4 mar 2011

el primer viernes de marzo

Manos de Jesús del Rescate.
Fotografía: Autor blog.
Dependiendo del calendario lunar, ese que tanto fastidia a muchos -esas graciosas conversaciones sobre la incomodidad de que la Semana Santa sea una fiesta móvil en el calendario y de lo oportuno que sería acomodarla de otro modo...-, nuestra cuaresma tiene su pistoletazo de salida bien en el Miércoles de Ceniza (ajustándose al modo canónico) o bien en el día de Medinaceli. Este año la primera luna llena de primavera se nos retrasa tanto que el rito -alitúrgico- de las tres monedas se nos adelanta al de la imposición cineraria.

A mí particularmente me encanta ese día. Las colas en calle Granada, los tenderetes de estampitas y menudencias, la picaresca de los que hacen lo que sea por colarse, el sahumerio del incienso malo en la calle... Santiago de bote en bote y el Señor de Medinaceli -con su retablo repintado de purpurina y el encanto de los altares montados con intuición femenina- esperando los tres ruegos de cada uno. Las cofradías de la Sentencia y El Rico sacando pecho, esto es, dando lo mejor de sí mismas y aprovechando el tirón de la jornada; la Virgen de las Ánimas -tan fascinante siempre- con su triste retahíla de velas eléctricas en remedo de aquellas maravillosas y tremendas luminarias de aceite y mariposas...

Me gusta pensarme y repensarme bien lo que pido. Siempre recuerdo otros años, de adolescente, en los que uno de los favores se iba en pedir que no lloviera -aunque nunca llevé huevos a las monjas-, costumbre que perdí con los años de la sequía en los noventa. Ahora disfruto casi con la misma intensidad y, eso sí, con las mismas personas -y alguna recién llegada-, el primer viernes de marzo.

Hago un esfuerzo -pequeñito- y subo también al Señor del Rescate, al que gusta verlo en su relicario a pie de calle. Recuerdo perfectamente cuando no tenía las manos atadas; Lastrucci lo imaginó como a otro prendimiento que tallase en esos años: A punto de ser llevado, pero justo un momento antes. Eso me lleva también a cuando me montaban los tronos en el patio del colegio -sí, cuando la Casa Hermandad no daba tanto de sí-. Qué recreos aquellos, enteros, en ver cómo se iza un palio o se acoplan unos varales. Ahora no existen -casi- los tinglaos, y con ellos también se fue una manera distinta de presagiar la Semana Santa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario