20 oct 2012

El cartel del 25 Aniversario de Redención

Autor: Francisco Naranjo Beltrán.



Pocas veces se afronta una efemérides con tal tino. Para la gozosa celebración de los 25 años de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Redención, se ha recurrido de manera excepcional a la cartelística no fotográfica, cumpliendo con creces con todas las expectativas. Al recurrir al pintor benalmadense Francisco Naranjo Beltrán, se acertaba de pleno en la seguridad de una técnica depurada y virtuosa; pero además se apostaba por una concepción del cartel que debiera ser mucho más frecuente en el ámbito cofrade. Entendiendo que el cartel no habría de ser pintura de salón ni estampa devocional. Muy en otra dirección, el cartel tiene vocación de manifiesto en la calle, un hábil despliegue de los recursos gráficos al servicio de lo que se pretende anunciar. En este caso se ha resuelto con modernidad, y al mismo tiempo referenciando tradición y clasicismo con sabio equilibrio.

Uno de los principales valores plásticos del cartel se resume en la confluente armonía que proviene de la simbiótica relación de colores. A las tonalidades verdoso-cetrinas que corresponden a la imagen de la Redención, el pintor contrapone un juego de colores complementarios en la gama de los rojos, y establece el color negro del ruan como fondo neutro.

Si tienen la oportunidad de contemplar la obra original de primera mano, verán que la seducción de este cartel proviene en gran medida de una técnica singular. Sobre las tintas planas de acrílico de buena parte de los campos de color, el autor ha superpuesto en diferentes niveles una casi invisible trama de sombreados, matices y transparencias, logrados todos ellos mediante el uso de lápices de acuarela. Potencia así una cualidades texturales muy alejadas de convencionalismos pictóricos. El magnífico torso del Señor de la Redención, gubiado por Miñarro, se manifiesta aquí en toda su perfecta volumetría como si de un mapa topográfico se tratase. Para cada nimio resalto de la enjuta musculatura del crucificado, el pintor otorga un tono propio, concediéndole a su figura un tratamiento distinto con respecto al resto de elementos representados. Incidiendo en la representación verista de una imagen polícroma, Naranjo alude a los brillos propios de los barnices habituales en esta. La forma de hacerlo visible es en el reflejo de una luz cenital idéntica a la que el crucificado recibe de forma natural en su capilla; al ser figurada en blancos y celestes, hacen imposible no vincularla a cierta idea concepcionista del carácter mariano de la Archicofradía. Decir que esas tonalidades de luz reflejada son las únicas del espectro cromático frío, por lo que colaboran a situar la efigie en primer plano y centrar la atención en lo importante del mensaje.

El Cristo de la Redención se ha dibujado en un plano de tres cuartos en la intención de concentrar el interés tanto en el sereno rostro -que al fin y al cabo es centro de una aureola de color rojo- como en el torso desnudo y el paño de pureza, lugares en que el imaginero exhibió un preciosismo inconfundible. Por ello, la imagen completa escapa del marco, dándose la circunstancia de que, para enfatizar esta idea, Naranjo Beltrán dibuja un límite rectangular a los que excede la imagen del Señor. El contorno de la figura ha sido potenciado con una gruesa línea que nos lleva a la idea de “cloisonne”, tal y como se haría con los perfiles de plomo de una vidriera para enmarcar las figuras principales.

En segundo plano, tres ideas complementarias han sido orquestadas para la consecución de un discurso coherente. De un lado, se prescinde de la representación de la cruz arbórea, que es sustituida por una alineación de símbolos ajustados al eje cruciforme, ahora imaginario. De otro, se ajusta la composición mediante un gran círculo rojo que hace las veces de enorme aureola. Y finalmente, se equilibra la zona inferior del cuadro mediante una sugerente humareda de incienso.

En cuanto a los símbolos cercanos a la cabeza de la imagen, conviene resaltar el énfasis puesto sobre el carácter sacramental de la hermandad, aludiendo directamente al ostensorio procesional de la parroquia de San Juan Bautista, convertida aquí en nimbo de la imagen. A ambos lados, observamos dos representaciones clasicistas del sol y la luna. Decir que dicha iconografía es de las más antiguas de la Cristiandad, pues se tiene noticia de que las crucifixiones representadas en el siglo VI ya contaban con la pareja de astros jalonando la muerte de Cristo en la cruz. Ambos símbolos se entroncan en una visión teológico-astronómica relacionada con la aparición de las tinieblas en el momento de la muerte del Redentor, así como en una interpretación de la doble naturaleza humana y divina de Cristo, o de la dualidad entre Nuevo y Antiguo Testamento. Los dos astros han sido ejecutados con cualidades escultóricas. En ambos casos, se ha recurrido a la estatuaria clásica para obtener sendos modelos de belleza -masculino y femenino- ampliamente consensuados por el clasicismo greco-romano (frente y nariz rectas, ojos almendrados, labios pequeños y sinuosos, mejillas carnosas, rostro oval...), dándose un perfecto cruce entre lo antiguo -por ende, lo atávico- y lo atemporal -la imagen del Redentor como salvación de la estirpe humana más allá de los tiempos-. Completa el esquema cruciforme un último medallón en que encontramos los caracteres Alfa y Omega, anagrama clásico de Cristo como primero y último, principio y fin de todo.

Sin embargo, y al margen de la profundidad iconográfica desplegada hasta ahora, nosotros consideramos de máximo interés el lenguaje pictórico de este cartel, envuelto sin duda en una atmósfera muy arraigada en el arte oriental. Las evidencias de dicha filiación las encontramos, por una parte, en el extenso orbe rojo que circunda la figura del Cristo. Podría interpretarse como símbolo de la humanidad, contenida en la forma esférica del mundo; y sin embargo remite con mayor facilidad a la representación del sol naciente -un sol rojo, inabarcable-, uno de los emblemas icónicos más evidentes de la cultura japonesa, a la que creemos que este cartel rinde pleitesía estilísticamente. Esta adhesión la palpamos, de un modo mucho más elocuente, en el trazo caprichoso y arrebolado de las vaharadas de incienso que ascienden en torno al crucificado. Con su dibujo estilizado, matizado de múltiples ondulaciones, y su direccionalidad unánime, estas nubes de incienso se asemejan con naturalidad a la representación de la neblina y del oleaje en las numerosas estampas del paisajismo japonés.

Queda mencionar la importancia que Francisco Naranjo ha concedido al texto. La leyenda con el mensaje central del cartel (Redención – 25 aniversario – 1987-2012 – Málaga) no se ha entendido como elemento exento y luego yuxtapuesto al cartel. Más bien se ha tenido en cuenta como parte pictórica, haciéndola partícipe del equilibrio cromático del conjunto y aludiendo -en su degradado- a la coloración, respectivamente, de la policromía del Cristo y del rojo predominante en el resto de la composición. La tipografía, por su parte, bien recuerda a los espléndidos carteles de Semana Santa que se dieron lugar en las décadas de 1920 y 1930. Muy especialmente, los caracteres remiten a aquellos empleados por Aristo Téllez en su cartel de 1925.




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