31 mar 2012

Primer Sahumerio

Mediadora en su salida. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
A estas horas el ánimo se agrisalla; ha sido escuchar lo de la llovizna sobre el Cautivo, y se han cernido todos los fantasmas de una vez, con aplomo. Ayer, en la escueta espera de Mediadora -a quien se supone esa puntualidad británica que es sello de los que cuidan cada minucia- ya se avinieron los agoreros -de los que me encontraba rodeado, sin escapatoria- echando mano de aquesta o aquella predicción fiable. Anticiclones a los que se invoca, borrascas a las que maldecimos como a la madrastra que aparece sin ser invitada... Y de las cabañuelas esas, que no dieron agua, nadie se acuerda ya. Ni el orejeo de las mulas, ni las nubes de agosto, ni el cimbreo de las aves, sirven ahora que lo único que tenemos es incertidumbre. Suerte que iba bien acompañado de mi sobrina de tres años, entusiasta donde las haya de los nazarenos, en mis brazos y profiriendo una deliciosa pregunta tras otra: Que cuándo sale la Virgen, que qué nazareno es el que manda... Pegando saltitos nerviosos en la espera, me pide el librito de las procesiones. Luego le dan estampitas de la dolorosa, y me pregunta que por qué llora la Virgen. Difícil momento, pues comienza aquí la ligera catequesis, muy ligera todavía, en pinceladas de cuento. Todavía no se le dice nada de romanos ni judíos, es complicado. De momento, la evidencia del daño que le han hecho al Señor.

Mediadora. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
El palio se encajona bajo el arco, con la consiguiente vibración de la candelería, y con los varales a tierra se echa la Virgen a la calle en medio de la confusión de los que piden silencio y los que no pueden acallar la algarabía de otra Semana Santa. Esta sí es una procesión de Semana Santa. Bien medido, cada clavel en su lugar y cada cirio abrillantado y encendido. Hablamos -mi sabia compañía y yo- del collar que le cuelga a la Virgen de la mano, y de la barquita. Y luego la buscamos en una petalá, de esas buenas, cargadas. Cuando la niña vuelve con su madre, rezuma maravillas.

Función Principal del Septenario. Dolores de San Juan.
Fotografía: Pedro Enrique Alarcón.
Queda encaminarse al centro, a cumplir con el culto más antiguo de los que se han venido celebrando ininterrumpidamente en la ciudad. Función principal en San Juan. Me arrimo al Redentor en su besapie, que sobrecoge, y por esos azares hermosos, nos sentamos en el único banco de la iglesia desde el que se divisa a la Señora en su joyero en un perfecto eje de simetría. Un Stabat Mater del siglo XVIII resuena en las naves poco antes de finalizar. Inminentemente, el traslado del Señor; ese en el que se vivifica la Pasión de Cristo. Al quedarse todo a oscuras, salvo la litúrgica luz de la cera, se hace palpable eso de que la oscuridad es a la Semana Santa lo que el silencio para anudarse en el corazón una buena saeta o una música de capilla. Sólo en la tiniebla es percibible el diamante aquilatado que es nuestra Semana Santa, y en la negrura más espesa más relumbra la perfección de los siglos. Hoy Don Antonio Montiel, hablando del Cautivo durante su traslado en una retransmisión televisiva, ha reclamado más focos en los tronos; Dios le guarde de ser pregonero de nuestra Semana Mayor, Dios le guarde.

En apenas nada ya esta el crucifijo izado por cuerdas, balanceando suavemente su magnífico torso enjuto, brillando sus regueros de sangre a cada lamido de las llamas de los cirios. Y siempre, al verlo, pienso qué sentirá Rafaél de las Peñas -que no sólo tiene el privilegio y la gran responsabilidad de ataviar a la Señora- abrazando la Cruz del Redentor para clavar el madero en el gólgota de su trono. Enguantadas sus manos de negro, en el semblante todo el peso del minuto que se cierne. Cuántos ojos clavados en ese abrazo, como el del Señor cuando aceptó su sacrificio. Y aunque todo está medido, bastan unos milímetros para que el stipes se resista a encajar perfectamente en su cajillo. Si el Miserere finaliza, el silencio rotundo se convierte en una especie de discreto enemigo. Compartimos la tensión, por una empatía extraña que no encontraría explicación. Y en unos segundos, se cumple con lo previsto y el madero se alza en su sitio exacto, en el centro del trono. Para tranquilidad de los que amamos los ritos, perfectos en su forma y cuajados de sentido.

