17 may 2012

La vela rizada

Exorno de velas rizadas de la Virgen del Rocío. Málaga, 2012.
Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Pocas veces un elemento estético ha levantado tanta polvareda en lo que concierne al modo en que se exornan los tronos procesionales de nuestra ciudad. Junto a los arbotantes de cola o las hileras de ánforas de pequeño tamaño para adornar los frontales, ha protagonizado estériles debates acerca de la idoneidad de su colocación en los tronos marianos a razón de la posible pérdida de una cuestionable identidad. La vela rizada es, con diferencia, aquél que ha hecho correr más ríos de tinta -tanto a favor como en contra de su utilización-, haciendo caer en informaciones sesgadas, defensas a ultranza y consideraciones que sólo se acercan meridianamente a una justa valoración. La problemática de fondo no es otra que el asunto mil veces regurgitado de si la estética inspirada o importada directamente de Sevilla debe implantarse en el procesionismo malagueño, toda vez que se afirman unas peculiaridades o características que se enarbolan como propias de la idiosincrasia de la ciudad. Sirvan estas aproximaciones sólo para ordenar las ideas de lo que, a la luz de la escasa documentación escrita y gráfica, sabemos de su origen así como del uso que entre las cofradías malagueñas ha tenido.

Concepto

Estos personalísimos cirios, de uso más que frecuente en una importante nómina de pasos y tronos procesionales en toda la geografía andaluza -y por emulación del modelo procesional andaluz, en las Semanas Santas del resto de España-, están formados por una pieza de madera revestida de cera y rematada por una vela, que se adorna con flores de cera del mismo color que la del cirio. Entre las especies florales que forman estos ramilletes abundan las que imitan rosas, claveles, azucenas y campanillas, si bien la proliferación de su utilización ha logrado expandir esta variedad hasta la personalización exhaustiva. La vela rizada, en la actualidad, tiene lugar como complemento de la candelería y se utiliza exclusivamente en aquellos pasos y tronos dedicados a la Virgen María. Rara vez se instala en los altares de cultos, si bien no es imposible esta circunstancia, como veremos. Además, suele atribuírsele la propiedad de elemento diferenciador entre las hermandades que las usan como cofradías alegres o de barrio y aquellas otras que no las usan como serias. Incluso en la Semana Santa de Sevilla tiene lugar el debate sobre su correcta utilización, en cuanto se achacan a las maneras y hasta los andares de determinados pasos de palio una impronta, una personalidad, u otra.

Origen

La Macarena hacia 1900.
Nos remitiremos a la cita escrita más antigua que hemos podido constatar para comenzar a alumbrar algo acerca de su génesis. Es en el Diario de Avisos de Madrid del martes 1 de mayo de 1832 donde encontramos, pues, las siguientes palabras: Habiendo llegado á esta corte un andaluz, el que trata de fijar su establecimiento, y confiado en el delicado gusto de sus habitantes, se ofrece al público abriendo su nuevo obrador de flores de cera, velas rizadas para las misas de parida, bugías, é id. para adorno de pianos, á precios equitativos, en la Red de S. Luis frente a la calle de Jardines, tienda que fue de plumista. Espera que toda la obra sera del agrado del ilustrado público de esta capital por no ser de uso general ni conocida en este pais. Poco queda a la interpretación, aunque se podrían dilucidar al menos un par de cuestiones: Que la artesanía de la cera rizada y de las flores de cera podría ser oriunda de Andalucía; y que, por otro lado, los cirios rizados se usaban en las misas de parida, así como en el ornato de uso doméstico. No es difícil aventurar que existe una categoría de velas pequeñas, pellizcadas con tenacillas, cuyo uso aún en la actualidad es la de alumbrar el cristiano sacramento del bautismo a los recién nacidos. A estos también se les llama cirios rizados, aunque no suelen conllevar el ornamento floral.

