![]() |
El altar de la bendición de la imagen, 1987. Fotografía: Archivo Dolores de San Juan. |
Mucho antes de la
revitalización experimentada en la Archicofradía a partir de los
cultos celebrados en 1978, la historia centenaria de la corporación
ya nos brindaba que la principal preocupación de sus hermanos fue,
desde sus orígenes, la celebración solemne del culto interno.
Ejemplo de esta piadosa vocación fueron siempre los septenarios en
honor de Nuestra Señora de los Dolores, cuyos altares reflejaban en
su profusa ornamentación la importancia de uno de los cultos más
antiguos que se han celebrado de forma ininterrumpida en la ciudad de
Málaga. A la llegada de la imagen del Santísimo Cristo de la
Redención, los archicofrades de San Juan apenas tenían que
interpretar con acierto una transposición de códigos simbólicos
-el color y la disposición de los elementos- para hacer una adecuada
analogía entre las celebraciones cuaresmales dedicadas a su Sagrada
Titular desde antaño y aquellos nuevos cultos que habrían de
incorporarse a la vida de hermandad desde la feliz integración de la
talla de Juan Manuel Miñarro en su seno.
La bendición de la
imagen. 1987.
En una suerte de
declaración de intenciones, la Archicofradía erigió una singular
tramoya para la puesta en valor de la que hoy es considerada una de
las imágenes de mayor mérito artístico del panorama escultórico
contemporáneo. Era, por un lado, la plasmación de buena parte de
las aspiraciones de la hermandad en cuanto a la celebración anual
del Quinario, puesto que recurría a tal efecto a la semántica
propia de la Cuaresma -aunque, como sabemos, el quinario se celebra
precediendo en varias semanas a la misma-; por otro, conseguía
enmarcar de un modo extraordinario a la imagen, facilitando su
contemplación y resaltando algunos de sus valores plásticos sin
renunciar a ninguno de los parámetros que define la liturgia.
El retablo del
presbiterio fue absolutamente cubierto con telones de color rojo,
circunstancia que veló todo barroquismo y envolvió de solemnidad la
impronta del altar, alcanzando debidamente el propósito de enaltecer
únicamente la soberbia figura del crucificado. En una inteligente
adecuación a la línea arquitectónica del retablo, esos telones se
dispusieron a dos alturas, diferenciando la importancia de la calle
central. Aprovechando el eje vertical del telón, se dispuso un
escudo pintado de considerables dimensiones, remarcando así la
vivencia de una efeméride a nivel corporativo que fue historia viva
de la Archicofradía. En el centro del presbiterio y tras la mesa de
altar, se erigió un dosel de color morado con forma de vano de medio
punto. No sólo se tuvo en cuenta la armonía de las proporciones
-aproximándose de forma intuitiva al llamado rectángulo aúreo-,
sino que se escogió el más apropiado cromatismo para el tejido
soporte ante el que se situaría la imagen. Por las particularidades
de la propia policromía del crucificado, de tonalidades cetrinas, el
color morado potenciaba el aprecio de las diversas coloraturas de la
efigie.
Sirviendo de acomodo a la
imagen y su dosel, se dispuso un frontal de altar elaborado ex
profeso para la ocasión. Ideado como predela para un retablo,
presentaba una organización tectónica a partir de cuatro pilastras
corintias, y encerraba tres casetones ornamentales de filiación
barroca, muy en sintonía con la trama decorativa del damasco del
dosel. Se guardó un equilibrio y una mesura que no fueron sino
auténtica vocación de clasicismo, puesta en práctica de la
creencia en una estética del orden, la proporción y la armonía.
El altar de Quinario.
![]() |
El primer altar de quinario, 1988. Fotografía: Archivo Dolores de San Juan. |
Para el ejercicio del
Quinario, durante los primeros años de culto al Stmo. Cristo de la
Redención se revistió dicha celebración de un despliegue fastuoso
de medios. Fundamentalmente, se emuló lo llevado a cabo en el altar
de la bendición, limitando eso sí la presencia de los telones rojos
a una demarcación rectangular que dejaba a la vista las calles
laterales del retablo y el ático del mismo, presidido por el titular
de la Parroquia, San Juan Bautista. Podría decirse que se estaba
ante una clara línea de continuidad con los fastuosos altares del
Septenario de la Virgen levantados también en el presbiterio, y que
alcanzaron cotas de suntuosidad extraordinarias en los cultos de
1989, donde la disposición de la cera superó la cifra de cien
puntos de luz. En esos altares de Quinario, y siguiendo la pauta
establecida en el altar de la bendición, tanto la cera como la flor
se instauraron en un color rojo sacramental, empleando de un modo
clásico el clavel y sirviéndose del espléndido plantel de ánforas
del ajuar mariano.