Traslado de Dolores Coronada. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Y sólo me queda el Perchel. Acordándome de mi padre, que fue toda la vida de la Esperanza pero amantísimo de la Expiración, cofradía que siempre me enseñó con admiración sincera, sin esas supuestas rivalidades de leyenda. Y pasa la Virgen por calle Peregrino con marchas clásicas eternas -Soleá dame la Mano-, le llueven pétalos de rosa y cada desconchón -por birlibirloque de la luz auténtica de las calles, la dorada, la de las farolas de todo el año- juega al camuflaje como recamado de la calle. Y no se puede pedir más, que el Perchel rebosa de alegría, y podemos felicitarnos de tener a Curro Claros arreglando a la Reina con sus encajes dorados y su manto de medallones tan bien puesto. Y qué decir de esas piñas cónicas de lirios, que como diría el vestidor seguro que son vitorianas, qué difícil armar lirios blancos tan bien. Hay que retormarla en calle Ancha, de vuelta, a los sones de la Madrugá, ante la evidencia de los corazones encogidos y de los aplausos que se contienen -por mor de esa solemnidad maravillosa que la Expiración exhala-. Y después, para qué queremos más.





30 mar 2012

Ella es el Viernes de Dolores

Ella es el Viernes de Dolores. Fotografía: Álvaro Simón Quero

Y no hay mucho más que decir. Dejemos que una imagen hable por sí sola.



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19 mar 2012

Guía 2012 de la Semana Santa de Málaga







Textos de Pedro Enrique Alarcón.
Fotografías de Álvaro Simón Quero.



Algunos detalles tomados de Azulyplata.net.



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17 mar 2012

De dentro

La Salud. Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Hace ya tanto que se abrieron de nuevo los dinteles... Tanto; aunque, por supuesto, esa conciencia del tiempo depende, y mucho, de lo vivido. Los de mi quinta, esos que crecimos aprendiéndonos la iconografía desaparecida en los tomos de Arguval y bebiéndonos cada edición de Via Crucis, saboreando los primeros programas de Bajo Palio, tenemos ya la sensación de que ha pasado bastante tiempo. Apenas nada, unos granos de arena, en el vasto discurrir de los siglos de una tradición varias veces centenaria. Y todo ha cambiado tanto... ¿Dónde han quedado aquellas imprescindibles convocatorias de culto impresas en papel de color vainilla, verdaderas joyas del dibujo? ¿Y las horas olisqueando novedades en las rendijas de los tinglaos? Muy atrás.

De aquellos años ochenta y los primeros noventa, del momento de eclosión de las hermandades nuevas, me queda un dulce regusto de aprendizaje. En todo momento, con la sensación de ir dejando crecer un criterio propio, tuvimos la grata experiencia de vislumbrar cómo nos reconducíamos al afán de superación y al inconformismo. En búsqueda del ahondamiento en las raíces, nunca sumidas en el experimento gratuito, las cofradías se reconciliaron con su madre. Una Iglesia que décadas atrás les había cerrado puertas, obligándolas a subsistir a la intemperie bajo toldos y andamios, y empujándolas a rehacerse en la grandeza y el orgullo de tronos colosales. Cuán difícil -cuánta lucha- para volver al templo, para sacar a relucir la fe por nuestras calles, pero desde el sagrario mismo, y regresando a él.

Se ponía de nuevo en valor lo litúrgico, concediendo a la procesión el sentido último de la que ésta es acreedora, por derecho legítimo, desde su propia acepción en el diccionario. Y así tuvimos en nómina una interesante sucesión de hermandades que salían de dentro, de dentro de la Casa de Dios, de allí mismo donde se encuentra el tabernáculo del Señor. Siempre para volver a él. Recuerden el tinglao que los Dolores del Puente, una de las abanderadas en este empeño, plantaba en el Pasillo de Santo Domingo: A tres o cuatro colores, varias lonas discordantes tejían un extraño edículo para proteger el único trono que procesionaba entonces. Era la forma, a conciencia, de reavivar la idea de lo indigno que suponía, para las imágenes sagradas, dormir en un tenderete teniendo tan cerca la verdadera y auténtica morada, con dintel más que suficiente y la necesaria unción sacra.

Amantes de la dificultad, los cofrades admiramos entonces a quienes echaron las rodillas a tierra o casi arrastraron los varales para salvar -por estas magias incomprensibles del hacer cofrade, que desafían a la física- las augustas portadas. Y en connivencia con ese feliz regreso del hijo pródigo, volvíamos allí donde, más allá de un encierro, presenciábamos la maravilla de ver a la hermandad indisolublemente ligada al altar y a lo que en su sagrario se encierra.

Pero, y conforme se echan encima los años, las costumbres se relajan. Y del mismo modo en que algunas  cuadrillas de acólitos -reinsertadas en las procesiones por esa didáctica de lo litúrgico- no parecen formadas por servidores del altar -el altar itinerante que es un trono procesional en la calle-; del mismo modo, decía, el templo empieza a ser relegado por la comodidad. ¿Qué criterio, si no éste, puede ser esgrimido para, dejando el templo, otorgarle a la casa hermandad un rol sustitutivo?