Ya respecto al ámbito procesional, nos remitimos al diario ABC de Sevilla del 28 de Marzo de 1985, donde hallamos algo de luz en cuanto al momento en que pudieron aparecer estos cirios formando parte de las candelerías de las dolorosas: Es difícil precisar exactamente cuándo surge. Puedo asegurar, sin embargo, que antes de 1908 ya las sacaba la Esperanza Macarena, pero no con su aspecto actual sino con un trenzado que recordaba vagamente a las palmas del Domingo de Ramos. Algunas veces, la hojarasca se distribuía en dos niveles, con estrangulamiento o zona lisa central, sin duda por la influencia de ramos bicónicos. Fe de lo expresado en dicho artículo dan las fotografías de principios de siglo en las que podemos contemplar cómo procesionaba entonces la popular Virgen sevillana, alumbrada por una candelería de escaso calibre -el grosor de los cirios de entonces no estaba pensado para la manera en que ahora se levantan y mecen los pasos- y jalonada por sendas velas rizadas. Más antiguas parecen otras tomas fotográficas realizadas por Emily Beauchy hacia 1890, representando el paso de palio de la también sevillana cofradía de las Cigarreras; en ellas, efectivamente, también podemos constatar que en la década final del siglo XIX la dolorosa de la Victoria fue alumbrada con al menos cuatro grandes cirios rizados -adornados de flores al modo tan singular antes descrito- situados jerárquicamente más cerca de la imagen y tras un desordenado bosquecillo de cirios de diversos tamaños y grosores que apenas podían mantener su verticalidad.

Si procuramos hacer un paralelismo, en Málaga fue hacia 1900 -tal y como asevera Agustín Clavijo en su estudio acerca de la iconografía desaparecida- que la Esperanza procesionara quizá por primera vez bajo palio, posiblemente introduciendo en la ciudad una costumbre cuyos antecedentes más cercanos podrían rastrearse en la vecina Antequera. La suerte de arbotantes que rodeaban a la Esperanza en aquel trono de las estrellas de los Hermanos Casasola bien podía derivar de los candelabros con tulipas ya frecuentes en los pasos de palio sevillanos. Documentado como está el palio de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo -de Sevilla- como el más antiguo conocido en un paso -1610-, y correspondiendo a esta misma cofradía la más antigua candelería de plata de la capital hispalense, podría decirse que es en esa ciudad donde se establecen los cánones primigenios acerca de fijar el palio a las andas -el palio de mano, procesionado tras ellas, se data con anterioridad en la liturgia cristiana-. Ni a principios del Siglo XX, ni hasta un par de décadas después, empieza a configurarse en Málaga la idea que hoy concebimos de candelería, como emulación literal de las candelerías sevillanas. Precisamente en los años de las suntuosas procesiones promovidas por la Agrupación de Cofradías, y de aquel esplendor apresurado que echaba mano de todo cuanto estaba a su alcance. No olvidemos que en aquel afán de premura por encontrar un fastuoso efectismo, las hermandades malagueñas idearon el tren de velas, solución rápida si se carece de candelabros de orfebrería. Poco hay de invención en los tronos malagueños, más allá del uso de las peanas de carrete o de triunfo -muy probablemente por derivación de la gran peana que se instala en el camarín de Santa María de la Victoria en el siglo XVIII-. Cuando se produce en Málaga la introducción de la vela rizada, o su emulación con flores de tela, es en el mismo grado de mímesis aplicado al resto de elementos del paso-trono procesional.

En cuanto a Córdoba, si bien quedaría por demostrar si el origen de estos cirios proviene de una artesanía local propia de la ciudad de la Mezquita, como algunos afirman, no tenemos hasta la presente documentos gráficos ni escritos que puedan llevarnos a pensar que fue allí donde las hermandades pergeñaron su uso. Es más, se hace bastante improbable, debido al profundo declive al que se vio sometida la Semana Santa cordobesa en las décadas finales del Siglo XIX y las primeras del Siglo XX, donde las celebraciones quedaron reducidas a una escueta procesión del Santo Entierro en la que ocasionalmente procesionaron algunos pasos de dolorosa.

Cera escamada

Retratos de monjas coronadas. Méjico, siglo XIX.
No obstante, es muy posible que la artesanía de las flores de cera para adornar los cirios se remonten a tiempos mucho más pretéritos. De esto que decimos hay constancia en los numerosos retratos al óleo muy populares en el Méjico novohispánico conocidos como monjas coronadas. Se trata de unas peculiares pinturas -de las que existen valiosos ejemplares de los siglos XVIII y XIX en museos mejicanos así como en el madrileño Museo de América- en los que muchas familias quisieron plasmar a las hijas que profesaron votos en alguna orden conventual. Con la intención de perpetuar la efigie de la hija que abandona el núcleo familiar -en voto de voluntario encerramiento-, se encargaba a un pintor la tarea de representar a la novicia en el día exacto de su desposorio con Dios. Para tan importante jornada -tras los años del noviciado y como representación exultante de la profesión de los votos definitivos-, la monja en cuestión cambiaba la toca blanca por otra de color negro recamada de perlas y joyas de adorno, y era coronada por una estructura globular o imperial totalmente recubierta de flores y pequeñas esculturas de cera. Solía portar en una de sus manos una palma de la virginidad -una palma con ramilletes de flores- o un cirio floreado -de idéntica composición a nuestras velas rizadas, aunque en una medida acorde al hecho de ser portadas manualmente-, además de otros símbolos religiosos como escudos de monja -unos medallones pintados que ostentaban como pectoral- o pequeñas imágenes de vestir del Niño Jesús, aludiendo al Esposo. Para revestir esos cirios, palmas y coronas se usó, indistintamente, la técnica de la flor de cera así como la flor contrahecha, de tela.

