24 abr 2011

El nuevo Santo Traslado

El nuevo grupo del Santo Traslado.
Foto: Álvaro Simón Quero

El Viernes Santo, y a pesar de los agoreros pronósticos de lluvia para la jornada, la cofradía del Santo Traslado vio la oportunidad de poner en la calle uno de los grandes estrenos de esta Semana Santa de 2011; el nuevo grupo escultórico que acompañará a partir de ahora a su sagrado titular, llevado a cabo por el joven imaginero veleño Israel Cornejo. La novedad venía rodeada de una justificada serie de cuestionamientos que hacían necesario esperar a la puesta en escena de la procesión en la calle para analizar los resultados. De un lado, algunos cofrades se preguntaban acerca de la verdadera necesidad de sustituir las anteriores imágenes de Pedro Moreira, que cumplían acertadamente con la escenificación del misterio y constituían un todo artístico armónico, además de representar una de las escasas muestras escultóricas del artista. Por otro lado, muchos cuestionaban la verdadera integración de la imagen en un conjunto de sensibilidad artística diferente, formado por tallas concebidas para ser vestidas con atavíos barrocos.

Quizá la primera apreciación que pueda hacerse a tenor de lo visto este Viernes Santo es que la imagen titular de la cofradía ha perdido en visibilidad, quedando excesivamente arropada por el resto del conjunto. Si echamos la vista atrás, existe un documento gráfico muy explícito del boceto original de Pedro Moreira, que planteaba también el acompañamiento de seis imágenes además del yacente. No obstante, en aquel magnífico proyecto las imágenes de María Santísima, María Magdalena y San Juan Evangelista quedaban situadas en todo caso tras el cortejo de la traslación, dejando exactamente la misma visión que de la talla cristífera hemos tenido hasta la presente. Se ha mantenido hasta ahora que la hermandad quizá no llegase a ejecutar el proyecto al completo por cuestiones económicas. Nosotros nos inclinamos más bien por el hecho de que se prescindió de todo lo secundario atendiendo al principio simplificador de la mayoría de los misterios malagueños hasta fecha muy reciente.

Boceto en barro no completado por Pedro Moreira.
El grupo reducido a tres figuras se procesionó en 1951.

Al hilo de lo que decíamos acerca de la visibilidad, encontramos el principal defecto compositivo en la posición de María Magdalena en el conjunto. La imagen se sitúa en un primerísimo plano en genuflexión, con actitudes que sugieren la contemplación; además de despistar al fiel acerca de la escena reflejada, la figura entorpece la marcha del grupo de varones realizando su labor de trasladar un cadáver. Una posible solución pasaría por retirar esta imagen, posicionarla de pie y al final del grupo, probablemente vuelta hacia el público, consiguiendo así una escena secundaria dentro de la escena principal.

También resulta chocante que María Salomé y María Cleofás adquieran una actitud preeminente arropando de una forma absolutamente coloquial al santo varón José de Arimatea, miembro del Sanedrín y decurión del Imperio Romano. Habría sido más verista establecer entre ellas un discurso en segundo plano. Todo ello hace pensar que el principal problema de este grupo escultórico es su adecuación al reducido espacio de la parte superior del trono, que fue concebido años atrás para continuar procesionando al grupo tal y como lo veníamos entendiendo hasta ahora.

El grupo realizado por Israel Cornejo presenta un acabado correcto; a mi entender, no podríamos achacarle defectos evidentes de proporcionalidad, expresividad o anatomía. Todo lo contrario; se evidencia una evolución en su trabajo que posee el encanto de un cierto revivalismo de los estilemas dieciochescos, por la gestualidad y las calidades de los frescores aplicados a las imágenes. El modo en que las tallas han sido completadas, con atuendos realizados ex profeso por Eduardo Ladrón de Guevara, aportan un carisma barroquizante que enlaza con una tradición anterior a la última más frecuente de las cofradías, de tipología más bien historicista. Así, las imágenes no se han arreglado como imaginaríamos que vestirían esos protagonistas de la Pasión, sino como alguien del Siglo de Oro -con su universo limitado de conocimiento- lo imaginaría. Hay que buscar entre los cuadros de los primitivos flamencos -como Van der Weyden en su maravilloso Descendimiento del Prado- para encontrar antecedentes claros de esta forma atípica de ataviar las imágenes. No obstante, ya los belenes napolitanos presentaban este singular estilo, reflejando de manera muy directa una clara inspiración en composiciones pictóricas.

Los ropajes, en cuanto a su diseño y ejecución, son maravillosos. Tan sólo adolecen de no precisar una identificación clara de todos los protagonistas del pasaje evangélico. Nicodemo, miembro también del Sanedrín, viste con atuendo idéntico al pastor Stefanus -personaje apócrifo que la cofradía ha optado por conservar-.

Finalmente, apuntar que este grupo de imágenes necesita de otro sistema de iluminación no planteado originalmente en el trono de Ruiz Liébana. Los cuatro pebeteros de las esquinas tienen una presencia más simbólica que práctica, y nos consta que permanecen en el conjunto más por continuísmo respecto al antiguo trono de Pérez Hidalgo que por su efectividad. Se ha planteado un misterio de gran teatralidad, en que se han acentuado las dosis de dramatismo y diálogo, y sin embargo las tallas caminan en penumbra mientras las pocas tulipas iluminan tan sólo elementos inciertos del cajillo y del exorno floral. Una consecuente remodelación, que pasaría por alargar el cajillo y rodear el misterio de discretos arbotantes, acabaría por armonizar el conjunto.  







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