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Imagen del Cristo del Santo Traslado. Fotografía: Álvaro Simón Quero. |
Es la hora. Sin duda; de
detenerse un momento a otear lo alcanzado. Cómo el patrimonio
artístico y artesanal de las cofradías de Pasión se ha enriquecido
de un modo sobresaliente y en una cantidad encomiable. Desde las
décadas del ingenio y el artificio, en un lapso de tiempo
sorprendente, se ha llegado a una impresionante opulencia que supera
con creces las ya viejas aspiraciones de apenas hace unas décadas.
Podría decirse que en todos los ámbitos que conllevan un
enriquecimiento patrimonial -imaginería, talla, diseño, orfebrería,
bordado...- el tesoro de nuestra Semana Santa ha dado un salto
cuantitativo y cualitativo de una magnitud que no deja de
maravillarnos.
Sin embargo, nos
enfrentamos también a uno de los mayores retos y corremos las más
de las veces enormes riesgos que pondrían en peligro tan meritorios
logros. Hablo de la conservación y de la puesta en valor de todas
aquellas piezas -artísticas o artesanales, no importan los límites-
que han significado un hito en la historia de nuestras corporaciones
nazarenas. La obra de artífices que aportaron una visión propia y
personal, pero además arraigada en un momento concreto, que se
convierte en testigo de primera mano de cada secuencia del pasado.
Cierto es que la Agrupación de Cofradías, en su última singladura,
apostó por la cultura cofrade con el establecimiento de un proyecto
museístico más que notable; no obstante, conformarse con considerar
al Museo de las Cofradías como un mero continente de aquellas piezas
de segunda fila que las hermandades deshechan, y dar por bueno este
procedimiento, no sería sino un vulgar maquillaje para acallar
conciencias.
Si de verdad en el ente
agrupacional preocupa el enorme patrimonio plástico que las
cofradías han reunido a través de las décadas, debe romper una
lanza a favor de la protección de ese vasto elenco de piezas
artísticas. Y no sólo del paso del tiempo. No. Precisamente porque
bajo el pretexto del paso del tiempo se esconden muchas oscuras
argucias que han vapuleado a muchas obras de arte. Podríamos
enumerar -no lo haremos- la larga secuencia de imágenes restauradas
con un criterio más que cuestionable, bordados descompuestos de su
diseño original o enriquecidos en función de las tendencias,
tronos ampliados en los que se desfigura la proporción original
-habida cuenta de que la proporción es ley principal del diseño-;
por no hablar de piezas a las que se deja agonizar para -aduciendo su
pésima conservación- sustituir por otras en función de las modas.
Quizá no sería posible
la creación de una comisión, especializada en arte y artesanía de
la Semana Santa, que diese su visto bueno a aquellas intervenciones
importantes sobre el patrimonio cofrade. Quizá, sencillamente,
porque en este mundo pequeño y autocomplaciente de las cofradías no
se tiene la perspectiva suficiente como para admitir que se trata con
elementos de nuestra historia, no sólo con objetos de mobiliario que
se pueden alterar alegremente. Pero podría haber un camino en el que
iniciarse: La firma de un documento, una especie de declaración de
intenciones, en que un nutrido grupo de cofradías, a instancias de
la propia Agrupación, se comprometiese a acometer con rigor
científico e histórico todas aquellas empresas que supongan una
intervención sustancial en alguno de sus objetos artísticos. Algo
así como un manifiesto en que se establezca un protocolo de
actuaciones que nos asegure que ese tesoro está en buenas manos y
perdurará con su impronta original para generaciones futuras.
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