4 nov 2012

Los Cultos al Stmo. Cristo de la Redención

El altar de la bendición de la imagen, 1987.
Fotografía: Archivo Dolores de San Juan.


Mucho antes de la revitalización experimentada en la Archicofradía a partir de los cultos celebrados en 1978, la historia centenaria de la corporación ya nos brindaba que la principal preocupación de sus hermanos fue, desde sus orígenes, la celebración solemne del culto interno. Ejemplo de esta piadosa vocación fueron siempre los septenarios en honor de Nuestra Señora de los Dolores, cuyos altares reflejaban en su profusa ornamentación la importancia de uno de los cultos más antiguos que se han celebrado de forma ininterrumpida en la ciudad de Málaga. A la llegada de la imagen del Santísimo Cristo de la Redención, los archicofrades de San Juan apenas tenían que interpretar con acierto una transposición de códigos simbólicos -el color y la disposición de los elementos- para hacer una adecuada analogía entre las celebraciones cuaresmales dedicadas a su Sagrada Titular desde antaño y aquellos nuevos cultos que habrían de incorporarse a la vida de hermandad desde la feliz integración de la talla de Juan Manuel Miñarro en su seno.

La bendición de la imagen. 1987.

En una suerte de declaración de intenciones, la Archicofradía erigió una singular tramoya para la puesta en valor de la que hoy es considerada una de las imágenes de mayor mérito artístico del panorama escultórico contemporáneo. Era, por un lado, la plasmación de buena parte de las aspiraciones de la hermandad en cuanto a la celebración anual del Quinario, puesto que recurría a tal efecto a la semántica propia de la Cuaresma -aunque, como sabemos, el quinario se celebra precediendo en varias semanas a la misma-; por otro, conseguía enmarcar de un modo extraordinario a la imagen, facilitando su contemplación y resaltando algunos de sus valores plásticos sin renunciar a ninguno de los parámetros que define la liturgia.

El retablo del presbiterio fue absolutamente cubierto con telones de color rojo, circunstancia que veló todo barroquismo y envolvió de solemnidad la impronta del altar, alcanzando debidamente el propósito de enaltecer únicamente la soberbia figura del crucificado. En una inteligente adecuación a la línea arquitectónica del retablo, esos telones se dispusieron a dos alturas, diferenciando la importancia de la calle central. Aprovechando el eje vertical del telón, se dispuso un escudo pintado de considerables dimensiones, remarcando así la vivencia de una efeméride a nivel corporativo que fue historia viva de la Archicofradía. En el centro del presbiterio y tras la mesa de altar, se erigió un dosel de color morado con forma de vano de medio punto. No sólo se tuvo en cuenta la armonía de las proporciones -aproximándose de forma intuitiva al llamado rectángulo aúreo-, sino que se escogió el más apropiado cromatismo para el tejido soporte ante el que se situaría la imagen. Por las particularidades de la propia policromía del crucificado, de tonalidades cetrinas, el color morado potenciaba el aprecio de las diversas coloraturas de la efigie.

Sirviendo de acomodo a la imagen y su dosel, se dispuso un frontal de altar elaborado ex profeso para la ocasión. Ideado como predela para un retablo, presentaba una organización tectónica a partir de cuatro pilastras corintias, y encerraba tres casetones ornamentales de filiación barroca, muy en sintonía con la trama decorativa del damasco del dosel. Se guardó un equilibrio y una mesura que no fueron sino auténtica vocación de clasicismo, puesta en práctica de la creencia en una estética del orden, la proporción y la armonía.

El altar de Quinario.

El primer altar de quinario, 1988.
Fotografía: Archivo Dolores de San Juan.


Para el ejercicio del Quinario, durante los primeros años de culto al Stmo. Cristo de la Redención se revistió dicha celebración de un despliegue fastuoso de medios. Fundamentalmente, se emuló lo llevado a cabo en el altar de la bendición, limitando eso sí la presencia de los telones rojos a una demarcación rectangular que dejaba a la vista las calles laterales del retablo y el ático del mismo, presidido por el titular de la Parroquia, San Juan Bautista. Podría decirse que se estaba ante una clara línea de continuidad con los fastuosos altares del Septenario de la Virgen levantados también en el presbiterio, y que alcanzaron cotas de suntuosidad extraordinarias en los cultos de 1989, donde la disposición de la cera superó la cifra de cien puntos de luz. En esos altares de Quinario, y siguiendo la pauta establecida en el altar de la bendición, tanto la cera como la flor se instauraron en un color rojo sacramental, empleando de un modo clásico el clavel y sirviéndose del espléndido plantel de ánforas del ajuar mariano.