Viene a mi memoria la maravillosa recogida frente al portón de San Pablo, con el crucificado de la Esperanza en su Gran Amor clavado en el atrio para esperar a la trinitaria hermosura, la que es Salud de los Enfermos. Y también aquellos años en que la portentosa luz de la Estrella nacía bajo los arcos de la nave lateral de Santo Domingo, para dejarse acariciar por la primavera. Y quiero pensar, de corazón, que todo eso volverá.






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13 mar 2012

Nueva saya para la Soledad

Nueva saya de la Virgen de la Soledad.
Infografía: Pedro Enrique Alarcón, a partir de fotografía de Pablo Krauel.
La Congregación de Mena verá este año cumplido el objetivo de renovar todo el ajuar de Nuestra Señora de la Soledad, con una magnífica saya que supone un broche de oro para completar la que sin duda fue una de las más impresionantes proezas de la artesanía, el manto de procesión. Bien encaminados por la armonía estilística y de ejecución, los congregantes de Santo Domingo han vuelto a confiar en Jesús Castellanos para el diseño de la pieza, y en el taller de Salvador Oliver Urdiales para llevarlo a buen término.

Se ha resuelto con pericia la integración del vestido de la Señora en un conjunto de bordados grandilocuentes y voluminosos -como son los del manto estrenado en 2011-, proyectando una hojarasca que nace de una envergadura considerable en el borde inferior y mengua paulatinamente conforme descansa en la cinturilla. Se aleja así de consabidos arquetipos en que todo el dibujo mantiene una unidad de proporción, para plantear una estructura que sugiere ascensión  y se adapta perfectamente a las características específicas de esta dolorosa y su particular atavío.

La Virgen de la Soledad ya luce la nueva saya.
Fotografía: Pablo Krauel.
El esquema, simétrico, prevé dos formaciones gemelas con distribución a candelieri, que rematan en sendas cráteras con flores, y se acaban enlazando en la parte central de la falda sugiriendo la silueta del anagrama del Ave María. Finalmente, y justo allí donde casi descansan las manos entrelazadas de la Señora, un particular jarrón de pequeñas azucenas. Tanto las mangas como la falda se rematan en el borde con un baquetón de carácter arquitectónico que parece enraizar en el propio trono procesional.

La pieza ha sido bordada en oro fino con la variedad de técnicas habituales, destacando sobremanera la pulcritud con que se han ejecutado las nervaduras de hojilla, de tal perfección que parecen oro bruñido. Incluye leves detalles de seda de colores en los elementos florales, que en nada enturbian la sobriedad que imprime el terciopelo negro.




Aquí se puede leer un artículo sobre las piezas de bordado que se estrenaron en 2011, incluyendo el manto de la Soledad.




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11 mar 2012

La verdadera Vera Cruz

Stmo. Cristo de la Vera Cruz, ya restaurado. Fotografía: Pedro Enrique Alarcón 
La mayoría de las veces no nos planteamos siquiera el tortuoso rosario de adversidades que una obra de arte puede llegar a padecer. Nos quedamos en la imagen nívea, abrillantada, impoluta, que las efigies sagradas exhiben desde su más reciente intervención. Lo demás es muy difícil imaginarlo. ¿Quién podrá, a la luz del renovado aspecto del crucificado de la Vera Cruz, de las Reales Cofradías Fusionadas, intuir siquiera que siempre estuvo ahí? Quedarán muy pocos cofrades de los que tuvieran uso de razón antes de la destrucción de la imagen en 1931; testigos que puedan corroborar que la talla que hemos venido procesionando durante veinte años -tras una intervención más que discutible del año 1991- no había llegado a ser ni la sombra de lo que un día fue. Porque, reconozcamos que, como público al que la imagen le vino recién llegada desde los albores de los tiempos, no fuimos nunca benévolos. Veíamos, como nos decían, un Cristo gótico; y lo hacíamos, con sus incorrecciones anatómicas y su aspecto rudimentario, de un mediocre gótico. Porque, tal y como nos lo devolvieron, y teniendo como referencias las escasas fotografías, los grabados decimonónicos y la imagen desoladora de los siete fragmentos en que quedó desmembrado, lo que nos llegó no era ni lejanamente de la categoría que a la luz de la historia se le suponía a un titular cuya advocación había resistido el envite de los siglos.


