3 abr 2012

Sahumerio del Lunes Santo

La Trinidad. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Qué difícil se hace hilar estas palabras evitando mirar por la ventana. A la luz de la noche espléndida que se abrió para nosotros ayer, sólo cabe sumirse en el paladeo de esta Málaga volcada hacia sus grandes devociones. Imposible desasir de mis retinas la locura de belleza a la que ha llegado la Trinidad; por aquello de que es la última, la pongo la primera. Y por la rotundidad con que algo tan amado, tan llevado en volandas, tan arropado, se queda anidado. Empezamos a intuirla desde la rampa, atisbando nada más que las bambalinas y macollas del palio -que llevaban un vaivén maravilloso, venidos arriba con el impresionante recibimiento en la Tribuna de los Pobres-. Conseguimos agarrarnos a la barandilla y verla, privilegiados, pararse delante nuestra. Qué arreglo de pecherín tan hermoso, cuajado de condecoraciones; qué lujo verla así, alumbrada por los candeleros -reverberando la luz entre los chorreones de cera petrificada, producto de una noche gloriosa en la que ni el aire le ha levantado la voz a la Virgen-. Y esa medida disposición de la flor -atrás quedó la impronta selvática, como subtropical-, con pequeñas calas del color de la Trinidad, ese difícil tono entre magenta y malva, que nos hacen preguntarnos si las tiñen para Ella o es que en la naturaleza hay prodigio de esta categoría. Qué alegría ver que nadie te empuja para sacarte de la bulla -en las cofradías sabias, se conoce de lejos que la Virgen va a gusto con los suyos, mirándole a la cara y diciéndole cosas muy bajito-. Qué ufano y con cuánta razón va Joaquín Salcedo delante, sin quitarle ojo, sin dejar de sonreír a todo el mundo; qué privilegio haber bordado ese manto para Ella, una coraza a la que le falta todavía mucha batalla para que termine de caer. Cuánto se pierden los que, dejando pasar el Cautivo, se escabullen. 

El Cautivo. Siendo de la misma cofradía, y es un mundo aparte. De todo, incluso de la Semana Santa. Cómo se vio anoche que no hay luz eléctrica, ni de la cera virgen, ni de la luna, que haga falta. El Señor, con las sombras lógicas de una imagen morena, se acaba de encarnar en hombre para hacerse uno de los nuestros. Sin ninguna de esas distorsiones, el Cautivo recupera toda la sacralidad, y toda su humanidad. El público se olvida de esos falsos efectismos, se sobrecoge al verlo tan erguido -y sin embargo tan humilde-, mayestático, flotando al caminar, deslizado por una marea. Lo vimos en la doble curva, donde se nos olvidaron la maniobra, la música a sus espaldas y lo difícil que sería después cruzar al otro lado de la gran riada de penitentes. El que más y el que menos, por poca devoción que le tenga al Cautivo, se rinde ante la evidencia -contundente como una losa- de que pocas veces una imagen de madera parece palpitar de vida y pegarnos un tirón del alma. Y sí, quiero recordar que es una talla de madera; pues si no fuera de este modo, con qué facilidad caeríamos en una idolatría abnegada, habida cuenta de lo especialísimo que resulta verle. También lo buscamos, unas horas después, en ese puente suyo. Para quedarnos con los tópicos de los pregones, lo de la túnica al moverse -que al fin y al cabo, es la verdad del Evangelio- y lo de que parece que va andando. Es que va andando.

Amor Doloroso. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
Qué difícil pues, tras ese regalo trinitario, recordar la llovizna de la media tarde de ayer, y echar un ojo de nuevo por la ventana. Pocas cosas me duelen tanto como ver en los Mártires ese dechado de perfección que es la Archicofradía Sacramental de Pasión, suspendida su procesión hasta otro Lunes Santo de mejor fortuna; cuánto habría deseado estar de nuevo en el patio de los naranjos, viéndoles llegar como sólo ellos saben acercarse al Templo.

