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Jesús de Medinaceli durante la veneración del primer viernes de marzo. Fotografía: Pedro Enrique Alarcón. |
Triduo, tres hermanos; quinario, cinco hermanos; septenario, siete hermanos; novena, nueve personas... Cuaresma, ¡cuaresmeros!
Con esta sentencia breve y concisa, fulminante por su precisión, saludaba un hermano de la Esperanza -a quien tengo gran cariño- en la jornada del Viernes de Medinaceli, via Twitter, a todos los cofrades. Día en que se visitan altares, se admiran las escalinatas de cirios y los exornos florales, se contemplan de cerca las imágenes y se aspira ese aroma tan perfecto de la Semana Santa que se avecina. En la red, las fotografías de perfil de muchos usuarios se transmutan en las imágenes de los Sagrados Titulares, demostrando la filiación de cada uno a su particular devoción. Tanto, que un ingenioso tuitero afirmaba, con fino sentido del humor: Mi timeline empieza a parecer la cómoda de un torero. A veces, incluso, resulta extraño encontrar según qué afirmaciones semejando ser emitidas por las imágenes sagradas.
Intuyo que no es cuaresmero aquel que trabaja por su Semana Santa todo el año. El que acude a los cultos preceptivos, participa de la vida interna de su hermandad y, sobre todo, pone en práctica el Evangelio cada uno de los 365 -o 366- días que tiene el año. Pero en esta vorágine, sálvese el que pueda, nos sumergimos -unos más que otros- muchos cofrades. Por estetas que somos -me aplico el parche el primero, por suspirar como un tonto de capirote por unas hileras de claveles bien puestas-, por hedonistas y por humanos. Preferir de un Via Crucis los traslados de ida y de vuelta antes que el rezo de las estaciones, andar más atento a los estrenos y novedades que a guardar la vigilia... O derivar en debates encarnizados sobre cuestiones de estilo a sabiendas que la verdadera sustancia se encuentra agazapada bajo el oropel. Qué débiles debemos ser al quedarnos sólo en esto.
El cuaresmero, encendido por lo que se avecina, y como se presagiaba con un hilarante hashtag en las redes sociales -#monodeSemanaSanta-, multiplica su actividad entre febrero y marzo, se hace de nuevo visible, para casi desaparecer silenciosamente una vez se pliegan las sillas tras la Reina de los Cielos -si es que no lo hace en cuanto pasan los Servitas-. Cuán reflejado me veo muchas veces en algunas de estas situaciones que ahora desgrano. Y es que la Cuaresma es inherente a la primavera, ese terremoto equinoccial que exalta buena parte de los sentidos del hombre, aquilata el corazón y lo empuja a desbordarse.
El cuaresmero, encendido por lo que se avecina, y como se presagiaba con un hilarante hashtag en las redes sociales -#monodeSemanaSanta-, multiplica su actividad entre febrero y marzo, se hace de nuevo visible, para casi desaparecer silenciosamente una vez se pliegan las sillas tras la Reina de los Cielos -si es que no lo hace en cuanto pasan los Servitas-. Cuán reflejado me veo muchas veces en algunas de estas situaciones que ahora desgrano. Y es que la Cuaresma es inherente a la primavera, ese terremoto equinoccial que exalta buena parte de los sentidos del hombre, aquilata el corazón y lo empuja a desbordarse.
Quisiera encontrar entrañable la palabra, no acatarla como ofensa. Cuaresmero, capillita o semanasantero, respectivamente, aluden a un estado entusiasta propio de persona poco comprometida en el fondo. Pero, con la mano en el pecho, amantísima. Sirva la cuaresma también para perdonarle su falta al cuaresmero. Ser un auténtico cofrade, con todo lo que ello conlleva, es lo suficientemente difícil como para olvidarlo a menudo.
Tweet de @gabyrodrigo.
Tweet de @seduardcortes.
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Mi cariño hacia tu persona es mutuo. Genial articulo, rodeado de gran verdad. Esto es una forma de vida, efectivamente, una Esperanza que siempre nos reencuentra y nos une. Un abrazo fuerte Pedro.
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