10 abr 2011

El primer Sahumerio

La primera Cruz Guía.
Foto: el Albacea


Llega uno a la primera Cruz Guía casi de sopetón, como ha llegado la calor, pillando desprevenidos a todos; y eso que los preludios de la Cuaresma, para los que somos muy pesados con el tema, tienen suficiente consistencia como para no esperarse que la Semana Santa se echa encima. Entre una y otra discusión sobre algo tan baladí como unas velas rizás -inmejorable reflejo de lo primaveral y festivo que es nuestro encuentro con la Cuaresma- se han desojado los días. Y, con el cúmulo de sensaciones raras que provoca esta espera de azahar sin nazarenos, en realidad tan tardía, así y todo, la Cruz Guía se te pone en mitad del camino y te grita a la cara.

Yo me he encontrado la primera Cruz Guía en calle Agua, con bulla casi de Martes Santo, en una noche a medias que sueña con ser verano, con ese azul tan particular que tienen estos meses, cuando ya hemos cambiado la hora... Y he visto a Jesús del Rescate andando casi al ras del suelo, llevado en unas invisibles parihuelas de mano -no a hombros, deslizándolo suavemente, sin marcar el paso- y abriéndose camino de una manera sencilla, con un medio silencio. He visto geranios -Dios mío, pensaba que eran una especie extinguida en esta ciudad enemistada con los balcones-, y como siempre pasa en estos días, esas caras que se conocen de año en año y con las que a lo mejor se intercambia una sonrisa o un gesto, y nada más. He podido descubrir compases de Artola interpretados por cuatro músicos a pie de calle, delante de la Virgen de Gracia. Y he bajado la calle de la Victoria con esa convicción ufana de que ahora tomamos la calle, que viviremos la ciudad como nunca, que caminaremos tranquilos por el asfalto.

Y antes de buscar a los Estudiantes he atravesado esa calle de Alcazabilla que promete ser más nuestra que nunca, con su balcón amplio y maravilloso a la Historia. He sorteado el piramidión de cristal que nos han plantado en medio de la calle, justo encima de donde los romanos trituraban los boquerones vitorianos más antiguos, y he calculado a grosso modo la maniobra que debe hacer el Rico -eso no es nada- para perpetuar una de las estampas más simbólicas de nuestra Semana Santa.

Y a paso ligero me he plantado en La Costa Azul -sí, esa esquina de la plaza de las cuatro calles donde siempre imaginamos a Estudiantes saliendo del callejón-. Allí, detrás de la tribuna brutal que dibujó algún ingeniero con guasa, me paré a pensar sobre lo que me molestan las vallas y los obstáculos. Y recé un poquito para que nunca se amplíe el recorrido oficial, que por Dios nos dejen las calles para ver las cofradías callejeando. Se van los minutos volando. Y al ver Estudiantes me reafirmo en esa creencia de que la mayoría de estos duetos de imágenes son extraños a nuestro entendimiento de la Pasión. Sobre todo si el Señor está sentado, coronado de espinas, y junto a Él se encuentra la madre, de pie, sosteniendo otra corona de espinas en las manos. Extraña retórica y extraño Evangelio inventado que repetimos por una cuestión de economía de medios. Las imágenes llevan poca luz -dos fanales pequeños con cirios- pero el alma cofrade tiene ganas de Semana Santa, y las menudencias hoy se perdonan.





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1 comentario:

  1. Ulm no huele a Azahar, pero me has traído algo. gracias

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