Fragmentos de la imagen desmembrada, tal y como fue exhibida en 1982.
Fotografía: "La Semana Santa malagueña en su iconografía desaparecida".
De ahí que la oportunidad vivida durante la exposición de la memoria del proceso de restauración, por parte del propio Profesor Juan Manuel Miñarro, constituya uno de esos hitos que merecen la pena. De primera mano, y con el apoyo de un arsenal gráfico que hablaba por sí solo, los allí presentes -en el acto de presentación de la imagen, el 10 de marzo de 2012, en el patio del Palacio Villalón, ahora museo Thyssen- no pudimos sino entender las circunstancias que habían abocado a la talla a una suerte de ostracismo artístico.

Lo primero que quedó en tela de juicio fue la intervención de Oscar San José del año 1991, que supuso  principalmente la reintegración de los fragmentos en una estructura nueva con la que consolidar la imagen. El empleo de materiales que resultaron poco estables en un lapso muy corto de tiempo dieron lugar a que la imagen estuviese sumida ya en un rápido proceso de agrietamiento particularmente alarmante. Además, la policromía empleada entonces andaba desprendiéndose a partir de craqueladuras espontáneas, lo que entre otras cosas ha facilitado el diagnóstico de la pieza e incluso la valoración de los estratos superpuestos para dirimir qué potenciar en el definitivo aspecto que habría de tener el Señor de la Vera Cruz.

A nivel físico, fue patente la inestabilidad matérica de los distintos ingredientes que conforman la escultura. Sólo al tacto -como explicó el restaurador-, la imagen presentaba una textura fría más propia de la piedra que de la madera. Ello, entre otras cosas, clarificaba la presencia de aire y humedades inapropiados entre la materia sólida subyacente y los aparejos con que fue recubierto para su apariencia ulterior. La pasta de madera utilizada durante la intervención de veinte años antes estaba aún blanda -ya puesta al descubierto tras los primeros análisis-, de lo que se podría establecer bien una inapropiada aplicación de materiales nuevos, bien un mal estado de dichos materiales. Lo más aconsejable sería la retirada de cuantos elementos dificultaban la pervivencia en el tiempo de la imagen. No dejemos de lado que algunos de los principios básicos de la restauración son la preservación y la consolidación.

A nivel estético resultó evidente que muchos de los elementos añadidos en 1991, lejos de recontextualizar lo que quedaba de la talla, la ensombreció. A saber: un abdomen mucho más ensanchado, una rodilla nueva absolutamente discordante con la que permanecía, una barbilla sin modelado que desfiguraba las proporciones del rostro y un conjunto de dedos -tanto de las manos como de los pies- de escasísimo valor. Sin los aditamentos mencionados, la imagen evidenciaría una anatomía muchísimo más correcta, lo que situaría al primitivo escultor en una consideración totalmente nueva. El primer Cristo de la Vera Cruz, el que se supone datado alrededor de 1505, hubo de ser un ejemplo característico del prototipo de crucificado de su tiempo, tal y como Miñarro quiso constatar mediante un estudio comparativo con otras efigies coetáneas, como el Cristo de los Vigías de Vélez Málaga. En ese sentido, sería un arquetipo más esquelético que musculado, con que los elementos sólidos de la estructura ósea quedasen patentes bajo la epidermis. Algo que se había desvirtuado por completo tras el general engrosamiento superficial de esta obra. En la misma dirección, Óscar San José había añadido un extraño y cubista pliegue lateral en el perizoma; un elemento que redundaba en la idea de una plasticidad tosca y rudimentaria, bien lejos de mostrarnos el virtuoso ejercicio artístico que realmente hubo.


Detalle del paño de pureza. Fotografía: Pedro Enrique Alarcón

Pero es la policromía el nivel en que probablemente más nos habían alejado de entender la estatuaria tardogótica. Mediante criterios muy difíciles de asumir, en 1991 no se había profundizado en ninguno de  los cinco estratos que han quedado patentes tras la intervención de Juan Manuel Miñarro. Lo que se hizo entonces fue aplicar una extraña coloratura entre marrón y anaranjado, que dista un abismo de las tonalidades grisáceas y verdosas que subyacían en buen estado unas capas por debajo. A nivel pictórico, nada en la policromía de hace dos décadas resaltaba los valores plásticos. Sin embargo, en el rescate de la policromía de más valor entre las halladas bajo aquella, resurgieron hilos de sangre, latigazos, y verdugones, confiriendo una impronta mucho más acorde a la iconografía representada. De la historia de las vicisitudes por las que hubo de pasar el Cristo de la Vera Cruz, Miñarro recoge el trasunto del ataque de insectos xilófagos que le sobrevino un siglo después de su hechura. Con los planteamientos de entonces, la imagen fue cubierta de lienzo encolado y vuelta a policromar. De ahí lo fácil que resultó su desmembramiento en los sucesos de 1931 y lo difícil que sería recuperar las dos últimas capas de policromía.

