26 feb 2012

La subida al Calvario


Stmo. Cristo Yacente de la Paz y la Unidad en el Misterio de su Sagrada Mortaja.
Ntra. Sra. de Fe y Consuelo. Fotografía: Álvaro Simón Quero.


Christus factus est pro nobis,

obediens usque ad mortem;
mortem autem crucis,
propter quod et Deus exaltavit
illum et dedit illi nomen,
quod est super omne nomen.


(Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre.)


Así reza la filacteria pintada a mano que, desde las manos de un angel pasionista, se esparce por el risco del Calvario. Enredada en la hiedra -representación del triunfo de la vida sobre la muerte- y en matas de espinos y cardos -que evidencian la presencia del pecado y la redención del mismo a través de la penitencia-, dibuja un sinuoso sendero a las plantas de las sagradas efigies, como en las elocuentes pinturas de la Edad Media. Es difícil asumir esa auténtica vocación de cuaresma, por la que ha de desprenderse de todo y abandonarse a la obediencia (la obediencia del amor, quizá la más difícil). "Christus Factus est", parte del gradual de la misa de Jueves Santo -la de la Cena del Señor-, es un cántico de origen gregoriano muy frecuente en el tiempo de penitencia, y una de las piezas de capilla preferidas por los hermanos del Calvario para el acompañamiento del Yacente de la Paz y la Unidad al recorrer algunas de las estaciones.

Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Podría decirse que en el Via Crucis de antorchas del primer sábado de Cuaresma todo acompaña. Por su solemnidad, pero sobre todo por la manera en que, de forma natural, se aparta de esta vida -alejándose simbólicamente de la ciudad, desde el principio, prefiriendo jardines y la ladera de un monte- para acercarse a la otra. Apenas hay tregua para que los cofrades anden de palique acerca de bordados, estrenos o marchas, pues la lobreguez sucumbe a primera instancia. Desde muy pronto se cobra conciencia de que se anda siguiendo la cruz, que con sus discretos remaches de plata centellea en las sombras y hace de guía; lo de seguir la cruz se hace más literal si se acepta como auténtica la reliquia de la cruz que atesora el pequeño ostensorio junto a otra reliquia de San Francisco de Paula. La campana del muñidor, con toque sobrio, avisa de esta oportunidad.

Luego hay piedras en el camino, se advierte el aroma de romero e hinojo, se pisa un lecho seco de agujas de pino, y conforme lo mundano se aleja y el silencio se agolpa, la comitiva asciende la vereda del Monte de la Calavera. Las Saetas del Silencio traen aires del XVII, brevísimas y suficientes, entre una estación y otra. El sevillano anónimo que las compusiera para honrar a Jesús Nazareno no sería consciente de lo perfectas que resultan como resumen de la música de capilla. Quién podría imaginar ahora que en otras centurias era la única música que acompañaba a las imágenes en las procesiones, cuando el exorno floral era considerado un exceso y todas las vírgenes vestían de negro. Todo me hace mirar hacia dentro, lo que no siempre es cómodo. El ambiente es sereno, y llevo aferrada la mano de mi sobrina, que pone piedrecitas en las cruces, como se ha hecho toda la vida, pensando las mejores peticiones que se le ocurren.

Apenas se superan uno o dos de los meandros de la senda penitente, llegan lejanos algunos clamores de la ciudad apenas olvidada. Lo mundano se hace presente de nuevo, y el público se inquieta un poco, sin perder la compostura, absorto por los cuatro o cinco goles que debe estar marcando el equipo local al Zaragoza. Tan fuerte es el rumor de unas treinta mil almas en la Rosaleda, que desafía al silencio y a la noche, y nos devuelve por segundos a lo cotidiano. 

Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Queda la ermita. Hay un recodo al final del camino donde las copas de los árboles se abren. Y allí se olvidan las penitencias y se despista el espíritu hedonista con la visión de la ciudad del Paraíso, que parece más paraíso si se la mira desde el Calvario o desde Gibralfaro, o desde Pedregalejo. Aunque luego, de cerca, conozcamos sus miserias y sus fealdades. La Catedral iluminada, la luna como una tajada de melón, y recortes de la Alcazaba. Allí me vienen siempre los versos de Serrat, adivinando su descanso eterno:

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte,
quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.