Diversas fuentes aseguran que la artesanía de realizar flores de cera y otras figuras para ornamentar los cirios queda enmarcada en los tiempos en que la abeja europea -más grande que la abeja aborigen- fue exportada a tierras mejicanas, en la clara intención de expandir la técnica de fabricación de velas y cirios para el culto cristiano. Ya en 1574 el virrey Martín Enríquez de Almanza expidió una ordenanza para el gremio de cereros, especificando la pureza de la cera y los métodos de trabajo. Así, podría afirmarse que fue el siglo XVI la centuria en la que se fueron desarrollando diversas labores de cerería, llegando en el siglo XVII una ocasión sin parangón como fueron las fiestas de beatificación de Rosa de Lima -1668-, donde se produjo un artístico y desbordante despliegue en cuanto a la cerería se refiere, realizándose grandes tramoyas iluminadas por cientos de cirios decorados.

La técnica en sí parece proceder de la enseñanza de los misioneros agustinos -aunque es previsible que dicho conocimiento fuera extensivo a otras órdenes- a los nativos Ñahñús de determinados territorios de Nueva España. De tal forma caló este método del arte floral aplicado a la cera, que se ha mantenido hasta el presente con el nombre de cera escamada. Es así que hoy día podemos encontrar velas con una apariencia extraordinariamente similar a nuestras velas rizadas, con la salvedad de que la sensibilidad mejicana ha dotado de un variado cromatismo a los ramilletes florales de las velas, tiñendo con anilinas la cera antes de su moldeado. La ciudad de Salamanca, en Guanajuato, es uno de los centros de producción de esta técnica que cuentan con más tradición a sus espaldas, donde tienen lugar las más inverosímiles estructuras de cera floreada para sus fiestas religiosas y procesiones, las llamadas escamadas: cirios de mano, ramilletes, rosarios, maquetas de castillos, capillas y arcos que son llevados a los santos como ofrenda votiva.

Si recapitulamos, es bastante lógico que siendo Sevilla el centro de todas las operaciones comerciales de ultramar -a través del Puerto de Indias-, la técnica de la cera escamada o las flores de cera siguiera un lógico trasvase entre las órdenes religiosas españolas y las de América teniendo como nexo de unión la ciudad del Guadalquivir, del mismo modo en que muchos maestros de la imaginería, la retablística y otras artes llevaron el renacimiento y el barroco andaluz a tierras conquistadas por españoles. Al igual que ocurre en otros aspectos de la cultura, en lo referente a la cera floreada pudo haber una retroalimentación de ida y vuelta entre Andalucía e Hispanoamérica, siendo las actuales técnicas una virtuosa depuración con siglos de perfeccionamiento.

Flores contrahechas

La Virgen de la Trinidad, con exorno de flores contrahechas. Claramente, evoca
las composiciones realizadas con cera rizada. Málaga, 1948.

Es notorio que el uso del exorno floral natural en tronos y pasos es algo mucho más reciente de lo que a primera instancia podríamos concebir. En la gran mayoría de ellos, la exclusividad de este ornato venía delimitado por la tímida utilización de flores contrahechas. Con esta popular denominación se daban a llamar todas aquellas flores artificiales, normalmente realizadas con tela y alambre, que podían ser ubicadas de muy diversas maneras: A modo de guirnaldas pinjantes, enredadas en las varas de los palios, formando escuetos ramos en pequeñas y sencillas ánforas... Y en Málaga no es difícil hacerse con un variopinto plantel de documentos gráficos que nos ilustren acerca de esta costumbre. Aún cuando la mayoría de las dolorosas iban sin palio, ya las flores contrahechas poblaban en mayor o menor medida los tronos procesionales, entonces también llamados pasos.

