15 sept 2012

El Señor de los Martillos

Fotografía: Pepe Gómez.

Probablemente se tome su tiempo con un calentamiento muscular adecuado para afrontar tamaño esfuerzo; quizá requiera incluso de otros ejercicios de estiramiento tras el duro empeño. Puede que consistan en algunas rotaciones de muñeca y unos cuantos movimientos flexores de los dedos y las palmas de las manos, especialmente la derecha. Al fin y al cabo, los días y las noches pueden ser maratonianos durante el obstinado paroxismo cofrade de procesionar a varias decenas de imágenes por la ciudad. “Esto es cultura”, debe decirse cuando empuña el primero de los martillos que llega a sus manos. Metálicos, lígneos, sencillos, telescópicos, los diferentes martillos que se le ofrecen poseen asimismo diversos grosores en su empuñadura, y por su peso y dimensiones ofrecen muy distinta resistencia. No digamos de la voz de las campanas. Cada una de su padre y de su madre, requiere del tino y la maestría de un golpe certero; para ser más exactos, tres y adecuadamente distanciados golpes certeros. Tras varios años de experiencia, sabe estar en el sitio exacto y en el momento acordado, izando el brazo con determinación, apostando por la cultura centenaria de la ciudad.

Ya tiene trabajo para toda la semana”, murmuran algunas voces desde las aceras, al avistamiento de los primeros capirotes. Es más, puede que lleve ensayado mucho durante los traslados de todo tipo que conforman ese extraño entrenamiento al que se quiere incluso sacar tajada turística. Y no se equivocan. Ahí está, con su espigada figura, la sonrisa serena, la naturalidad y la campechanía que son tan bien recibidas. Es capaz hasta de capitanear un pulso, de los ordenados, con sus cuatro toques atinados y la vehemencia de estar sembrando historia por las calles de Málaga.

Lástima de los sinsabores que se llevan después esos cofrades. Con tanto regocijo lo abrazan, con tanta efusión le ceden sus martillos... Lástima. Será muy difícil seguir procesionando esos tronos y a esos sones si la ciudad -representada en la Casona del parque- tilda de ruido la música que es capaz de aglutinar a centenares de jóvenes en torno a la formación y la camaradería. Será difícil también profundizar en el sentido histórico y religioso de nuestras tradiciones si no podemos siquiera encender unos cirios en las procesiones de gloria -ni para honrar al mismo Jesús Sacramentado-. Y qué difícil será, por el Amor de Dios, tomarse en serio las políticas culturales de una ciudad donde la feria se celebra empantanando el entorno de una iglesia del siglo XVI y agraviando sin remedio a la Virgen de los Dolores, la del Puente, sí, esa misma que luce también la medalla de la ciudad. ¿Es comprometido, es sincero, el gesto de tocar nuestras campanas?

Permítanme la elegancia de la duda.




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