En los años 90, el quinario de vino celebrando en la capilla de la Virgen.
Fotografía: Archivo Dolores de San Juan.
A partir de 1991, y por recomendación expresa del párroco, los cultos se trasladaron a la capilla de la Archicofradía, que entonces estaba presidida por el camarín de la Virgen y presentaba al crucificado en una pequeña hornacina lateral. Las soluciones que se dieron ante esta circunstancia no menoscabaron la avenencia de las proporciones, si bien conllevaron una estampa totalmente constreñida al reducido ámbito de la capilla. También se cubrió el retablo con un dosel, y como aportación singular, a veces fue situada la imagen de Ntra. Sra. de los Dolores a los pies del Señor, dibujando de manera excepcional la iconografía del Stabat Mater: “Estaba la Madre dolorosa, junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada”. En esos años, el magnífico frontal de altar del retablo fue trasladado desde su ubicación al basamento del altar de cultos.

En 1996 se daba la feliz circunstancia de que sería el último en celebrar el Quinario en la capilla de la Virgen, pues se había acordado la adaptación de la que es hoy Capilla Sacramental de la Parroquia para albergar definitivamente al Cristo de la Redención. De modo extraordinario, y en la quinta jornada de los cultos, la imagen fue situada en un lateral del presbiterio por tener lugar la visita del entonces obispo D. Antonio Dorado Soto. Por este motivo, se prescindió de la habitual candelería y se recurrió únicamente a los portentosos faroles del trono de la Virgen, entendidos así como elementos móviles fácilmente reubicables en su segunda disposición.

El Cristo de la Redención en la Capilla Sacramental.

Entronización del Cristo de la Redención en la capilla sacramental.
Fotografía: Archivo Dolores de San Juan.
Fue en enero de 1997 que se entronizase al Señor en la Capilla Sacramental de San Juan, para lo cual se procedió a la rehabilitación de este espacio, antes ocupado por la Paloma. En cierta medida, la actuación llevada a cabo determinó contundentemente cómo se celebrarían los cultos a partir de entonces, pues el entelado del lienzo frontal con damasco rojo se convertiría en dosel permanente de la imagen. Si bien para dicha ceremonia se empleó un exorno floral adecuado a los colores amarillo y blanco de la enseña pontificia, durante los quinarios sucesivos no se ha hecho sino consolidar la estética atemporal de las altas candelerías de bruñida cera roja y un atemperado ornato de claveles del mismo color dispuestos en piñas cónicas o de fanal, según el caso. En esas ocasiones, el pedestal del Sagrario se oculta tras una mesa de altar vestida con un elegante faldón. La diafanidad de dicho espacio ha permitido la inclusión de una balaustrada de madera y el jalonamiento del altar mediante altos blandones de cera que contribuyen a realzar el conjunto.

El quinario de 2011.
Fotografía: Archivo Dolores de San Juan.
Caso aparte constituyen aquellos años en que, por las obras llevadas a cabo en la Parroquia de San Juan entre 2006 y 2009, la hermandad se trasladó al Sagrado Corazón de Jesús. Allí, la Archicofradía situó al Cristo de la Redención en uno de los paños de las naves laterales del templo neogótico, adaptando con exquisitez al crucificado en el exiguo cerco de una ojiva. Si bien las modestas dimensiones del altar no permitieron un alarde en el trabajo de albacería, nunca se renunció a la solemnidad y la elegancia, contando de nuevo con la mesa de altar de la capilla de la Virgen.

La revisión de estos altares son el correlato efímero del carácter de la Archicofradía. La sobriedad, el inconformismo, el anhelo de la perfección en la simetría, la búsqueda constante de un canon... Empeños todos que se transmutan virtud y estilo. Vocación incansable que apunta en una única dirección: La contemplación piadosa de Jesús Crucificado. El Redentor.



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