8 may 2012

Desinformar

La información no siempre llega al cofrade del modo más ortodoxo.
Fotografía: Álvaro Simón Quero.


A la luz de las palabras emitidas en determinados medios de comunicación, cabría preguntarse si la labor de éstos hacia el conjunto de la Semana Santa es justa, objetiva y bienintencionada. Nada más triste que presenciar cómo algunos, desde púlpitos en los que saben que la concurrencia es masiva, aprovechan la ocasión para afilar sus emponzoñadas lenguas. No hay justicia en cuanto que se critican incluso los propios fundamentos de la Semana Santa -su cimiento religioso, que al cofrade debe importarle en primer lugar, mucho más allá de la estética-. Tampoco la hay si le afean un determinado aspecto a unas corporaciones, mientras al paso de otras se hacen los suecos. No hay objetividad cuando se manipulan y polarizan los datos, cuando se proporciona una información sesgada. Incluso hablan desde la ignorancia, y aún así se aventuran. Pero lo peor de todo es que no haya buenas intenciones. Las retransmisiones televisivas -como las crónicas de los periódicos de gran tirada- cuentan con un seguimiento enorme, por propia definición. Su público es variopinto y disperso, y no siempre conoce al dedillo los pormenores de estilo en que abundamos los cofrades. La labor del periodista, comentarista o colaborador, no es sino acercar al pueblo lo que sucede en la calle y narrarlo del modo más verosímil. Por eso encuentro mezquindad allí donde alguien se detiene más de lo entendible para hurgar en la herida, y hacer sangre.

Alguien que, al paso de una imagen, compara su trono con un carrillo de chucherías, es absolutamente consciente de la cizaña que siembra. Lejos de hacerle llegar al público un momento hermoso, aprovecha para tratar de adoctrinar desde el insulto. Al fin y al cabo, los que carecen de argumentos sólo conocen la vía del ataque irracional. Increpan a una hermandad que no abre inmediatamente las puertas tras decidir que no sale, sin importar que sus cofrades anden realizando la estación de penitencia en el templo. Se detienen exclusivamente en un exorno concreto para vituperarlo, se aferran a un detalle estético que les molesta. Y mientras tanto, la procesión se va y no han hablado de lo importante. Hay tanto vacío de fondo...

Luego están las voces autorizadas. Grandilocuentes y engolados que se atreven a decirle a algunas cofradías que sobran. Por supuesto, se cuidan mucho de disfrazarse con piel de cordero y adornan su lamentable perorata de una verborrea complicada de seguir, en un tono elevado que hasta puede resultar falsamente elegante. Desde su posición, miran por encima del hombro a quien sigue otro discurso diferente al suyo. En una necedad autocomplaciente, se engríen para escupir a los cristianos que tratan de hacer penitencia mostrando en sus formas recogimiento. Debe resultar tan inquietante percatarse de lo auténtico en otros. Qué miedo ostentan, cuánto temen al buen hacer.




.

No hay comentarios:

Publicar un comentario