Fotografía: Anastassia Panenko. |
Ante la coyuntura
electoral que viven 39 cofradías de la Semana Santa de Málaga se me
antoja, en primerísimo plano, una pregunta clave: ¿Qué necesitan
nuestras hermandades del equipo que se fragüe a partir del próximo
20 de junio? Está claro que son muchas y diversas las asignaturas
pendientes, como es natural en una institución de este calibre. Sin
embargo, y ante diferentes tesituras como las que han venido poniendo
a prueba el carácter unidireccional que debería alentar a los
cofrades, viene muy pronto una respuesta: Hacer frente común, y
hablar con una misma voz. Algo que, las más de las veces por
omisión, no ocurre, empujando a las corporaciones a tomar decisiones
en solitario que ensombrecen el discurso unívoco, cristiano, que
debiera movernos.
Lo eché en falta cuando
el Cabildo Catedralicio comunicaba a inicios de la Cuaresma pasada
que la exposición sobre la Sábana Santa -que no de la Sábana
Santa- modificaría sustancialmente el itinerario de las procesiones.
Las estaciones de penitencia en el primer templo de la ciudad habrían
de hacer un considerable esfuerzo por encoger el espacio natural de
sus comitivas para hacer efectiva la estación sin menoscabo de su
dignidad litúrgica. Luego cada cual haría el análisis según su
particular escala de valores. Pero añoré entonces un
pronunciamiento corporativo al respecto. Ahora que la muestra cambia
de sede -cruzando la plaza y yéndose al vecino palacio episcopal-
podríamos formularnos la pregunta de si se tomaron las decisiones
correctas, o si gracias a un diálogo precedente que nunca se dio,
las circunstancias podrían haber sido otras.
Y más recientemente, lo
eché también en falta con el tibio asunto de los cirios apagados.
Que el Ayuntamiento a través de la empresa municipal de limpieza
muestre tan claro desinterés a los elementos simbólicos de nuestras
tradiciones es algo que ya no debería sorprendernos. Sólo hay que
dar cuenta del trato que reciben nuestros jóvenes músicos para el
desarrollo de su actividad; ahí queda claro lo que para el
consistorio malagueño es ruido, por un lado, y cultura, por otro.
Podría hacerse un silogismo al respecto: La cera derramada en las
procesiones de Gloria no es más que suciedad que afea el entorno
límpido y pulimentado de la nueva calle Larios -escaparate donde los
haya de la ciudad-; la cera derramada durante la Semana Santa es una
inversión a fondo perdido, pues genera una riqueza de tamaño
calibre que más nos vale no cambiar ni un ápice. Problemas que no
existían cuando la calzada de asfalto atravesaba la calle, y sí
ahora que el enlosado requiere de un mantenimiento que ni el titanio
del Guggenheim de Bilbao... Hipocresía y vacío en los que
finalmente cede hasta el episcopado, traicionando principios básicos
de su liturgia. Y como ocurre por estos lares, sembrando tristes
precedentes.
¿Es lógico que se
entable una especie de folletín maniqueo en el que algunas cofradías
puedan quedar en evidencia? Las Penas, fiel a la más pura esencia de
la tradición y la doctrina de la Iglesia, anunció que llevaría sus
cirios encendidos en la procesión del Corpus Christi, para acabar
renunciando a ello. La Cena, por su parte, quiso otorgar un nuevo uso
para los platillos metálicos del tren de velas de la Virgen y
confiar así en que salvarían el brillante pavimento de las
indeseadas gotas de cera en el traslado de su Sagrado Titular camino
del altar en el Día del Señor. Dolores de San Juan, que organiza su
propia procesión eucarística en la octava del Corpus, se planteó
renunciar a los cirios grandes de nazareno y su reemplazo por cirios
pequeños con cubilete, aunque finalmente adoptó una solución
parecida a la de la Cena. La mayoría de las cofradías, por otro
lado, se han mostrado cómodas asumiendo que acompañarán a Jesús
Sacramentado con un guión y unos bastones. Como si para escoltar al
Santísimo no existiera una tradición de siglos que atesorar...
¿Dónde está la voz de la Agrupación, dónde, cuando debiera darse
un grito?