Así pues, la presente reconstrucción de la pieza ha consistido básicamente en consolidar una estructura metálica interior que estaba provocando daños a la imagen, además de reintegrar lo que faltaba tallando en madera lo que se podía -dedos, rodilla, nudo y colgajo del paño de pureza- y modelando en pasta de madera allí donde era más aconsejable -vientre, costillas, barbilla...-. Para no caer fácilmente en la invención, se optó por recurrir a principios básicos de proporción y simetría por los cuales se pudiese reconstruir cada uno de los elementos desaparecidos. Allí donde escaseaban las referencias, Miñarro hubo de tirar del enfoque científico, tomando del parangón con esculturas similares la principal línea de trabajo. De ese modo pudo recomponer el modelado de la barba -siguiendo en los mechones de cabello el ritmo compositivo del escultor original- y esculpirle al crucificado la lazada del paño púdico. Finalmente, la policromía con que se ha completado aquella otra recuperada se ha realizado con pinturas al barniz mediante franjas horizontales, siguiendo un principio de diferenciación invisible. Sólo con la visualización muy de cerca de la imagen, nos queda evidente la frontera entre lo antiguo y lo nuevo, gracias al uso de una textura no craquelada.


Carta de Hermandad de 1883.
Fotografía: "La Semana Santa malagueña en su iconografía desaparecida".

La imagen final nos proporciona una satisfacción que ni de lejos se habría adivinado. Se ha puesto en valor el delicado modelado de los detalles, y se le ha otorgado un aspecto último acorde a los tiempos en que fue concebido, ostentando regueros de sangre donde los hubo. La cabeza presenta el acabado debido al momento en que se le debió desvastar la corona de espinas -momento en que perdió su volumetría lógica- para lucir una peluca postiza de tirabuzones. El paño de pureza, como ejemplo significativo, ha recuperado el oro fino del borde, así como una leve línea de color azul. Se ha proporcionado una nueva cruz arbórea con nudos tal y como es usual en la tradicional iconográfica de los crucificados con esa advocación -la que entiende el madero como árbol de la vida-, y se ha retornado al uso de los elementos de orfebrería consustanciales al cambio de gusto estético que se obró en la talla durante el siglo XVIII. La cruz, por su parte, es completada con los remates de plata y una cartela para el INRI realizada en el mismo material. La imagen ha sido tocada con una antigua corona de espinas y tres potencias que se le han impuesto mediante eficaces sistemas de anclaje que hacen a este aderezo totalmente reversible.

Todo ello nos devuelve una impronta llena de serena elegancia, que nos hará sin duda replantearnos las futuras madrugadas de Viernes Santo. No sería mal asunto tratar de emular con buen criterio algunos pormenores del modo en que se veneraba la imagen para adecuarlo a su futura estética procesional: realizar una peana de triunfo de estructura piramidal y cuatro brazos -como se advierte en la hermosa Carta de Hermandad de 1883-, así como los ocho angelillos pasionistas que -portando los atributos de la Pasion- completarían el conjunto. Cuanto más recurramos a lo que conocemos del pasado, más justicia se le hará a la verdadera Vera Cruz.



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Así será la Guía 2012

9 mar 2012

Otra forma de presentarlo al pueblo

Boceto original del misterio de la Humildad. Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Es la renovación completa del misterio de la Humildad el estreno que ha causado más expectación durante el último curso cofrade. Podría decirse que la ocasión lo requería. Al fin y al cabo, este año se cumplen exactamente treinta desde que el maestro Buiza acabase de tallar la imagen del Cristo antes de su muerte, en 1982 (luego fue policromado por su discípulo durante el año siguiente). La hermandad siempre tuvo en proyecto la sustitución del anterior grupo, de Berlanga de Ávila, que resultaba a todas luces endeble en parangón a la soberbia imagen del Ecce Homo, una auténtica joya de la imaginería contemporánea.

Llegado el momento, la Hermandad se plantea la iniciativa como una oportunidad única para asentar definitivamente la puesta en escena de la presentación de Jesús al pueblo tras su flagelación y coronación de espinas. Confía para ello en el onubense Elías Rodríguez Picón, quien ostenta en su currículo un interesante elenco de imágenes para cofradías y hermandades, entre las que destacan por su innovación aquellas destinadas, como personajes secundarios, a grupos de misterio. Si hay algo que destacar en el trabajo del artista en cuestión es, precisamente, la forma en la que profundiza en la personalidad de cada uno de los agentes del misterio representado, otorgándole a cada cual un grado de autonomía inhabitual en los grupos escultóricos.

