4 abr 2012

Sahumerio del Martes Santo (II)

La Agonía. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Tras dejar, resistiéndonos, al Rocío yéndose a Carretería, vamos a ver las Penas. Qué buena esquina la de Compañía con Fajardo, donde se han apostado los directivos de la Cena con el guión. El malapipa de la tienda de marcos ha colocado unos macetones y un cartón grande para que no se le plante allí nadie, y sale un par de veces a regañar a los que se apoyan en el cristal. Echa la persiana, hombre de Dios, y cierra el negocio. Saborío. Con la Cruz guía llegando, la llovizna nos hace revivir una pesadilla de cofradías que se vuelven con solo poner un pie en la calle; pero ahí andamos haciéndole burla al agua, cruzando los dedos en el bolsillo, rentabilizando cada minuto en que nos escapamos por los pelos. Y el Señor de la Agonía sale a Compañía doblando despacito. No se escucha una voz más alta que otra, no hay rachas ni empujones, y así se puede uno dejar llevar por esta esplendorosa mecida. Cuánto ayudan los sones de la banda de cornetas y tambores de la Esperanza, una de las cosas de las que más puede presumir la Archicofradía perchelera. Qué bueno irse de nuevo a lo clásico, al monte de claveles rojos sin más. Cuando el crucificado ya nos ha robado unos cuantos padrenuestros, el último angelillo de Carlos Valle, lloriqueando, nos señala desde la trasera el por qué de las Penas de la Señora, que llega poco después flanqueada de piñas compactas de clavel blanco. Al tenerla cerca le prometo, como así hice, verla dar ese giro de trescientos sesenta grados en su plaza, a los sones de esa marcha rimbombante y marcial que se nos quedó enganchada gracias a otras ya antiguas cuaresmas de radio. Eso sería casi al final de la noche, con la cera de diferentes alturas regastada y formando un agreste jardín de candelas.

Luego hacemos eso tan típico de buscar amplitud en la plaza de la Merced para ver revolotear las capas amarillas y grises del Rescate. Al Señor me da por rezarle para que lo dejen como está; que parece que con impronta de Lastrucci ya no queda otra imagen en Málaga. Su grupo escultórico, sin ser una joya de la imaginería, tiene esa teatralidad y ese casticismo encantador que tan bien entona con la túnica clasicona de Casielles y el trono de Antonio Martín. No le veo falta al arreglo del trono, está todo como siempre, como en aquellos años que me montaban los tronos en el patio de mi colegio. Yo le apagaba la antorcha al sayón cegato del Rescate, eso sí; pero vamos, pecata minuta. Lo que sí echo en falta es tomarse la calle con más interés, detenerse un poquito más, disfrutar de las horas que se van. Recorrió todo el sur de la plaza casi con prisas, con un par de marchas muy de Virgen, chimpún chimpún, y se nos quedó un regusto a medias. La Virgen de Gracia va arreglada con gusto; se la ve perfectamente con las azucenas tan comedidas en las ánforas, y ya parece que no se puede mejorar la estampa entre el palio, el manto cayendo en pliegues estudiados, la saya espléndida y la toca que no se queda atrás. Bueno, irse a encargar unos arbotantes dorados a alguien que sepa ponerse a la altura del maestro, que nos dejó hace un par de años.

El risco del Nazareno del Perdón. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Saliendo de Echegaray -qué difícil no seguir para arriba con la Virgen del Rocío- acordamos ver Nueva Esperanza con el telón añejo de Calderería. El trono de Toledano cada vez va gustando más, con esas esquinas arquitectónicas y valientes. Lo de los cristos asomados en las cartelas me resulta raro, pero eso tiene arreglo. Nada más falta hacerle a ese Nazareno unos faroles grandes, en condiciones. Lleva risco de musgo, nada visto, algo muy jerezano por lo que escuché, y una sinfonía entre rosa y morada de flores. Una preciosidad. La Virgen, con un arreglo muy trianero -llevaba brochecitos perfilándole el rostrillo- no parece ser ni la sombra de la que fue. En todos los sentidos.

A esa hora de la noche se produce un particular enredo de procesiones en la confluencia de Calderería con Uncibay, Méndez Núñez con Tejón y Rodríguez. El Rescate corre que se las pela Casapalma arriba mientras las Penas aguanta para hacer lo propio, en transversal. Y luego la Sentencia, de nuevo buscando su barrio. 

La Virgen del Rosario. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Lo que se respira viendo la Sentencia son ganas. La sensación de un gran equipo, de una gran familia con mucho interés por pulir detalles. Al Señor le cae cada vez mejor esa túnica de Juan Rosén, de hojas tan grandes que al principio chocaba tanto. Algún arreglillo de sastrería hay por ahí... Viéndolo venir entre tulipas de cristal de caramelo, pensamos en cuánto ha mejorado. Y la Virgen está más hermosa qué nunca. No puedo evitar ir a decírselo a Alicia Vallejo, que vive entregada por la Reina del Rosario. Le ha hecho el tocado tan despejado que desde los perfiles parece, como es, una Virgen de Gloria. Y, ya enfrascados en la emoción, hacemos de cangrejo un poquito calle Cárcer arriba, viendo el portento de subir el trono de un tirón. La lluvia de pétalos, en oleadas que parecían dejarse aconsejar por la música, fue la única lluvia del Martes Santo. 

De camino a casa recalo, ya solo, en ese Perchel abatido y a oscuras, donde refulge la Estrella con toda su cera encendida, y por si fuera poco, no una sino dos medias lunas, la bordada en la saya y la de plata en la peana. Alegra ver chispearle los ojos al bueno de Salvador Oliver, al mando del trono. Y de nuevo, por principios, les dejo apenas arrimándose a la Casa Hermandad. Un rápido avemaría en la capilla del Puente, donde ya está enlutada la Virgen, y a descansar que el cuerpo se resiente.




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