8 abr 2012

Sahumerio del Jueves Santo

La Sagrada Cena. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Hay romero a tus plantas. Alguien, con plegaria discreta y callada, ha puesto en la peana un martillo. Durante tantísimos años, he visto ese martillo en las manos de un hombre satisfecho y sonriente. Era una gloria, un plenilunio de primavera tras otro, ver a Carlos Gómez Raggio tan feliz. Jamás removido por los nervios -para eso siempre hay otros menos curtidos, que al fin y al cabo es el tiempo quien otorga el temple-, con su terciopelo y su cíngulo de varias vueltas, Don Carlos siempre regresaba al encierro con una sonrisa que no le cabía en la cara. El brillo de los ojos nos daba la bienvenida a todos. Escuchar la música de Artola mientras los galeones crujían ya en el salón de tronos, y apenas dar un toque simbólico a esas campanas que suenan a catedral; difícil ordenar a más de doscientos hombres que depositen a la Virgen hasta el año que viene. Quién habrá puesto ese martillo a los pies de la Esperanza...

Es Jueves Santo, Esperanza, y desde muy temprano nos andamos preguntando si querrás echarte a la calle. Santa Cruz ha aprovechado una tregua para serpentear junto a esos paredones intramuros (es que en Carretería hay una trastienda de cachibaches que es mejor eludir cuanto antes). Unos amigos nos han brindado su azotea en la Plaza de la Virgen de las Penas para ver llegar a la dolorosa. Tras el oratorio y al otro lado de la falsa muralla -maquillaje de cemento de arqueologías potajeras- hay cornetas que anuncian a la Cena y a Viñeros; al fin y al cabo estamos en el meollo de todo. La tarde, mirando arriba, parece torcida, pero es que si no se le echaba un poquito de valor no habríamos tenido Semana Santa. Luego debates estériles podrán decir misa de hermandades valientes y de esto y lo otro, pero todas las decisiones son difíciles.

El día sigue hospitalario, pues nos invitan a torrijas caseras en un balcón de Arriola cuando ya hay nazarenos rojos. Podría intentar, por adorno, hacer alguna filigrana de palabras de los tejados del mercado y sus aires morunos. No hace falta. Es tan asombroso el discurrir de la Sagrada Cena Sacramental que nos tiene a todos ensartados. ¿Te acuerdas, Esperanza, de cuando venías a las monjitas? Por primera vez en mi vida descubro el entarimado de madera del cenáculo, y el mantel tan bien puesto, y las escuetas viandas; y sigo el dibujo, a vista de pájaro, del manto de la Paz. Qué privilegio, pues además estos hermanos no hacen distingos entre calles de primera y de segunda. Desde que salen de Puerta Nueva, toda Málaga es digna de sus denuedos. Se trata, sabiamente, de conectar con el pueblo, sin importar el rango de tu palquillo o la modestia de tu escalón. 

A Viñeros los habíamos visto en Puerta del Mar, ya algo incómodos por la bulla pero anhelantes del aire de cofradía antigua que parece recuperar. Hay mucho mimo; el Nazareno, con su llave del sagrario, viene andando por Nueva en buganvillas y racimos de uvas. Lástima que el trono, por esas desavenencias raras, se ha tallado y dorado de dos maneras que no casan bien. A la Virgen del Traspaso y Soledad, con un tocado especialísimo, se la ve cada vez más arraigada en su peana y su trono. Hay unos faroles de rocalla, que les dibujó Eloy Téllez, que serían perfectos para ir en las esquinas alumbrando su camino. La saya, de un particular tono ceniza, me recuerda de qué manera fascinante se te ha tostado, Esperanza, tu vestido de Elena Caro, ese maravilloso atavío que, con un volante preñado de florecillas diminutas, me recuerda que eres la primavera. Tú eres el renacer de la naturaleza, a tus pies rompe el azahar y brotan las hierbas aromáticas para bendecir los hogares de los malagueños.