Barrabás. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Una de las primeras cuestiones que podríamos abordar en este nuevo conjunto sería la de su efectismo escenográfico. Recurriendo a estrategias tan antiguas como eficaces, el imaginero propicia un enfrentamiento entre los personajes que encarnan la bondad y la malicia, respectivamente, componiendo una sugerente gama gradual de afectos que se solapan a la propia concepción física del rostro, entendido así como espejo del alma. Es a lo que el profesor Juan Antonio Sánchez López, el asesor iconográfico de este proyecto, alude cuando habla de la calocagacía. Así, Barrabás y Caifás, alteradas sus facciones por la mezquindad y la insidia, se erigen en los umbrales máximos de fealdad, mientras Claudia Prócula, encarnando la compasión, ostenta una belleza dulce y serena. En un término medio se encontrarían las figuras que representan al Imperio Romano, el procurador Poncio Pilatos y dos soldados, manifestando con una concepción clásica de los rasgos una posición pseudo neutral respecto al proceso.

Ropajes de caifás, de Ildefonso Jiménez. Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Del afán por la teatralidad, Rodriguez Picón da un valiente paso hacia una concepción cuasi cinematográfica del grupo escultórico. A ello colabora, por otra parte, la interesante selección de los ropajes, tarea adjudicada al maestro bordador Ildefonso Jiménez, quien ha llevado a cabo, entre otros pormenores, una brilante labor que descuella sobre todo en el magnífico trabajo de pasamanería para el recamado del estolón y el efod de Caifás. Tal y como apunta el profesor Sánchez López, tras la sugestión colectiva que el cine obra en nuestra visión de la historia, se hace cada vez más difícil asumir nuevos grupos escultóricos que no procedan con precisión arqueológica en el atuendo de las imágenes.

Poncio Pilatos. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Al lado del Señor, consolidando la composición primigenia, encontramos la figura de Poncio Pilatos, presentándole con gesto contrariado debido a la reacción de la turba. Viste con uniforme militar y no con toga de senador, debido a que se encontraba en el pretorio, lo cual modifica cromáticamente la estampa clásica de esta escena. Despierta gran interés la configuración del rostro, en que el imaginero confiesa haber reinterpretado los modelos clásicos presentes en el género retratístico romano, siendo los bustos de mármol su principal fuente de investigación.

Caifás. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Tratando de compensar cierto vacío iconográfico, se apuesta por la inclusión de un Caifás instigador con el que se alude directamente al juicio paralelo desarrollado por el sanedrín judío. En línea al rol asumido por este personaje, que trató de asegurarse la condena del Mesías, Rodríguez Picón le compone un rostro afeado por la crueldad, sumido en el odio. Sumo sacerdote y por tanto máxima autoridad religiosa del pueblo de Israel, Caifás viste adecuadamente según la dignidad de su rango, a saber: Ostenta sobre el pecho un pectoral repujado por el orfebre Adán Jaime -quien además ha compuesto todas las demás piezas de orfebrería- engastado con doce piedras en referencia a las doce tribus de Israel; sobre su cabeza, una mitra con caracteres hebraicos y la estrella de David; y en su mano derecha, un báculo rematado en una granada, símbolo que para el pueblo judío tenía gran predicamento. Decir por último que el escultor había planteado en su boceto en barro una actitud mucho más agresiva de manos del sanedrita, empujándolo hacia delante con gesto amenazador y empuñando el cayado como una lanza para agitar al pueblo. Entendemos esta suavización final como una tendencia general hacia el equilibrio, descargando el principio dinamizador en la escena protagonizada por Barrabás y el romano que lo sujeta.

Las manos de Barrabás. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
El Evangelio sitúa a Barrabás como violento opositor al régimen imperial, adjudicándole un papel diametralmente distinto al de Jesús, que es un transgresor mediante la palabra y el amor. De esta forma, si Barrabás encarna el opuesto a Jesús, y por tanto a la idea última de pecado, ha de ser representado también como el individuo más feo de la escena. El reo que fue preferido por el pueblo judío, un zelote responsable según los evangelios de Marcos y Lucas de un motín en el que se produjo algún homicidio, es mostrado aquí desfigurado en una mueca horripilante. Sin duda alguna, nos es fácil asimilarlo a esa larga tradición de personajes de aspecto desagradable, entre los que encontramos a nuestro peculiar Verruguita -que procesiona en el misterio de la Puente del Cedrón- o los hercúleos sayones que castigan al Cristo de Azotes y Columna. En este sentido, es probablemente la efigie que más nos remite a la tradición barroca española, muy aferrada a lo pintoresco, proclive a la representación de tipos populares. El Barrabás de este misterio victoriano, descompuesto por la ira, se nos ofrece desgreñado y sucio, y tipifica un físico propio de alguien descuidado y hosco.