La llegada de la piedad a la ermita es sobrecogedora. Antes de abrirse las puertas, ya se cuelan por las rendijas unos hilillos de la luz de los cirios. Luego la gloria, Santa María del Monte Calvario en la cima de su altar de Septenario, el más elegante y proporcionado de los que se están viendo esta Cuaresma, sólo a esa luz perfecta de la cera que en nada se parece a otra. Un buen nubarrón de incienso en mitad de la presencia vigilante de los acólitos -pocas veces se cuenta con una cuadrilla de esa madurez y presencia-. 

Y al acercarnos, ya detenidas las andas a los pies del templo, a besar los pies del Cristo, se recuerda -con el tacto frío de la madera polícroma- que todo en esta vida es simulacro. Miro a la Señora de Fe y Consuelo, a la que Guillermo Briales parece haberle tallado un rostrillo como lo haría un Fernando Ortiz (qué armoniosa conjunción entre atavío e imagen, formando un todo indisoluble), y con ese hálito de bienaventuranza emprendemos la bajada.



.

25 feb 2012

El Via Crucis del Dulce Nombre

Nuestro Padre Jesús de la Soledad. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Llegar al primer Viernes de Cuaresma con la paz de un cielo despejado; plantarse rápido en calle Granada -ya sin luces de carnaval, calle Larios es maravillosa al desnudo- y vislumbrar los cuatro faroles de Salutación -qué bien quedan esos faroles siempre: a su Cristo, a Viñeros, a estas andas de traslado del Cautivo- enmarcando la silueta nocturna del Señor de la Soledad. Para cortar camino y encontrar de frente la procesión atajamos por Santa María, y unas chapas metálicas del pavimento nos recuerdan, con su ruido seco, el del trasiego sobre los pasos provisionales para cruzar el recorrido oficial. Esa es la primera huella en el alma -podría haber sido el incienso o la cera en el enlosado- que ata el corazón a la inminente catarsis. Hay bulla suficiente  para la calidez deseada. 

Hay un hueco pequeño y justo en la doble curva; a un palmo anda Eduardo Nieto con su trípode (ahora sí que huele a Semana Santa) hablando animadamente de la fuerza de vaya usted a saber qué imagen nueva. Con el teatro de los misterios, se aguza el ojo en encontrar la próxima pregonera de la Semana Santa, el presidente que pronto cerrará una etapa y algunos hermanos mayores entrañables de los que siempre se alegra uno ver. Hay música de capilla, sahumerio, ciriales. Faltan pocas piezas para un engranaje misterioso y llevadero, y el público arracimado es del que sabe a lo que viene.

Va el Cristo sobre alfombra de lentisco, caminando suave con túnica de terciopelo granate y cordón de oro con borlones de morillera -debajo una camisa con botonadura de piedras preciosas-; abandona así la acostumbrada estampa del tergal morado, y endulza más si cabe la lastimera expresión casi femenina que Bernal ideó para la Soledad del Señor en el abandono de sus discípulos. Le han festoneado el cajillo con una leve hilera de rosas oscuras y pequeñas bayas de hipérico. Resulta parco, elegante.

Fotografía: Álvaro Simón Quero.
En Duque de la Victoria suena La Madrugá apenas hilada por los cuatro instrumentos. Es precioso pero, ¿por qué no echar mano del amplio repertorio de piezas compuestas para cuartetos de viento? Todavía no es primavera y ya andamos atisbando cómo molestan las luces hirientes de muchas marquesinas y rótulos. Pues no queda nada de luces advenedizas y otros estragos de la tecnología...

