle Comedias. Me prometo un día más la torrija de Aparicio, que llevo deseando toda la Cuaresma y al parecer todavía no me he merecido. Y me recojo.






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