La labor de las flores contrahechas parece devenir de forma natural de las tradicionales flores de talco, una artesanía que fue muy prolífica en toda España ya que se le daba un uso primordial como decoración preferida para arropar las reliquias en sus casetones y ostensorios acristalados. Tuvieron singular expansión en los conventos andaluces al objeto de adornar fanales de cristal y vitrinas en las que se veneraban, normalmente, imágenes de pequeño tamaño. Y encontraron un especial predicamento en la decoración de belenes, algo que sin lugar a dudas cuajó en la sensibilidad dieciochesca y en el perímetro de todo el ámbito por el que el belenismo, entonces, se extendió. Entre las flores de cera de las velas rizadas y las técnicas de las flores de talco apenas hay una sencilla transposición de una técnica a otra, permutando el material. Las flores de talco eran realizadas, al igual que las de cera, pétalo a pétalo, siendo éstos recortados de una vistosa hoja de oropel -papel metal de escaso valor, normalmente en color plateado o dorado-. No sin gran pericia, se les confería a estas hojas y pétalos cierto volumen al modo en que se labra el metal en la labor del orfebre, siendo en gran medida deudor de la joyería, que ha dado lugar a interesantes ejemplos de imitación de la flor -sin ir más lejos, la Rosa de Oro que el Sumo Pontífice, a título personal, concede a determinadas devociones marianas-.

Fueron varias las cofradías malagueñas que ya desde aquella década de la floreciente Agrupación quisieron incluir en el ornamento de sus tronos unos ramilletes de flores contrahechas, de forma abundante y muy vistosa. Muy probablemente, la carestía de entonces dio lugar a que las hermandades no recurriesen a velas rizadas -efímeras, y por tanto de nuevo encargo cada año- sino a un simulacro de ellas. Imitando las velas rizadas de los palios sevillanos, en Málaga se instalaron alargados ramos de flores contrahechas en igual disposición a la de las velas rizadas. La mayoría de las veces, flanqueando la imagen en sus costados e igualándola en altura.

Velas rizadas en Málaga

Candelería de velas rizadas de María Stma. del Rocío.
Málaga, 1948.

Agustín Clavijo fecha en 1948 unas fotografías en las que María Santísima del Rocío procesiona sobre el trono que estrenase ese año tallado en madera por el conocido Adrián Risueño Gallardo. Se trataba de uno de aquellos paradigmas que han quedado en la memoria colectiva como representativa de una estética muchas veces denominada como malagueña. Alto cajillo de escaso detalle ornamental pero dotado de gran dinamismo en sus líneas esenciales de diseño, poblado de volúmenes grandilocuentes. Iluminado por cuatro idénticos, airosos y recios arbotantes. Precisamente sobre aquel icono de lo netamente malagueño -expresión con que disfrutaba el profesor Clavijo para referirse a la consecución de esta estética-, la Virgen del Rocío iba alumbrada por una bizarra candelería en la que fueron instalados más de treinta cirios rizados, decorados en toda su superficie con flores de cera. Las flores naturales, por su parte, fueron escatimadas en el frontal hasta el punto de constituir un detalle anecdótico. Es la única ocasión de la que queda constancia que una cofradía emplease la totalidad de su candelería en cera rizada, hecho que al parecer sólo tenía precedentes en la ciudad de Córdoba, donde la Virgen de la Esperanza y a instancias del imaginero Martínez Cerrillo ya había sido iluminada por un vergel de cera similar. Se trata, asimismo, de la primera prueba fehaciente de una imagen mariana procesionada en Málaga con velas rizadas.

Con el tiempo y la imposición de una nueva tendencia -que dio lugar a la llegada de los tronos de Seco Velasco y Villarreal, las imágenes de Duarte y Buiza o los bordados de Elena Caro-, en los años setenta del pasado Siglo XX tuvo ocasión un remozado uso de las velas rizadas en los tronos marianos. Es de todos conocida la poderosa influencia que había ejercido Juan Bautista Casielles del Nido a la hora de introducir un gusto preciosista y refinado en algunas hermandades malagueñas, teniendo lugar innovaciones estilísticas que sin duda constituyen el cimiento de la estética actual. Por otra parte, diversas fuentes orales aseguran que parte importante de la responsabilidad en las tendencias decorativas -modo de vestir las imágenes, exornos florales, disposición de la cera...- recayó, en aquellos años, en la tríada conformada por el religioso Manuel Gámez -vestidor de María Santísima de la Paloma-, Francisco Hermoso Bermúdez -hermano mayor de la Paloma desde 1972 y acreedor de una importante soltura creativa en lo que altares de culto y exorno procesional se refiere- y Lola Carrera -entonces camarera de la Virgen de la Esperanza y promotora de un giro estético más que importante-. La amistad que unía a estas personas y la afinidad estética que profesaban condujo a que otros cofrades se dejasen aconsejar en la misma línea, produciéndose en la Semana Santa de Málaga una especie de pequeña revolución creativa, en la que tuvo cabida el empleo de cera rizada; la Paloma y la Esperanza, por ejemplo, llevaron este exorno en un número considerable.