![]() |
En los años 90, el quinario de vino celebrando en la capilla de la Virgen. Fotografía: Archivo Dolores de San Juan. |
A partir de 1991, y por
recomendación expresa del párroco, los cultos se trasladaron a la
capilla de la Archicofradía, que entonces estaba presidida por el
camarín de la Virgen y presentaba al crucificado en una pequeña
hornacina lateral. Las soluciones que se dieron ante esta
circunstancia no menoscabaron la avenencia de las proporciones, si
bien conllevaron una estampa totalmente constreñida al reducido
ámbito de la capilla. También se cubrió el retablo con un dosel, y
como aportación singular, a veces fue situada la imagen de Ntra.
Sra. de los Dolores a los pies del Señor, dibujando de manera
excepcional la iconografía del Stabat Mater: “Estaba la
Madre dolorosa, junto a la cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su
alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada”. En
esos años, el magnífico frontal de altar del retablo fue trasladado
desde su ubicación al basamento del altar de cultos.
En 1996 se daba la feliz
circunstancia de que sería el último en celebrar el Quinario en la
capilla de la Virgen, pues se había acordado la adaptación de la
que es hoy Capilla Sacramental de la Parroquia para albergar
definitivamente al Cristo de la Redención. De modo extraordinario, y
en la quinta jornada de los cultos, la imagen fue situada en un
lateral del presbiterio por tener lugar la visita del entonces obispo
D. Antonio Dorado Soto. Por este motivo, se prescindió de la
habitual candelería y se recurrió únicamente a los portentosos
faroles del trono de la Virgen, entendidos así como elementos
móviles fácilmente reubicables en su segunda disposición.
El Cristo de la
Redención en la Capilla Sacramental.
![]() |
Entronización del Cristo de la Redención en la capilla sacramental. Fotografía: Archivo Dolores de San Juan. |
Fue en enero de 1997 que
se entronizase al Señor en la Capilla Sacramental de San Juan, para
lo cual se procedió a la rehabilitación de este espacio, antes
ocupado por la Paloma. En cierta medida, la actuación llevada a cabo
determinó contundentemente cómo se celebrarían los cultos a partir
de entonces, pues el entelado del lienzo frontal con damasco rojo se
convertiría en dosel permanente de la imagen. Si bien para dicha
ceremonia se empleó un exorno floral adecuado a los colores amarillo
y blanco de la enseña pontificia, durante los quinarios sucesivos no
se ha hecho sino consolidar la estética atemporal de las altas
candelerías de bruñida cera roja y un atemperado ornato de claveles
del mismo color dispuestos en piñas cónicas o de fanal, según el
caso. En esas ocasiones, el pedestal del Sagrario se oculta tras una
mesa de altar vestida con un elegante faldón. La diafanidad de dicho
espacio ha permitido la inclusión de una balaustrada de madera y el
jalonamiento del altar mediante altos blandones de cera que
contribuyen a realzar el conjunto.
![]() |
El quinario de 2011. Fotografía: Archivo Dolores de San Juan. |
Caso aparte constituyen
aquellos años en que, por las obras llevadas a cabo en la Parroquia
de San Juan entre 2006 y 2009, la hermandad se trasladó al Sagrado
Corazón de Jesús. Allí, la Archicofradía situó al Cristo de la
Redención en uno de los paños de las naves laterales del templo
neogótico, adaptando con exquisitez al crucificado en el exiguo
cerco de una ojiva. Si bien las modestas dimensiones del altar no
permitieron un alarde en el trabajo de albacería, nunca se renunció
a la solemnidad y la elegancia, contando de nuevo con la mesa de
altar de la capilla de la Virgen.
La revisión de estos
altares son el correlato efímero del carácter de la Archicofradía.
La sobriedad, el inconformismo, el anhelo de la perfección en la
simetría, la búsqueda constante de un canon... Empeños todos que
se transmutan virtud y estilo. Vocación incansable que apunta en una
única dirección: La contemplación piadosa de Jesús Crucificado.
El Redentor.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario