5 abr 2012

Sahumerio del Miércoles Santo

Azotes y Columna. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
En el Miércoles Santo siempre me acuerdo de algo que decía un amigo, a propósito de cómo ver las procesiones ese día. Es la pescadilla que se muerde la cola. Las cofradías apenas se desligan del recorrido más monótono, hay pocas propuestas de enclaves con encanto y si no has pagado por unas sillas te las puedes ver un poco negras. Uno, que llegados a este punto se va haciendo más benévolo -será por agotamiento, habida cuenta de la frenética crítica constructiva que se estrena en Domingo de Ramos-, va perdonando esto y aquello. Pero al final, y a pesar de lo amantes que somos de encontrar la esquina especialísima, nos achantamos y vemos procesiones hasta en el Pasillo de Santa Isabel, que ya son ganas.

Vemos Fusionadas degustando una torrija grande de miel -qué difícil es elegir en la Canasta, que tienen torrijas de todas clases- y hablando del trono nuevo, del Cristo solo, de esto tan malagueño de quitar una cosa para que se luzca más el estreno de otra -yo es que no me creo del todo que los sayones de Suso de Marcos no aguanten un año más-, y de Juan Vega Ortega, que por lo visto nos hará los nuevos sayones. Me da a mí que ese trono, tan ancho, me lo van a llenar de gente; a lo peor incluso le ponen plumeros grandes. Hoy, sin el café todavía, me ha dado por buscar esa foto antigua de Azotes y Columna en el tronito barroco de Rodríguez Zapata, con los sayones delgaduchos y caricaturescos, de grandes bigotes. Y al verle al Señor, enmarcado en el arco nazarí del mercado, su postura forzada en los brazos, los rasgos arcaizantes y la pureza de brocado -puesta con poco temple este año-, me parece que no es empresa fácil hacerle su misterio y acertar. El trono mejora en la calle con los lirios, aunque el Cristo va un poco bajo. Con Exaltación comentamos aquello de que jamás el cajillo y los arbotantes fueron en sintonía: Cuando el trono era nuevo, los arbotantes comprados ya tenían un dorado viejo y mate; cuando se han hecho que reluzcan de oro fino, el trono ha envejecido con solera. Qué buenos crucificados tienen estas cofradías. Nos gusta particularmente Ánimas de Ciego con su aspecto marfileño, la cruz plana y el monte muy oscuro; en Mayor Dolor, nos distrae mucho la forma en que las barras y las corbatas del palio se voltean por no ir bien sujetas.

Ya en la desangelada ribera del río, hacemos cábalas de itinerarios serpenteantes para la Paloma. Como somos únicos en buscar el ángel, hacemos de los nubarrones -a los que, fíjense, ya no les tememos- un espectacular celaje pintado, como en los grandes cuadros barrocos, y así se saborea un poco más el discurrir de la Puente del Cedrón, desde el lado bueno -donde se escucha algo de guasa por el Verruguita y se ve mejor al Señor-. Pasan muy rápido, casi todo el pasillo a redoble de tambor, como si ese público sin tribunas no se hubiese ganado, por su paciencia, al menos una marcha y un andar más tranquilo. Apenas tiempo para fijarnos en el dorado que el año pasado no pudo estrenar. La Paloma llega con ese chasquido metálico de los rosarios en las columnas del palio, música para mis oídos. Y me detengo en ver lo guapísima que viene por el arte de Guillermo Briales.

A Salesianos los vemos salir de la Catedral. Aunque se hacía difícil asumir las cornetas y tambores para este misterio, hay que reconocer que llevan un repertorio serio y solemne. No estoy diametralmente en contra, ni mucho menos. No sé de qué manera nos encajamos en la puerta del Pimpi para ver esa que puede ser la última maniobra de San Agustín con Granada. Parece que la solución será enfilar Granada desde abajo, pero ¿no hay formas más hermosas, con música apropiada, de hacer muy despacio ese giro, sin tirones? Como siempre, el momento más dulce nos llega cuando vemos el trono marcharse, alzados los rostros hacia el Cristo de las Penas.


Consolación y Lágrimas. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Buscando a la Sangre para verla en calle Sagasta, nos cruzamos con una copiosa familia de nazarenos azules y de la cruz de malta, hartándose de bocadillos en mitad de la calle. Nazarenos descapirotados, nazarenos vagos, nazarenos maleantes -desde el cariño-. Surge el tema de las actitudes, y sale a colación la última tendencia: Acólitas desmelenadas -sí, parece un título de Almodóvar, pero es llanamente una realidad-. Ojo, no vayan a pensarse que mi comentario es sexista; tan ordinario me parece ver a estas chicas vestidas de dalmática y con la cabellera al viento, como los flequillos cortina o los penachos en ellos. Más que nada porque en la procesión lo fundamental es el abandono de la identidad, todo al servicio de los Sagrados Titulares. Pero suspiremos, que a esto va llegando la liturgia. Al fin y al cabo lo que importa es sacar todos los enseres a la calle, la plata a relucir, y ya está.

En el trono de la Sangre, ya solamente iluminado por los hachones, va la Virgen del Santo Sudario arreglada con las mejores intenciones, aunque alguien me susurre que por su peor enemigo. Lo mejor fue avistar al fondo de la calle, meciéndose, a Consolación y Lágrimas bajo ese palio nuevo de largas morilleras, que de lejos recordaban los flecos de los mantones de manila. Qué dibujo más bonito tiene ese techo de palio -viva Eloy Téllez-, con el gran escudo de la Merced, y qué bien han quedado los arbotantes, mejorados por Raúl Trillo y Salvador Lamas; ahora lucen mucho más armados de luz.

Virgen del Amor. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Por Alcazabilla el público se agolpa allí donde se tiene la panorámica completa del Teatro Romano. Buscando la postal; al fin y al cabo, el Rico es el Cristo en la Alcazaba. Aunque llegue a los sones de Macarena o Callejuela de la O -con lo bien que aguantaría Nuestro Padre Jesús, de toda la vida, tocado hasta reventar-. Disfrutamos la procesión desde ese lado, pero luego hay que cruzar para  verle la cara, dejarse fascinar por esa impronta antigua, como de pueblo, del Cristo con chorreras y túnica de cola. El risco, magnífico, muy trabajado. La Virgen del Amor luce tan espléndida como siempre -no en vano cuenta con la dedicación de Jesús Frías, de más de treinta años al cuidado de la imagen- y quizá mejor llevada que otros años a esas horas de la procesión.

Dolores. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Queda el colofón. No hay más remedio que hacer una paradita para un refrigerio en las terrazas de la Plaza del Obispo. Cuando llega Expiración nos disponemos, ahora sí, a no perdernos ni uno solo de sus nazarenos. Desde la Cruz Guía, todo es excelente en la Expiración. Al Cristo, con el que la gente tiene una reacción muy cercana a la que se vive con el Sepulcro, lo vemos andar con Virgen del Valle -nunca habría imaginado que esa fusión me resultaría perfecta- y después con sus timbales que derraman algo de Viernes Santo. La Virgen de los Dolores, muy poderosa, nos hace deshacernos en elogios. Está preciosa. Como siempre, van llegando las caras conocidas, y nos metemos en calle Larios -pues es de las pocas ocasiones que podemos mendigar un poquito de recorrido oficial- a ver llegar a la Reina de San Pedro con La Estrella Sublime. Aunque los adornos de geranios de las farolas me parecen pascueros, la calle se diría construida entera para ella y su categoría. La procesión lleva muy buen ritmo, sin prisa pero sin pausa, y entre Martínez y Atarazanas, con una oscuridad deliciosa, el cortejo encuentra mejor acomodo. Un acierto para regresar. Cómo me gusta que en su itinerario rece, para una vuelta muy lucida, el Puente de la Esperanza y la calle Nazareno del paso. Y qué orgullo para Málaga que la Esperanza le abra sus puertas para recibirles. Qué sueño de Jueves Santo.




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1 comentario:

  1. Hola Me llamo Maria y he descubierto este blog, a traves de su intervención en el programa del canal 101, me parece fascinante todos sus comentarios y estoy totalmente a su favor, describe todo con una precision magnifica, como pensamos muchos malagueños a los que nos gusta la Semana Santa.

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