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Manos que tallara Luís Álvarez Duarte en 1969. Fotografía: azulyplata.net |
Ayer, Jueves 17 de Marzo de 2011, en Cabildo General de Hermanos de la Archicofradía del Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza, se decidió por mayoría de 124 votos a favor, 61 en contra y 1 en blanco, la aceptación de la donación de unas nuevas manos talladas por el imaginero y restaurador Luís Álvarez Duarte, y la consiguiente sustitución de las manos anteriores, obra del mismo artista datada en 1969.
Luís Álvarez Duarte talló las manos que todavía ostenta la Virgen de la Esperanza cuando contaba con tan sólo 19 años, en un proceso llamado entonces de restauración que trataba de paliar una demora quizá demasiado extensa sobre el precario estado de la talla; no deja de ser sorprendente que una cofradía cuya titular mariana posee un seguimiento devocional tan importante depositase entonces su confianza, casi ciega, en un imaginero incipiente. No obstante, y a pesar de las críticas que han despertado a lo largo de los años determinados aspectos de aquella intervención, el resultado global se vio como satisfactorio. Para los de mi generación, esa es la Virgen de la Esperanza que hemos conocido; con el atrezzo proporcionado bajo el cariño inmenso de Lola Carrera y las manos expertas como vestidor de Manolo Mendoza, la estampa de la imagen retocada por Duarte satisfizo al cofrade medio en los setenta y los ochenta.
Mucho se ha discutido sobre la autoría de la auténtica policromía de la Esperanza; el propio Duarte ha proporcionado versiones diferentes, acerca, respectivamente, de haber respetado íntegramente la original o de haber repolicromado la imagen. Es más fácil inclinarse hacia esto último si se consideran apreciaciones tan sólidas como las del profesor Juan Antonio Sánchez López, y no es demasiado difícil advertir que la belleza de tonalidad morena suave -tal y como en algún momento ha descrito el propio imaginero y ahora restaurador- corresponde a modelos estéticos más imperantes en el siglo XX que en la centuria de la que procede la Esperanza, probablemente el XVII o el XVIII. En las fotografías de archivo, en blanco y negro, se hace casi imposible discernir cuestiones tan minuciosas, pero parece lógico atribuirle a la imagen un cromatismo más claro y con otras carnaciones en épocas pretéritas.
Cuando Duarte retocó a la Esperanza también anatomizó el cuello, retallándolo y policromándolo de cero; con el tiempo esa zona de la escultura fue virando su color de un modo extraño, pareciendo algo más verdoso que el resto de la cabeza. Aparecieron grietas y otros pequeños daños razonables en imágenes de vestir que mutan su atuendo varias veces en el año. Se hicieron otras restauraciones que aplicaron métodos discutibles sobre la imagen -como las ceras naturales que daban unos brillos y reflejos extrañísimos-, de manera que la Esperanza ha llegado al siglo XXI con la necesidad imperiosa de volver a ser intervenida.
Esta última restauración es reciente, y fue ampliamente debatida no ya sólo en el seno de la Archicofradía sino en el espectro de la Málaga cofrade en general a través de los cauces que proporcionan las tecnologías de la información. Pesaba mucho el hecho evidente de que un alto porcentaje de cofrades no considera a Álvarez Duarte restaurador, en virtud a determinadas intervenciones que no han hecho sino modificar sustancialmente la talla original -imágenes de autores anónimos del barroco malagueño que no conservan su impronta primigenia-, frente a otro grueso bloque que confiaba totalmente en su plenitud actual como imaginero y restaurador. En la hermandad también se comprobaron estos dos posicionamientos, aunque en cabildo de hermanos pesó mucho más la confianza en el artista. De hecho, se desestimó un conveniente estudio estratigráfico previo que aconsejara acerca de qué conservar en la imagen. A veces pienso que las cofradías temen las verdaderas restauraciones -en mi opinión aquellas llevadas a cabo por profesionales no artistas- en cuanto que arriesgan mucho: Podrían encontrarse con una imagen diferente -véase lo difícil que ha sido asumir la coloratura del Cristo de Ánimas de Ciegos, así como el aspecto final del Cristo de la Salud y las Aguas-.
El imaginero sevillano, en carta a los hermanos de la Esperanza leída en cabildo, confiesa que en todos estos años ha deseado sustituir las manos que gubió, ya que ahora -en su madurez creativa- las considera muy inferiores a la calidad artística de la imagen. Ese argumento, que parece lógico, subraya una tendencia fácil a pensar que estas nuevas extremidades mejoran las anteriores, las superan artísticamente. Sin embargo, estas nuevas piezas me han decepcionado. Son excesivamente manieristas; es decir, presentan una postura forzada (sobre todo en los dedos índice y corazón, que se separan de una manera artificiosa) y una estilización un tanto innatural (muy visible en las falanges finales de cada dedo), además de cierta desproporción entre algunos dedos y entre estos y la mano, dotando de un aspecto gordezuelo a determinadas zonas, y rehundiendo más de lo conveniente la zona de los nudillos. Todos estos aspectos no saltan a la vista tras un primer examen; pero estoy convencido de que las manos que deban completar definitivamente a la imagen de María Santísima de la Esperanza no son estas, por sus imperfecciones. Las manos anteriores, y aceptando que no son las mejores posibles, poseen una mejor armonía integral, son más gráciles y naturales.
Sumemos el hecho de que las manos de la Esperanza, las que a día de hoy todavía presenta en su altar, llevan cuatro décadas definiendo parte de la estética de la imagen. Han sido depositarias de la devoción y el afecto, y se habían acomodado perfectamente.
Luego está el asunto de la donación condicionada. Desde el momento en que el imaginero, tan respetado y querido en la Archicofradía, declara que hará la donación de las manos (recordemos que no responden a un encargo expreso) si y sólo si la hermandad asume utilizarlas e implementarlas en la imagen, se produce una gran diatriba. Es difícil procesar todo esto de otro modo: los hermanos, que consideran que deben mucho a Álvarez Duarte en cuanto a la impronta de la imagen, y que han confiado plenamente en él hasta el punto de trasladarla al estudio del imaginero en Sevilla, aceptan la donación dando como certeras las consideraciones del autor hacia su propia evolución. De otra forma, rechazar las nuevas manos podrían ser entendidas por el escultor como agravio. Estos aspectos han derivado en la ausencia de debate artístico sobre la calidad de las piezas, que han sido recibidas como buenas en primera instancia.
Por encima de todo debe prevalecer el dignificar la imagen de Ntra. Sra. de la Esperanza, y aunque el artista talló unas manos para "mejorar la imagen", todo debería prevalecer como una joya, que con el tiempo va ganando en afectos y sentimientos de muchos fieles, que en su día acariciaron y tocaron con el cariño de un barrio que siempre acudió a ella como su MADRE.
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