Le miramos llegar al primer templo; de lejos, le adivinamos cruzando la Via Sacra para el rezo de catorce estaciones en apenas un tercio de Catedral. Y esperamos donde ya teníamos decidido -verbigracia de las crucetas musicales anunciadas-, en el que sin duda es uno de los teatros de las procesiones. San Agustín, que siempre lleva prendido algo de Martes Santo -clavarse los nudos de la reja de la iglesia en las espaldas para creer morir ante la Virgen de las Penas-, enfrente del Tormes, en esa tribunilla genial desde donde se aprecia todo. La charla es animada -algo de los altares de cultos que se han visto, alguno con pretensiones de Portal de Belén o de Cruz de Mayo-. Me entretengo con una foto que alguien acaba de colgar del nuevo trono de Viñeros recién bruñido el oro; espero que monten espejuelos bajo la rocalla del moldurón, me digo.

Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Y ver por fin el enjambre de reporteros gráficos con sus insignias, alzarse los teléfonos inteligentes, algún encorbatado regañando a los cangrejos -nada más futil, nada más entretenido-. Y Cristo de la Agonía. Siempre he pensado que Abel Moreno tradujo en acordes la idea de ser llevado por el Señor, arrebatado de esta vida. Siempre echo de menos esta melodía solemnísima tras el crucificado de Buiza -y mira que las cornetas de la Esperanza suenan de dulce-. El paso es lentísimo, como soñábamos. Y al dejarnos se nos queda un regusto amable, el del refugio en lo que uno espera.


.

24 feb 2012

La Corona de Gracia y Esperanza

Diseño original de Fernando Prini Betés.
Cortesía del autor.

Se trata de una de las piezas artísticas de más valor de cuántas se prevén estrenar la próxima Semana Santa. Por la incuestionable valía de su diseño, del virtuoso Fernando Prini Betés, quien ya ha ejecutado una buena nómina de preseas en el ámbito cofrade malagueño, y asímismo por la nobleza de materiales empleados -plata de ley bañada en oro, esmeraldas y diamantes- y la brillante ejecución por parte del orfebre, joyero y también diseñador cordobés Manuel Valera, quien ha llevado a magnífico término un dibujo arriesgado y valiente.

La corona de Gracia y Esperanza. Fotografía: Azul y Plata. 

El diseño posee una exhuberante y al tiempo armoniosa impronta barroquizante que, sin embargo, se nutre en sus estilemas de buena parte del repertorio clásico propio del periodo renacentista. Tal y como suele hacer Prini cuando acomete un proyecto de esta responsabilidad, el diseño queda absolutamente enraizado en el estilo propio de la hermandad, bebiendo en este caso del elenco iconográfico natural de su predecesor, Juan Casielles del Nido. En tal sentido, se advierten como líneas argumentales principales el uso de figuras zoomórficas, que quedan jerárquicamente distribuidas por el canasto y resplandor de la corona, dotando de una vigorosa vitalidad al conjunto. 

El diseño y la ejecución. Fotografía: Azul y Plata. Diseño por cortesía del autor. 

Llaman poderosamente nuestra atención los principales de estos actores tenantes en la historiada arquitectura de la pieza: Dos magníficos grifos rampantes -animales ficticios del genial bestiario de los tiempos, mitad león mitad águila- que, jalonando el vástago central que emerge de los imperiales, diseminan desde sus pobladas colas sendos ramilletes de hojarasca profusa. El motivo escogido es tan atávico como su origen en la antigua Mesopotamia, y desde entonces, es sello inefable de realeza, pues sirvió como trasunto principal de los relieves de palacios asirios y babilonios. Llegan al uso cristiano de su simbolismo a través de las viejas representaciones romanas que servían para ornar frisos y bases de altares, a través de interpretaciones medievales en las gárgolas de piedra de las catedrales, y hasta en la heráldica, donde se exhibe su figura imponente como emblema de la fortaleza o la vigilancia. Aquí parecen escoltar -cual custodios de un blasón del quinientos- el escudo de la cofradía de los Estudiantes. Se trata sin duda de los elementos que dotan de mayor plasticidad esta joya, en cuanto el fastuoso plumaje de alas y colas se enreda helicoidalmente al entramado fitomórfico de tallos, macollas, hojas y un vergel de pequeñas flores punteadas de esmeralda. Allí donde se entrelazan unos y otros, el orfebre ha interpretado con maestría un juego volumétrico inusual donde algunas zonas de la urdimbre requerirían un forzado escorzamiento que  se aleje de la frontalidad imperante.