Manos de un soldado. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Del soldado que tiene asidas las cadenas de Barrabás, podemos decir que presume de una dinámica y atractiva arrogancia, adelantando su posición en una firme zancada y afianzando en su mano izquierda un gesto seguro, autoritario. Podríamos detenernos aquí para alabar el modelado de sus manos, así como el de las de todos los figurantes, virtud que no es todo lo frecuente que sería deseable en empresas de esta envergadura.

Aquilífer. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
El otro soldado, el aquilífer -el portador de la insignia imperial-, evocando la profundidad de los retratos psicológicos más logrados, adquiere una estática pose en virtud de su papel representativo. Lo vemos tocado con casco y penacho, a pesar de que en el barro original se le concibió cubierto con una piel de león. Así era costumbre en el ejército romano: La piel del león atribuía al ejército imperial un pasado mítico, toda vez que enraizaba en la leyenda del héroe más prolífico, Hércules, quien según el relato de uno de sus doce famosos trabajos, desolló al León de Nemea, al cual dio muerte, para vestir con su piel. Es de imaginar las dificultades que encontraría hoy día una cofradía para utilizar la piel real de un animal protegido, aunque no debemos descartar que este detalle del atrezzo, tan particular, llegue en algún momento a formar parte de la cuidadísima escenografía de este misterio.

Claudia Prócula. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Jugando un papel contemplativo, y situada como hasta ahora al final de la secuencia, encontramos a Claudia Prócula, siendo testigo mudo de los injustos procedimientos aplicados al Nazareno. Atesora una actitud compasiva que remite al modo en que actuó, movida por la piedad, obrando como voz de la conciencia de su esposo, el procurador romano. Elías Rodríguez ha tratado aquí de representar una belleza naturalista levemente distanciada de los conceptos clásicos del resto de figuras, toda vez que atiende, probablemente, a cánones de belleza actualizados, e incluso, cabe decir, que aplican rasgos de cierto localismo. El modelado del cuerpo, no obstante, sí queda inserto en la tradición escultórica grecorromana; imbuído en el concepto clásico de proporción y belleza ideal.







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3 mar 2012

Cuaresmero

Jesús de Medinaceli durante la veneración del primer viernes de marzo.
Fotografía: Pedro Enrique Alarcón.


Triduo, tres hermanos; quinario, cinco hermanos; septenario, siete hermanos; novena, nueve personas... Cuaresma, ¡cuaresmeros!

Con esta sentencia breve y concisa, fulminante por su precisión, saludaba un hermano de la Esperanza -a quien tengo gran cariño- en la jornada del Viernes de Medinaceli, via Twitter, a todos los cofrades. Día en que se visitan altares, se admiran las escalinatas de cirios y los exornos florales, se contemplan de cerca las imágenes y se aspira ese aroma tan perfecto de la Semana Santa que se avecina. En la red, las fotografías de perfil de muchos usuarios se transmutan en las imágenes de los Sagrados Titulares, demostrando la filiación de cada uno a su particular devoción. Tanto, que un ingenioso tuitero afirmaba, con fino sentido del humor: Mi timeline empieza a parecer la cómoda de un torero. A veces, incluso, resulta extraño encontrar según qué afirmaciones semejando ser emitidas por las imágenes sagradas.

Intuyo que no es cuaresmero aquel que trabaja por su Semana Santa todo el año. El que acude a los cultos preceptivos, participa de la vida interna de su hermandad y, sobre todo, pone en práctica el Evangelio cada uno de los 365  -o 366- días que tiene el año. Pero en esta vorágine, sálvese el que pueda, nos sumergimos -unos más que otros- muchos cofrades. Por estetas que somos -me aplico el parche el primero, por suspirar como un tonto de capirote por unas hileras de claveles bien puestas-, por hedonistas y por humanos. Preferir de un Via Crucis los traslados de ida y de vuelta antes que el rezo de las estaciones, andar más atento a los estrenos y novedades que a guardar la vigilia... O derivar en debates encarnizados sobre cuestiones de estilo a sabiendas que la verdadera sustancia se encuentra agazapada bajo el oropel. Qué débiles debemos ser al quedarnos sólo en esto.

El cuaresmero, encendido por lo que se avecina, y como se presagiaba con un hilarante hashtag en las redes sociales -#monodeSemanaSanta-, multiplica su actividad entre febrero y marzo, se hace de nuevo visible, para casi desaparecer silenciosamente una vez se pliegan las sillas tras la Reina de los Cielos -si es que no lo hace en cuanto pasan los Servitas-. Cuán reflejado me veo muchas veces en algunas de estas situaciones que ahora desgrano. Y es que la Cuaresma es inherente a la primavera, ese terremoto equinoccial que exalta buena parte de los sentidos del hombre, aquilata el corazón y lo empuja a desbordarse.

