7 feb 2012

A vueltas con la Catedral

Fotografía: Azul y Plata

Desayuna uno con la noticia algo desenfocada de que la Catedral verá recortado su itinerario para las hermandades que en ella hacen estación de penitencia durante la Semana Santa. Al parecer, el hecho de que dicha celebración -sin duda la más relevante de cuantas ven la luz en la ciudad- se ubique cronológicamente en mitad del periodo expositivo de una importante muestra acerca de la historia de la Sábana Santa, imposibilitaría el paso de las procesiones por el trascoro del primer templo. Digo al parecer toda vez que se desprende del trasunto de la noticia que dicha incompatibilidad no se hubiera contemplado lo suficiente, ya que el hecho en sí de la modificación del recorrido se plantea como una solución a un problema, y no como algo consensuado previamente por la Iglesia y sus cofradías. Cuando el tema restalla en las redes sociales, uno querría adivinar un consiguiente aluvión de argumentos que difiriesen del criterio seguido. Sin embargo, no faltan las voces que, por un lado, alegan la provisionalidad de la noticia -podría ser que de momento sólo fuera una propuesta- y, de otro, se congratulan por las supuestas ventajas que para los cortejos nazarenos se evidenciarán. Tímidamente, los que se pronuncian levemente contrariados apenas aducen molestas modificaciones de los horarios.

¿De verdad eso es lo importante?

Lo primero que me entristece es la premisa de algunos -incluyendo quien habla en nombre de su hermandad- de que la decisión constituirá un balsámico beneficio para los portadores, quienes verán mermado su esfuerzo en unas decenas de metros. Porque ese ligero trasunto de la comodidad siempre me molesta en lo referente a las procesiones. Si es que, al fin y al cabo, se trata de cortejos religiosos que llevan a cabo un considerable sacrificio humano y basan en éste parte de su sentido -¿o acaso no es esa la interpretación más literal del concepto penitente que anima a las corporaciones nazarenas en sus intenciones?-. Es como adquirir uno de esos capirotes indoloros y livianos como la espuma que hacen de la experiencia nazarena algo mucho más llevadero. Digo yo que las cofradías que van a la Catedral, con el loable propósito de venerar al Santísimo o adorar la Cruz en el templo mayor de la urbe, lo hacen ya a sabiendas de que su itinerario redundará en rodeos y vericuetos incómodos. Como incómodo es el capirote, incómoda la cruz en el hombro e incómodo el varal removiendo las entrañas de los portadores.

Luego me ensombrece también la sensación de que la estación de penitencia en la Catedral, como aglutinante de un sentir cofrade y piadoso para cientos de personas, pueda quedar relegada a apenas un tercio de la superficie arquitectónica de que hablamos. Parece que sea asumible comprimir los tramos de nazarenos en un espacio tan reducido, y no me extrañaría que como reacción consiguiente se limitara en gran parte o incluso se suprimiera el acceso del público. ¿Nadie se plantea los problemas de seguridad que derivan inherentes a esta posible medida? 

Sin duda será un ejercicio de ingeniería cofrade presionar los lados del acordeón hasta el límite, y llevar a cabo la estación con el decoro que se exige para este tipo de celebraciones de la fe. Puede incluso que la medida se perpetúe, renunciando así a la maravillosa oportunidad de acompañar a los sagrados titulares de muchas hermandades en el corazón ineludible de la Basílica de la Encarnación. En unos años podríamos considerar natural que el paso por la Catedral sea apenas testimonial. Y eso que esta Semana Santa casi se planta en las bodas de plata de la apertura de la Catedral a las cofradías. Fue en 1988 que el palio de la Salud inauguraba una nueva etapa, aún con las reticencias evidentes de parte del cabildo catedralicio, sumándose hasta ocho a las dos cofradías que ya efectuaban la estación de penitencia (Pasión y Viñeros) de un modo privilegiado.

No imagino ya a ciertas cofradías sin su paso solemne por el templo inacabado, adentrándose por las naves siloescas según el trazado natural a su planta basilical. Desde luego, las imagino menos todavía constriñéndose a un espacio a todas luces insuficiente; podría resultar -con matices- alejado de la dignidad que se presupone. A las cofradías se les recuerda una y otra vez que son Iglesia, aunque parecen perturbar el inmaculado orden episcopal cada vez que quieren celebrar en su sede esta o aquella efeméride. Y eso que, en los tiempos que corren, esta religiosidad de las cofradías es, al menos en esta tierra, la que cimenta buena parte de devoción sincera.






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