20 mar 2013

El Nazareno

Fotografía: Álvaro Simón Quero.

De niño tuve que porfiar muchísimo para que me sacaran de nazareno. Por esto o por lo otro, pasaban los años y nunca se daba el caso. Siempre se andaban excusando con la dificultad de conseguir una túnica, con las listas de espera, ya que otras cosas no me amedrantaron. Finalmente, un tío segundo que colecciona cofradías -de las que tiene todas sus medallas y todos sus escudos- me hizo un sitio en una de ellas. Aunque me había hecho todas las ilusiones de una buena capa con su escudo bordado, salí con un cirio y pare usted de contar. Así y todo, la experiencia fue fantástica; hasta que llegando a la plaza de Arriola el mismo mayordomo me dejó descapirotado y me anunció que era el descanso del bocadillo. Evidentemente, mi madre no estaba enterada y me quedé sin bocadillo, y como aquello era un “rompan filas” en toda regla, mi tío y yo nos fuimos a ver al Señor con la extraña sensación, en mi caso, de que aquello no era una procesión.

Luego vinieron los años en que mi padre me alistó en su Archicofradía de toda la vida. En una especie de ritual sobre el orgullo, me vestía con cuidado y me anudaba las siete vueltas de cíngulo para después pasearme por todo el centro, mucho antes de la procesión. El capirote, lejos de cumplir su función, iba en una bolsa. Y aquello no tenía gracia ninguna hasta que, ya de medianoche, recuperaba el anonimato y estudiaba la ciudad muy de cerca como tras una celosía. Escuchando conversaciones ajenas, reconociendo caras, en definitiva, mirándolo todo con el privilegio que supone el camuflaje.

Al final, el círculo sólo se cierra si alguien, de una vez por todas, te enseña a ser nazareno. O si, en una intuición clarividente, llegas a saberlo por ti mismo. Qué bien habría estado que las cofradías hubieran hecho su parte de la catequesis; ahora se ve que algunas, si no muchas, están en ello. Tuve que aprenderlo en silencio; renunciando al paseíllo engreído, al descapirotarse, al bocadillo, al parloteo y a todo aquello que no era en verdad una procesión. Al final, tienes a tu cofradía de toda la vida, la de la familia; y tienes la que tú has elegido. O, ¿por qué no mirarlo de otro modo? La que te ha elegido a tí.






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