Quisiera encontrar entrañable la palabra, no acatarla como ofensa. Cuaresmero, capillita o semanasantero, respectivamente, aluden a un estado entusiasta propio de persona poco comprometida en el fondo. Pero, con la mano en el pecho, amantísima. Sirva la cuaresma también para perdonarle su falta al cuaresmero. Ser un auténtico cofrade, con todo lo que ello conlleva, es lo suficientemente difícil como para olvidarlo a menudo.






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Súper Hermandades

Trono de la Soledad del Sepulcro. Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Hemos crecido con la firme creencia de que esta Semana Santa, la que conocemos, se rige de forma democrática. Los que nacimos durante la transición no conocemos más Semana Santa que ésta. Asentada desde su más cercano renacimiento -tras la crisis de participación de los 70, eso de la era dorada de los años 80 y 90 que se tenía siempre en la boca-, esta Semana Santa tiene una visión de su funcionamiento que remeda, como espejo, al de la sociedad. Como cualquier otra asociación de civiles, las cofradías y hermandades se rigen por unos estatutos que, no ya a nivel eclesiástico sino al que la Constitución nos reclama a todos, tienen su razón de ser en la democracia. Al ser la Agrupación de Cofradías un órgano que reúne a las corporaciones de penitencia y regirse también por unos estatutos, esto de la democracia también se le presupone.

Pilar fundamental sine qua non, la igualdad. Irrenunciable para la vida ciudadana toda vez que, con la ley en la mano, no puede sino avanzarse en su garantía. Para el cristiano, además, ese principio tiene un valor catequético y moral, y habría de florecer de manera natural regado por la caridad y el amor al prójimo. Sin conciencia de igualdad no hay auténtica democracia, ni auténtica afección al Evangelio.

Por todo esto resulta tan indigna la propuesta de cinco hermandades señeras de alzar su voz, en solución de continuidad, por encima de las demás. Desean, tal y como parece deducirse de una propuesta que definen como constructiva, formar parte de la Junta permanente de la Agrupación de Cofradías, tener un puesto de relevancia, que se las tenga mucho más en cuenta. Una de las actitudes al conocer esta noticia,  sería ponerla en cuarentena. No sería la primera vez que el relato supere al hecho noticiable, y menos en alguna publicación de las que tanto deleite encuentran en la subjetiva y parcial concepción de la información. Sin embargo, ya que las reacciones se vinieron produciendo a lo largo de toda la jornada, y puesto que los silencios provinieron tan sólo de los propios interesados, esta situación merece una glosa.

¿Qué criterio han seguido estas cofradías, que juntas reúnen los honores de Pontificia, Real, Antigua, Ilustre o Venerable? ¿Qué esgrimen para sentirse en la convicción de que debieran ostentar para siempre una batuta que las diferencie del resto? ¿Por qué erigirse ahora en una aristocracia? ¿Hay nobleza de sangre también entre las cofradías de penitencia? El poder de convocatoria. Al parecer, es un hecho constatable que Esperanza, Expiración, Estudiantes, Paloma y Sepulcro reúnen a más publico en torno suyo que Cautivo, Rocío o Mena, por poner sólo tres ejemplos. Y que, también al parecer, este hecho constatable les otorga un derecho.

La manera escorzada a propósito con que se ha argumentado la propuesta, por su ambigüedad manifiesta, se tuerce hacia la exigencia intolerable. ¿Qué tendrían que decir al respecto las Cofradías de mayor antigüedad fundacional, no pensarían que se les arrebata una posición de privilegio? ¿Y aquellas que tuvieron un importante papel emprendedor -como la Sangre- en la génesis de la propia agrupación, allá por los años 20? ¿Y esas otras hermandades que, sin el olor de la antigüedad, hacen un encomiable esfuerzo en cuanto a labor social, no se encontrarían agraviadas?

Se consideran una élite; para el bien de todos, sabiéndose los mejores -como unos aristoi del siglo XXI-, estiman que será positivo alzarse sobre las demás voces, de forma perpetua, hereditaria. Y nos recuerdan a esos, también cinco, países miembros permanentes del consejo de seguridad de las Naciones Unidas, que haciendo uso de su derecho, vetan las decisiones que les resultan más incómodas. Aunque a eso se le llame principio de unidad de las potencias. Lo que sólo nos lleva a preguntarnos: ¿Qué uso querrían darle a ese poder, a la prebenda de tener siempre una voz preeminente? ¿Qué decisiones tendrían interés en tumbar, dado el caso, si llegasen a conseguir la capacidad de tener la última palabra? ¿A qué temen?