Haciendo gala de esta concepción escultórica de hasta los más pequeños elementos, esta corona se adhiere a una interesante secuencia de piezas similares -todas ellas diseñadas por Prini- en las que el trabajo individualizado y tridimensional de las partes convierten el objeto en una obra de joyería más que de orfebrería. Recordemos, en ese sentido, las coronas de Dolores de San Juan, Amor o Penas, todas ellas hitos evidentes tanto en su concepción como en ejecución.

El ancla de la Esperanza, sobre el escudo de la hermandad.
Fotografía: Azul y Plata.
Es el resto de la aureola una constreñida secuenciación de la letanía lauretana, en la que pequeñas águilas coronadas sostienen respectivas cartelas con los consabidos símbolos marianos, todas ellas con campo de esmeralda. Las estrellas, que nacen del mismo eje, superan en número al clásico apocalíptico de doce, siendo dieciséis y destacadas cada una por un diamante central. El punto álgido de la ráfaga viene marcado por el remate cruciforme en forma de áncora -el símbolo de la Esperanza- cuyo significado parafrasea un cordel enrollado a modo de sigma, evidente anagrama de SPES.

Por último, el elemento primordial: El canasto con imperiales, en cuyos paños ornamentales descuellan unos efebos angélicos emergiendo como grutescos de nudos vegetales. Cual atlantes, esgrimen sobre sus cabezas anagramas letíficos, y se ven jalonados por las también zoomórficas efigies de pequeños y esquemáticos dragones. Los cuales, como sierpes, emulan a todos aquellos pergeñados por el genio creativo casiellesco, y que habitualmente son concebidos como asidero de ánfora o jalón, y constituyen un adecuado y críptico acrónimo e ideograma referente a la SPES ya mencionada. 

Seis delfines en el nudo central de la corona. Diseño de Fernando Prini.
Por cortesía del autor.
No querríamos olvidar el pletórico racimo gallonado de delfines pinjantes que parecen envolver la cúspide de la corona, en la que el diseño preveía una perla en forma de lágrima y que se ha obviado en la pieza final. Dichos animales asumen también su pasado mitológico elocuente, como regio cortejo de Posidón en su monarquía océana, y han constituido un elocuente atributo de realeza tal que figura de las armas del heredero al trono de Francia -también llamado delfín- desde la Baja Edad Media y hasta el Siglo XIX. No hay que olvidar que el propio emblema heráldico del delfín de Vienne -luego delfín de Francia- es una corona con delfines como imperiales.



Es indudable que esta corona se ha hecho un sitio entre las piezas más interesantes y valiosas del patrimonio de las hermandades de la ciudad. Hace apenas unos días se la ciñeron por primera vez a las sienes de María Santísima de Gracia y Esperanza, bajo palio y en solemne ceremonial litúrgico, en un brillante presagio de Lunes Santo.



.

7 feb 2012

A vueltas con la Catedral

Fotografía: Azul y Plata

Desayuna uno con la noticia algo desenfocada de que la Catedral verá recortado su itinerario para las hermandades que en ella hacen estación de penitencia durante la Semana Santa. Al parecer, el hecho de que dicha celebración -sin duda la más relevante de cuantas ven la luz en la ciudad- se ubique cronológicamente en mitad del periodo expositivo de una importante muestra acerca de la historia de la Sábana Santa, imposibilitaría el paso de las procesiones por el trascoro del primer templo. Digo al parecer toda vez que se desprende del trasunto de la noticia que dicha incompatibilidad no se hubiera contemplado lo suficiente, ya que el hecho en sí de la modificación del recorrido se plantea como una solución a un problema, y no como algo consensuado previamente por la Iglesia y sus cofradías. Cuando el tema restalla en las redes sociales, uno querría adivinar un consiguiente aluvión de argumentos que difiriesen del criterio seguido. Sin embargo, no faltan las voces que, por un lado, alegan la provisionalidad de la noticia -podría ser que de momento sólo fuera una propuesta- y, de otro, se congratulan por las supuestas ventajas que para los cortejos nazarenos se evidenciarán. Tímidamente, los que se pronuncian levemente contrariados apenas aducen molestas modificaciones de los horarios.

