24 feb 2012

La Corona de Gracia y Esperanza

Diseño original de Fernando Prini Betés.
Cortesía del autor.

Se trata de una de las piezas artísticas de más valor de cuántas se prevén estrenar la próxima Semana Santa. Por la incuestionable valía de su diseño, del virtuoso Fernando Prini Betés, quien ya ha ejecutado una buena nómina de preseas en el ámbito cofrade malagueño, y asímismo por la nobleza de materiales empleados -plata de ley bañada en oro, esmeraldas y diamantes- y la brillante ejecución por parte del orfebre, joyero y también diseñador cordobés Manuel Valera, quien ha llevado a magnífico término un dibujo arriesgado y valiente.

La corona de Gracia y Esperanza. Fotografía: Azul y Plata. 

El diseño posee una exhuberante y al tiempo armoniosa impronta barroquizante que, sin embargo, se nutre en sus estilemas de buena parte del repertorio clásico propio del periodo renacentista. Tal y como suele hacer Prini cuando acomete un proyecto de esta responsabilidad, el diseño queda absolutamente enraizado en el estilo propio de la hermandad, bebiendo en este caso del elenco iconográfico natural de su predecesor, Juan Casielles del Nido. En tal sentido, se advierten como líneas argumentales principales el uso de figuras zoomórficas, que quedan jerárquicamente distribuidas por el canasto y resplandor de la corona, dotando de una vigorosa vitalidad al conjunto. 

El diseño y la ejecución. Fotografía: Azul y Plata. Diseño por cortesía del autor. 

Llaman poderosamente nuestra atención los principales de estos actores tenantes en la historiada arquitectura de la pieza: Dos magníficos grifos rampantes -animales ficticios del genial bestiario de los tiempos, mitad león mitad águila- que, jalonando el vástago central que emerge de los imperiales, diseminan desde sus pobladas colas sendos ramilletes de hojarasca profusa. El motivo escogido es tan atávico como su origen en la antigua Mesopotamia, y desde entonces, es sello inefable de realeza, pues sirvió como trasunto principal de los relieves de palacios asirios y babilonios. Llegan al uso cristiano de su simbolismo a través de las viejas representaciones romanas que servían para ornar frisos y bases de altares, a través de interpretaciones medievales en las gárgolas de piedra de las catedrales, y hasta en la heráldica, donde se exhibe su figura imponente como emblema de la fortaleza o la vigilancia. Aquí parecen escoltar -cual custodios de un blasón del quinientos- el escudo de la cofradía de los Estudiantes. Se trata sin duda de los elementos que dotan de mayor plasticidad esta joya, en cuanto el fastuoso plumaje de alas y colas se enreda helicoidalmente al entramado fitomórfico de tallos, macollas, hojas y un vergel de pequeñas flores punteadas de esmeralda. Allí donde se entrelazan unos y otros, el orfebre ha interpretado con maestría un juego volumétrico inusual donde algunas zonas de la urdimbre requerirían un forzado escorzamiento que  se aleje de la frontalidad imperante.

Haciendo gala de esta concepción escultórica de hasta los más pequeños elementos, esta corona se adhiere a una interesante secuencia de piezas similares -todas ellas diseñadas por Prini- en las que el trabajo individualizado y tridimensional de las partes convierten el objeto en una obra de joyería más que de orfebrería. Recordemos, en ese sentido, las coronas de Dolores de San Juan, Amor o Penas, todas ellas hitos evidentes tanto en su concepción como en ejecución.

El ancla de la Esperanza, sobre el escudo de la hermandad.
Fotografía: Azul y Plata.
Es el resto de la aureola una constreñida secuenciación de la letanía lauretana, en la que pequeñas águilas coronadas sostienen respectivas cartelas con los consabidos símbolos marianos, todas ellas con campo de esmeralda. Las estrellas, que nacen del mismo eje, superan en número al clásico apocalíptico de doce, siendo dieciséis y destacadas cada una por un diamante central. El punto álgido de la ráfaga viene marcado por el remate cruciforme en forma de áncora -el símbolo de la Esperanza- cuyo significado parafrasea un cordel enrollado a modo de sigma, evidente anagrama de SPES.

Por último, el elemento primordial: El canasto con imperiales, en cuyos paños ornamentales descuellan unos efebos angélicos emergiendo como grutescos de nudos vegetales. Cual atlantes, esgrimen sobre sus cabezas anagramas letíficos, y se ven jalonados por las también zoomórficas efigies de pequeños y esquemáticos dragones. Los cuales, como sierpes, emulan a todos aquellos pergeñados por el genio creativo casiellesco, y que habitualmente son concebidos como asidero de ánfora o jalón, y constituyen un adecuado y críptico acrónimo e ideograma referente a la SPES ya mencionada. 

Seis delfines en el nudo central de la corona. Diseño de Fernando Prini.
Por cortesía del autor.
No querríamos olvidar el pletórico racimo gallonado de delfines pinjantes que parecen envolver la cúspide de la corona, en la que el diseño preveía una perla en forma de lágrima y que se ha obviado en la pieza final. Dichos animales asumen también su pasado mitológico elocuente, como regio cortejo de Posidón en su monarquía océana, y han constituido un elocuente atributo de realeza tal que figura de las armas del heredero al trono de Francia -también llamado delfín- desde la Baja Edad Media y hasta el Siglo XIX. No hay que olvidar que el propio emblema heráldico del delfín de Vienne -luego delfín de Francia- es una corona con delfines como imperiales.



Es indudable que esta corona se ha hecho un sitio entre las piezas más interesantes y valiosas del patrimonio de las hermandades de la ciudad. Hace apenas unos días se la ciñeron por primera vez a las sienes de María Santísima de Gracia y Esperanza, bajo palio y en solemne ceremonial litúrgico, en un brillante presagio de Lunes Santo.



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