Muy pendientes a esos nuevos itinerarios virtuales, esperamos a Estudiantes en Santa María; el maremagnum de nazarenos rojos precede al Coronado de Espinas, que como anunciaban no lleva las absurdas bombillas coloradas en los faroles. Lástima que más tarde, con la noche ya cerrada, se encendieran de nuevo todas las otras bombillas del cajillo. Como escuché de alguna voz preclara, tengamos paciencia, poquito a poco, que esto es como estar en el mesolítico. Las evidencias, visto lo visto en el Cautivo, se irán dejando caer por su propio peso. Algún día no habrá miedo de distribuir tulipas por el contorno de ese trono. La gran sorpresa llega con Gracia y Esperanza; con toda la cera encendida y hecha un primor por la habilidad de Guillermo Briales, luciendo la nueva corona que le ha dibujado Fernando Prini y le ha hecho Manuel Valera. Qué bien armado se ve el manto, restaurado, sobre los hombros de la Virgen -que ahora sí, va donde siempre debió ir, en el centro-.

Encontramos el hueco para llegarnos a calle Frailes por Hinestrosa, donde me sorprenden unos dibujos barrocos preciosos en varias fachadas, y entramos a ver los Gitanos. El trono del Señor, reluciente de oro fino, como nunca. La Virgen, luciendo toda esa primavera intacta de flor de cera, y recordando en los sellos de los cirios que ellos son de la Merced.

Y Dolores del Puente. Qué gran escenario Echegaray para esta cofradía de estilo único. Con la elegancia de las hermandades serias, y al mismo tiempo con ese regusto popular inherente a los fervores de verdad. Le echamos cara al asunto para encontrar sitio en un lado de la calle, que está casi imposible, y llega el grupo escultórico del Perdón del Buen Ladrón. Los sones de Margot, tan operísticos, resonando con fuerza en la estrechez de la calle; la mirada del Cristo del Perdón, si has tenido la picardía de plantarte en el lado derecho de la calle, te busca. No hay otro Dimas salvado, mas que uno mismo, si se entrega. Resulta muy difícil dejarlo ir, ya con la soberbia marcha Mektub, deteniendo la pupila en cada nudo del ciprés centenario con que Suso de Marcos le hizo el madero al Cristo, y en la cera desparramada sobre el manto de la Encarnación -así son los hachones, de cera auténtica, que tanto escasean-.

Dolores del Puente. Fotografía: Álvaro Simón Quero.
La Virgen de los Dolores es atávica. Algo hay en su presencia totémica, de silueta triangular, ajena a todo el oropel, y sin embargo revestida de una lluvia de medallitas y broches. En qué hora bendita le hicieron ese triunfo de madera dorada y tuvo la luna a sus pies. Suena Valle de Sevilla -solemnísima donde las haya-, y bien parece que mucho antes de la religión católica el ser humano ya intuyese -quizá con las diosas fenicias o de la Grecia preclásica- una madre de todo, una madre del Creador, una dueña de las especies, una dominadora de la tierra. Potnia Theron, que diría Rafael Chenoll, asignando a nuestras dolorosas la capacidad de asumir en su presencia hierática todas las religiones anteriores; y en su condición de Madre del Señor y, por las palabras de Cristo en la Cruz, madre de todos, la condición de madre fértil. Isis y Astarté; quizá hubo inspiración divina en aquellos antiguos. Fue tan sabio Jesús Castellanos llevándonos siglos atrás, engañándonos cada año con un sublime trampantojo de Semana Santa, haciéndonos creer que la Virgen de los Dolores siempre tuvo esa maquinaria barroca. Hay que verla otra vez en calle Polvorista, para dejarla marcharse con La Madrugá, salpicado su manto de ramilletes de flores. Imaginando como seguirán los exvotos agolpándose muy cerca de sus mejillas de porcelana. 




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3 comentarios:

  1. La Virgen de Gracia y Esperanza iba ya en el centro antes, lo que se ha hecho ha sido ampliar el manto porque le quedaba muy justo.

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    1. Muchas gracias por la apreciación; me encantaría saber desde cuándo exactamente. Discrepo sólo en que el manto le quedara "justo". Ampliarlo unos centímetros ha trastocado un buen diseño de Casielles. Como pieza de bordado, era perfecta como estaba.

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  2. No lo entiendo, ¿Y yo he visto lo mismo?. Qué me gusta aprender de los amigos!

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