¿De verdad eso es lo importante?

Lo primero que me entristece es la premisa de algunos -incluyendo quien habla en nombre de su hermandad- de que la decisión constituirá un balsámico beneficio para los portadores, quienes verán mermado su esfuerzo en unas decenas de metros. Porque ese ligero trasunto de la comodidad siempre me molesta en lo referente a las procesiones. Si es que, al fin y al cabo, se trata de cortejos religiosos que llevan a cabo un considerable sacrificio humano y basan en éste parte de su sentido -¿o acaso no es esa la interpretación más literal del concepto penitente que anima a las corporaciones nazarenas en sus intenciones?-. Es como adquirir uno de esos capirotes indoloros y livianos como la espuma que hacen de la experiencia nazarena algo mucho más llevadero. Digo yo que las cofradías que van a la Catedral, con el loable propósito de venerar al Santísimo o adorar la Cruz en el templo mayor de la urbe, lo hacen ya a sabiendas de que su itinerario redundará en rodeos y vericuetos incómodos. Como incómodo es el capirote, incómoda la cruz en el hombro e incómodo el varal removiendo las entrañas de los portadores.

Luego me ensombrece también la sensación de que la estación de penitencia en la Catedral, como aglutinante de un sentir cofrade y piadoso para cientos de personas, pueda quedar relegada a apenas un tercio de la superficie arquitectónica de que hablamos. Parece que sea asumible comprimir los tramos de nazarenos en un espacio tan reducido, y no me extrañaría que como reacción consiguiente se limitara en gran parte o incluso se suprimiera el acceso del público. ¿Nadie se plantea los problemas de seguridad que derivan inherentes a esta posible medida? 

Sin duda será un ejercicio de ingeniería cofrade presionar los lados del acordeón hasta el límite, y llevar a cabo la estación con el decoro que se exige para este tipo de celebraciones de la fe. Puede incluso que la medida se perpetúe, renunciando así a la maravillosa oportunidad de acompañar a los sagrados titulares de muchas hermandades en el corazón ineludible de la Basílica de la Encarnación. En unos años podríamos considerar natural que el paso por la Catedral sea apenas testimonial. Y eso que esta Semana Santa casi se planta en las bodas de plata de la apertura de la Catedral a las cofradías. Fue en 1988 que el palio de la Salud inauguraba una nueva etapa, aún con las reticencias evidentes de parte del cabildo catedralicio, sumándose hasta ocho a las dos cofradías que ya efectuaban la estación de penitencia (Pasión y Viñeros) de un modo privilegiado.

No imagino ya a ciertas cofradías sin su paso solemne por el templo inacabado, adentrándose por las naves siloescas según el trazado natural a su planta basilical. Desde luego, las imagino menos todavía constriñéndose a un espacio a todas luces insuficiente; podría resultar -con matices- alejado de la dignidad que se presupone. A las cofradías se les recuerda una y otra vez que son Iglesia, aunque parecen perturbar el inmaculado orden episcopal cada vez que quieren celebrar en su sede esta o aquella efeméride. Y eso que, en los tiempos que corren, esta religiosidad de las cofradías es, al menos en esta tierra, la que cimenta buena parte de devoción sincera.






.

1 feb 2012

Guía 2012


Por segundo año consecutivo, elalbacea.com editará próximamente su Guía de la Semana Santa. El formato seguirá siendo PDF, por universal y compatible con cualquier teléfono inteligente. Se ha diseñado con algunos contenidos interactivos, de modo que pueda ampliarse información (itinerario completo, datos de interés, novedades...), y se ha llevado a cabo en una resolución suficiente como para ser consultado tanto en tabletas como en terminales móviles. Se entregará para su descarga gratuita una por cada día de la Semana Santa.

La guía ha sido ilustrada con fotografías de Álvaro Simón Quero.



.