22 mar 2013

Las Horas.

Fotografía: Álvaro Simón Quero.

Lo de los horarios e itinerarios se ha ido volviendo, de un tiempo a esta parte, más interesante que estrenar un bordado, un grupo escultórico o un trono. Nos pone en la tesitura de plantearnos la Semana Santa como un puzzle complicado en el que, para ensamblar las piezas y que todo fluya, hacen falta ganas, buena voluntad y saber hacer encajes de bolillos. En mi caso, diré que me parece fascinante la intención de abandonar los escenarios exasperantes, por anodinos y sin gracia, las horas de travesía del desierto y todo aquello que no contribuya al lucimiento de esta ópera grandilocuente que dura siete días.

A los amantes de la madrugada, del trasnochar muchísimo y de ver las cofradías sólo al encantador abrigo de la noche, les preguntaría si saben lo que es regresar al barrio en la peor de las situaciones. Porque, si algo está claro, es que las cofradías quieren ir arropadas, obtener el respaldo del público. Y es las más loable de las intenciones. Algunos territorios son hostiles a las hermandades; por la indiferencia que suscitan, o por lo ingratos que puedan resultar. Al público, que en su voluntad es soberano y puede decidir libremente cuándo se echa a la calle, cada vez se le antojan menos seguras según qué horas, o menos cómodas. O lo que sea. Y nadie suele apuntar que el origen de este giro en la demanda tiene mucho que ver con la sobreabundancia de la oferta.

No le recriminemos a ésta o aquella que se pase al mediodía, que recorte por aquí o por allá. Mientras hagan lo que vinieron a hacer, respeto. Y pensemos, siempre, en el más valioso de los patrimonios que atesoran las cofradías: el humano. Que luego se nos llena la boca con eso de las canteras cofrades. Ya hay bastante penitencia en la propia procesión; añadirle el martirio de una ciudad indiferente o desapacible encierra, por lo menos, algo de crueldad.







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