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Fotografía: Álvaro Simón Quero. |
“Hay muchos
sedientos de Dios, que desean saciar su sed, como la samaritana;
también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de
acercarse al pozo para escuchar a Jesús”.
(homilía de
Jesús Catalá en la apertura del Año de la Fe).
Es tiempo
de hacerse preguntas; de plantearse si lo que las cofradías pueden
ofrecer a la Iglesia es lo que Ésta necesita de ellas. Al tener las
primeras noticias de las celebraciones del Año de la Fe, en seguida
fantaseamos con la idea de otra procesión extraordinaria. El Via
Crucis Jubilar, apabullante éxito de organización y resultado, nos
inspiraría con facilidad. Y no es descabellado; tal es la grandeza
de lo que se celebra.
Pero, ¿no
sería ocasión de volver a beber de la fuente que es Cristo? Por
unos días, que las cofradías sepan renunciar al boato y al oropel.
Que hagan de la próxima Cuaresma una ocasión para situar el norte
en Jesús. Celebremos la Fe en el templo. Con ello no digo que las
cofradías, con sus inherentes cualidades, no aporten aquello más
preciado que poseen. Sólo planteo: ¿Qué tal deshacerse por una vez
de nuestra retórica?
Llevemos
nuestras imágenes al templo sin alharacas, música ni adorno. Por el
camino más corto. Llenemos las catorce capillas que -sin contar la
del Santísimo- posee la Catedral de la Encarnación. Con la devoción
profunda en cada uno de los misterios de la Pasión -pues al fin y al
cabo son el discurso con que queremos evangelizar-. Pero desnudemos
la Pasión de bordado, orfebrería o cualquier otra distracción.
Permanezcamos allí el tiempo suficiente -no una procesión efímera
de un día, que podría disolver su espíritu en la algarabía de la
calle-. Démonos a conocer a los que recelan de nosotros, tendamos
puentes. En definitiva, invitemos de corazón a las demás
comunidades cristianas de la diócesis que recen con nosotros el
Camino de la Cruz.
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