27 mar 2013

Sahumerio del Lunes Santo

Fotografía: Álvaro Simón Quero.

 Un corazón traspasado, de frente de procesión. Y los lamentos hirientes del Carmen del Perchel, “A Jesús en su Agonía”, abriéndose paso por Echegaray. Seguramente, todo sería producto del azar caprichoso; pero embutidos en el portalón, allí donde regresábamos a encontrar las delicias de otros años, aquellas notas nos parecieron un duelo. Cada gesto era interpretado por el ánimo, y el ojo iba más allá, un punto más allá de todo lo tangible. El nazareno, abrazado a la cruz guía, se me antojó de amor entregado al proyecto inconmensurable de un hombre irrepetible. Seguro que ese abrazo tenía visos de acomodo, de resentimiento, de fatiga; pero los ojos quisieron ver la aceptación amorosa de un legado. No me arrebaten eso. El corazón del centro de la cruz, con esas capillas que quizá quedaron tan desnudas como Santo Domingo para siempre, andaba por la ciudad con el traspaso de haber perdido a un padre, o a un hijo, según se quiera ver. Y tras olisquear las partituras de los músicos infatigables, el agradecido apunte de uno de ellos: en el brevísimo lapso en que dejó de interpretar, nos sopló el título que, como presagio, se prendió también a nuestros corazones. No me arrebaten eso. El vericueto de signos y palabras era inevitable, y ese Jesús que anidaba anoche en cientos de nosotros seguía oscilando en las pilastras de los faroles que abrían el cortejo; allí su mano lozana, treinta años atrás, había dejado ensartadas para siempre las yeserías de la capilla del antiguo Cristo de Cabrilla. Como lo estaba él, nos dejará enamorados de Málaga para siempre.

Luego, toda su cofradía, arrebujada, se deslizó exactamente con la misma seguridad en sí misma. El stipes del Señor, aquel ciprés de cementerio que encontró el mejor de los destinos, continuó aferrando a ese Cristo que quiere echar a volar, ese que te clava los ojos y te hace preguntas muy directas, ese que no se anda con chiquitas. Al llegar la Madre, sumida en la sombra de su palio, afrontamos para siempre que serán otras manos las que prendan cada medalla, pellizquen la blonda y ciñan su corona. Habrá sonreído, de tranquilidad, al ver Jesús que su Madre está en las mejores manos; unas manos, las de José Soler, tan respetuosas con la herencia aquilatada como virtuosas. Con qué suavidad se ha desplomado el manto sobre los hombros de la Madre, ni que el terciopelo bordado tuviese la caída de la seda más fina. ¿Quién le iba a decir a Jesús, cuando dibujara el corazón atravesado de la Madre, que nos parecería una elegía por su alma?

La tarde, echando la vista atrás, había tenido el esplendor que se esperaba. Fiel al pacto con la elegancia, la Pasión salió de los Mártires con la mesura que tanto se agradece. Ningún aspaviento, ni un atisbo de duda en cada paso. Había que apresurase a presenciarla en el Patio de los Naranjos, entre sones clásicos, y reunir el aliento suficiente -como cada año- para encontrar, ya cuajada, la perfecta sintonía del cirineo de Darío Fernández con el Señor. El Amor Doloroso nos habló de nuevo de armonía, y nos pidió en un susurro que la buscásemos después en los adentros de calle Nueva. Los Gitanos, un poco antes, nos regalaron en esas estrecheces una postal de toda la vida -en un parón que parecía intencionado, como de regusto-, una postal que querrán afianzar para años venideros. Después encontramos a los Estudiantes más solemnes que nunca, en una brillantez que revisitamos entre el Carbón y Molina Lario. Los magníficos arbotantes de Gracia y Esperanza, aposentados en las sibilas de Ruiz Montes, la alumbraron como nunca, en esa revolera caprichosa que Jesús le pensara. Crucifixión, en la añeja Casapalma, con el alma ya un poco gastada por el esfuerzo del regreso. Y el Cautivo. En lejana perspectiva, le vimos en la Doble Curva caminando como un galileo, con un recorte de palmeras y ajeno a esa luminotecnia de colorines cambiantes de la esquina de Calderería, irisada insolencia. Qué pocas cosas le hacen falta al Señor; nada de lo que no hubo anoche se echó en falta. A la Trinidad la buscamos llegando a la tribuna, y la encontramos bajo la mejor de las lluvias. Pétalos púrpura de Trinidad.






.

No hay comentarios:

Publicar un comentario