Fotografía: Álvaro Simón Quero. |
¿Qué
quieren que les diga? La Semana Santa de los palcos y las tribunas
parece perfecta. Tan alineada, tan marcial, tan iluminada... No me
extraña que los amantes de ese orden teatral defiendan que el
Recorrido Oficial se alargue. No sé cómo lo querrán hacer, pero
habrá que reservar medio centro histórico, porque Málaga es un
pañuelo, y nuestra Semana Santa una pescadilla que se muerde la
cola. Sin embargo, de tan perfecta que quiere ser esa Semana Santa de
palcos y tribunas, a mí se me antoja contrahecha. Como si, sometida
al espectáculo, estuviese plastificada.
Puestos
a elegir, yo prefiero la otra Semana Santa, la de la bulla. Esa que
estamos recuperando, la de calle Nueva, San Agustín, Granada, Madre
de Dios... Una Semana Santa mucho más incómoda, casi penitente, en
la que te llevas mil pisotones y otros tantos codazos. Donde hay que
lidiar con media Málaga para disfrutar del momento. En la bulla se
conocen las mismas caras un año tras otro; allí estamos los tontos
de capirote, por supuesto, señalando como un guía del Museo del
Prado el detalle clásico, otra vez absortos por la bendita rutina de
la vivencia; allí están los amigos, con el brillo en los ojos y el
mejor de los abrazos; también están los cangrejos, que saben andar
para atrás sin despeinarse ni arrugarse el traje; y los
insoportables, que no pueden evitar tararear o silbarte las marchas.
Así que, el summum de la bulla, lo redondo, es tener un amigo
cangrejo e insoportable, que sea un tonto de capirote hasta la
médula, que te señale los detalles clásicos y te silbe las
marchas. Entonces a la bulla no le falta de nada.
Luego
está la gracia de encontrarse una saeta o una petalá
sin esperarlo. A los sabiondillos, tontos de capirote, bien
entrenados en aprenderse las crucetas musicales y en memorizar al
dedillo los estrenos y novedades, esa bofetada sin mano nos recuerda
que la Semana Santa no se puede prever. Y esa mezcla borrosa entre lo
que recuerdas de cada año en ese mismo lugar, y lo nuevo, lo
inesperado, hace la espera durante el año un martirio chino. Al fin
y al cabo, podrán cambiar las flores o sonará una marcha en vez de
otra, pero en esa esquina, o frente a ese balcón, la Semana Santa es
tuya. Y sabes que es tuya y de nadie más porque allí la hiciste
prisionera, y la has adornado en la memoria...
Nota: Texto emitido en "Bajo Palio" (Canal Sur Radio) el jueves 14 de febrero de 2013.
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