Qué acierto después esperar la Cena en el nudo entre Cárcer y Casapalma, donde trenzan las marchas para demostrar hasta qué punto se puede hilar de fino para llevar un trono, bien mecido, a la gloria. Se recrean de tal guisa -es que el Jueves se escapa de entre los dedos- que puedo fijarme en el detallismo que se ha puesto en todo. El apostolado, vestido de dulce con diferentes estolas, capas, esclavinas y mantolines; los primeros apóstoles -entre ellos el encarnado por un joven Duarte- están sentados un poco más apartados, como abriendo la escena desde el frente. Y el Señor, con su manteo anudado al cíngulo, qué arte. A estas alturas, ¿todavía hay nostálgicos del Domingo de Ramos? Por aquello de que más valía ser cabeza de ratón que cola de león. Hoy parece una tontería. Se están haciendo amos de la tarde del Jueves. La Paz viene en el mismo plan; el vergel de flores, al milímetro en cada buqué -me encantan las cráteras del frente, entre ánforas-. Y caminando despacio y bailando un poquito allí donde encarta. No me queda más remedio que escribirle rápido un mensajillo a Sergio Bueno para contarle qué bien anda con "Carmen Coronada" -tan flamenca, tan perchelera-. A tí, Esperanza, te habría encantado ver como se enreda tu morillera con esa música de barrio. De tu barrio.

Santa Cruz. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Madre de Dios, devuelta al luto, regala su luz cansada para el balanceo del sudario de Ladrón de Guevara. Allí los rocieros de la Caleta obsequian una singular oración de flauta y tambor al paso de la Virgen de Santa Cruz. Me acuerdo de aquellos Viernes de Dolores con música de capilla y mucho silencio por calle Parras; y lo añoro. Me hace llegarme un instante a tu pequeño traslado, Esperanza, que apenas besa la calle y donde Málaga te besa.  

Luego no queda más remedio que armarse de valor. Para ver al Cristo de la Buena Muerte y Ánimas -ese es su nombre, Málaga, que no se te olvide- hay que echarle paciencia, dejarse arrollar por maleducados y hasta sentir algún insulto en las inmediaciones -tal que lo vivo lo cuento-. Muchos son capaces de pasarte por encima con tal de ver un palo en el aire y unos fusiles... ¡Ay! Pagaría por ver esa devoción al día siguiente, por encontrar ese silencio reverente. El Cristo de Paco Palma se aleja por Tejón y Rodríguez y la muchedumbre ya busca otro enclave. Será buena cosa buscar a la Soledad en la doble curva, donde le llueven pétalos y, ahora ya sí, las primeras aguas. ¿Son tus lágrimas, Esperanza? Se trata de un pensamiento fácil, como de literatura barata. Ando imaginando a la ciudad otra vez huérfana.

La Soledad de Mena. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
A Zamarrilla y al Chiquito le sobrevienen los goterones a esa hora, llave de la madrugada, en que el romero debía alfombrar la rotonda del nazareno verde. Apenas cuatro gotas, que dirán algunos; un chaparrón, cuentan otros. Suficiente para que no haya bendición del Nazareno. Tras acompañar un poco a estas hermandades, me voy contigo, Esperanza. A descubrirte, como si acabaras de volver.

Qué guapa te pone Juan Francisco Leiva con blondas prendidas a pellizcos y decenas de pañuelos enganchados a tu enagua. Quién sabe cuántos milagros habrán empapados en esos pequeños retazos de tela... Sabes que guardo aquél pañuelo, el que sostuvo a mi padre unos años más de lo que los médicos decían.  Qué gran hombre de trono fue, Esperanza. Ando agarrado a la cabeza de varal, medio encogido, cuando Paqui Ríos te canta una saeta, a mi vera. No me hagas esto, Esperanza.




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1 comentario:

  1. Que relato más emocionante. Estaba esperando este sahumerio de Jueves Santo para empaparme de información sobre los tronos, noticias sobre el agua que le cayó al Chiquito y a la Zamarrilla, sobre su cambio de itinerario, etc etc. Sin embargo, me encuentro con este relato precioso, lleno de emoción, dedicado a la Esperanza y casi me saltan las lágrimas. No sabía que tu padre fue hombre de trono de la Esperanza, pero seguro que le hubiese encantado leer tus artículos y verte disfrutar de la Semana Santa y compartir tus conocimientos con tu familia, tus amigos, tus lectores...Un abrazo enorme.

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