Fue sin duda la Virgen de la Paz, de la cofradía de la Sagrada Cena, la que con más énfasis introdujo en su decoración estos elementos, disponiéndolos al modo hoy canónico que conocemos -frontal de cirios pequeños, algunos cirios medianos en los laterales de la candelería y grandes cirios en la última tanda o atrasados respecto a la imagen-, si bien algunos otros tronos llevaron de modo testimonial vistosos pares de velas rizadas escoltando a la imagen. Es reseñable que hay testimonio del uso que entonces también se le dio para el culto interno, quedando bellísimas imágenes de algunos besamanos de la Esperanza en los que aparecen velas rizadas, muy fácilmente datables como los años en que la imagen estrenó el singular ajuar de bordados de los talleres de Caro.

Si bien ya la vela rizada se usaba ocasionalmente y casi a modo anecdótico -como la pareja de cirios con flor de cera que llevó la Virgen del Amparo entre 1983 y 1985- se podría decir que confirma su presencia en 1985 de manos de una cofradía nueva: La Hermandad de la Salud, que procesiona por primera vez aquella imagen de Dubé de Luque desde el edificio de la Facultad de Filosofía y Letras, luciendo en su candelería las velas rizadas en un estilo y número que ya hemos desglosado. En 1986 la Salud se hace cargo del exorno de las andas del traslado de ida para la Coronación Canónica de María Santísima de los Dolores, incluyendo varias velas rizadas que la Virgen trinitaria llevó aquel Domingo de Ramos. Sin embargo, es esta cofradía trinitaria la que, desde entonces y durante años, protagoniza la mayoría de los debates acerca de la supuesta pérdida de la identidad. Muchos cofrades, aun rodeados por la evidencia de tronos, imágenes y bordados realizados por artífices sevillanos, no dudan en señalar de forma inculpatoria un exorno concreto, como si aunara en sí el origen de todo mal o la traición a una estética propia. Si en la década de los años 90 el debate apenas se instala en los círculos cofradieros al uso, ya en el primer decenio del Siglo XXI los cofrades asisten y participan masivamente en la polémica debido a la proliferación de foros de conversación en la red internet, dando lugar a una variopinta y desordenada información, no siempre constructiva ni certera.

El episodio más cercano de esta polémica lo ocasiona el diario local SUR, con un artículo fechado el 11 de marzo de 2011: La Virgen de la O y la del Rocío lucirán este año `velas sevillanas´ en sus tronos. El autor de dicha breve reseña no firmada se aseguró muy bien de utilizar esta inexistente nomenclatura -que podría haberse aplicado a prácticamente casi cualquier elemento de nuestra Semana Santa- en el ánimo de reavivar una polémica maniquea, forzando los términos y aseverando que se trata de una estética que no es típica de Málaga. Por las formas en que se dio la noticia y se encuestó al público, se evidenció un claro interés por establecer una especie de alerta, dando lugar a un incómodo debate en el seno de la hermandad del Rocío, en la que incluso se llegó a celebrar un cabildo urgente con votación de sus hermanos sobre la conveniencia o no de usar los consabidos cirios. Podría decirse que no hay antecedentes en este sentido. Como hemos visto, en el pasado las velas rizadas fueron usadas por más cofradías malagueñas de las que imaginamos.

Para su candelería, la Hermandad del Rocío incluyó biznagas elaboradas con jazmines de cera en sus velas rizadas, en un evidente interés por personalizarla y dotarla de claves de identidad malagueña. En la Semana Santa de 2012, con la reiteración de dicho exorno, las cofradías señaladas reafirmaron la voluntad soberana de procesionar sus imágenes en conveniencia a la tradición y al gusto de sus respectivas albacerías.



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